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Protégeme, oh Dios, pues en Ti me refugio (Sal 16:1).

Este versículo se ha convertido en la oración que más suelo orar. La oro tanto por su sencillez como por su profundidad. La lógica de la oración es la de un niño: «Sálvame porque estoy en peligro y he acudido a ti en busca de ayuda». «Guárdame porque busco en ti seguridad y protección». No, «Guárdame por mi fidelidad pasada o futura». No, «Consérvame porque soy útil o porque soy digno». Solo, «Protégeme, porque tengo miedo y estoy aquí y mis ojos te miran».

El espíritu como el de un niño de esta petición se refleja en el «Himno vespertino» de Thomas Ken.

Toda alabanza a ti, mi Dios, esta noche
Por toda la bendición de la luz.

Guárdame, oh guárdame, Rey de reyes
Bajo tus alas todopoderosas.

Pero las oraciones de un niño no son necesariamente oraciones infantiles. Esas oraciones tienen con frecuencia una profundidad y un peso que las hacen apropiadas para los cristianos de todas las edades. Medita conmigo sobre la profundidad de esta oración sencilla.

¿Protegerme de qué?

La oración del rey David implica peligros de los que debemos buscar refugio. Hay amenazas, peligros, fuerzas hostiles, desafíos. Los hay. En el mundo. En la Iglesia. En tu vida y en la mía.

El salmo no especifica los peligros. Pero podemos imaginarlos. Los peligros podrían ser externos. Enemigos que conspiran, traman y tienden trampas. Hombres malvados que acechan y persiguen a los inocentes. Mentirosos y calumniadores que dicen cosas falsas contra nosotros. Enfermedades y dolencias que nos abaten. La pérdida de la riqueza o del trabajo u otras formas de seguridad terrenal.

Todos ellos (y más) podrían estar en la mente del salmista. Lo que es más importante, la ausencia de especificidad nos permite llenar el vacío, aportar nuestros propios peligros, amenazas y desafíos, de modo que la oración de David se convierta en la nuestra.

Buscar refugio significa encontrar el lugar donde podemos bajar la guardia, donde no tenemos que estar en alerta máxima

En busca de refugio

Ante el peligro (sean cuales sean los peligros a los que nos enfrentemos), la respuesta es la misma: buscamos refugio en Dios. La noción de «refugiarse» es común en las Escrituras. Significa encontrar resguardo, protección y seguridad en algo. Cuando el sol quema, nos refugiamos a la sombra de un árbol. Cuando nos amenazan los vientos helados y las tormentas de nieve, nos refugiamos en una casa cálida.

La imagen a menudo connota a un perseguidor (Sal 7:2; 17:7). Si un hombre mata accidentalmente a otro, por ejemplo, huye a una ciudad de refugio para protegerse del vengador de la sangre. También la ciudad de Sión, fundada por el Señor, es un refugio para los afligidos de Su pueblo (Is 14:32). Si alguien nos dispara una flecha, nos refugiamos tras un escudo.

Un refugio pertenece a un grupo de términos bíblicos que identifican lugares de santuario y fortaleza. El Salmo 18 apila tales términos uno tras otro. «El Señor es mi roca, mi baluarte y mi libertador; mi Dios, mi roca en quien me refugio; mi escudo y el poder de mi salvación, mi altura inexpugnable» (Sal 18:2).

Buscar refugio significa encontrar el lugar donde podemos bajar la guardia, donde no tenemos que estar en alerta máxima. Encontrar refugio es encontrar descanso, un lugar donde podemos dormir porque alguien fuerte y seguro está vigilando. Las imágenes dan sentido al término. El niño, huyendo de un bravucón, se refugia al lado de su hermano mayor. Los polluelos, al oír un ruido fuerte, se refugian bajo las alas de su madre. La familia desesperada, perseguida por los soldados, encuentra un escondite en la casa de los Ten Boom.

La oración del Salmo 16:1 nos plantea preguntas desafiantes. Cuando nos enfrentamos a peligros y amenazas, ¿a dónde acudimos? Cuando se demuestra que nuestra autosuficiencia es una mentira, ¿adónde huimos? Cuando sentimos peligro, todos buscamos refugio. Pero ¿buscamos refugio en Dios? ¿Corremos hacia Él? ¿Nos escondemos en Él? ¿O corremos a refugios terrenales, a fortalezas mundanas, a ídolos falsos?

Enemigo interno

Hay verdaderos peligros externos en el mundo. Debemos buscar refugio en Dios y pedirle que nos guarde cuando nos enfrentamos a ellos .

Sin embargo, cada día me doy cuenta de que la mayor amenaza para que yo sea guardado y preservado no es la oposición externa, ni la persecución por parte de los no cristianos, ni las amenazas físicas, ni los conflictos relacionales entre antiguos amigos y colegas, ni las tergiversaciones y calumnias. La mayor amenaza de la que yo debo ser guardado es mi propia incredulidad. No las cosas de afuera; sino algo aquí adentro. La incredulidad es la mayor amenaza, peligro y desafío que enfrento. Esto significa que cuando oro: «Protégeme, oh Dios, pues en Ti me refugio», quiero decir: «Me refugio en ti de mí». De mis pensamientos. Mis pasiones. Mis deseos pecaminosos. Mis dudas. Mis estados de ánimo. Mi incredulidad.

Cuando se demuestra que nuestra autosuficiencia es una mentira, ¿adónde huimos?

Es más, he descubierto que con frecuencia el Salmo 16:1 es tanto una petición como el cumplimiento de la petición. Es decir, Dios está respondiendo a la oración, en parte, cuando yo oro la oración. Me está guardando en mi oración por ser guardado. La oración misma interrumpe los pensamientos, pasiones, deseos, dudas y estados de ánimo que están amenazando mi fe.

Rescátame de la duda

Considera cómo el Salmo 16:1 interrumpe las dudas. Ahí estoy, viviendo como cristiano, descansando y esperando en Cristo. Cristo resucitado es un fundamento vivo que sustenta mi vida y mis acciones, Su palabra y Su evangelio enmarcan la realidad para mí.

Luego las dudas irrumpen en esa vida cristiana normal. Quizás dudas sobre mi estado eterno. Tal vez dudas sobre la realidad de Dios y la verdad del evangelio. La convicción fundamental de la vida se tambalea. La fe se siente frágil y me pregunto si seré guardado. En esos momentos, «la pregunta sobre Dios» puede llegar a consumirlo todo. La incredulidad y el escepticismo se convierten en la postura por defecto del alma y la mente gira sin cesar sobre sí misma, buscando una salida. En otras palabras, estoy buscando refugio.

En esos momentos, el Salmo 16:1 es tanto una oración como un medio de liberación. La oración replantea las dudas y las preguntas porque el Salmo 16:1 es tanto una descripción como una representación. No solo le pido que me guarde porque he buscado refugio en Él en el pasado. Busco refugio en Dios ahora, en el presente, pidiéndole que me guarde ahora, en el presente.

Al orar el salmo, dejo de pensar en Dios como un rompecabezas intelectual desde una postura de incredulidad. En cambio, me dirijo a Dios como persona desde una postura de fe desesperada y como la de un niño. Esta diferencia es crucial. Dios no es un rompecabezas que hay que resolver, sino una persona que hay que buscar.

Presérvame, oh Dios

El Salmo 16:1 interrumpe mis dudas despertándome a la realidad de que nunca hablamos de Dios a Sus espaldas. Nuestros pensamientos y obras, nuestros deseos y dudas, nuestras preguntas y estados de ánimo, todo eso lo hacemos en Su presencia, ante Su rostro, a Su diestra.

La oración del Salmo 16:1 es una oración de fe, pues ya no intento razonar sobre Dios en Su ausencia, sino que me dirijo a Él como Padre en Su presencia. A través de estos despertares e interrupciones, Dios responde a mi oración. Me protege, porque busco refugio en Él.

Sí, el Salmo 16:1 es tan profundo como sencillo, tan simple como profundo. Dios es nuestro refugio y fortaleza, un auxilio muy presente en la angustia. Por eso te animo a que, ante los peligros, los enemigos, las ansiedades, los temores, las dudas y la incredulidad, haz del Salmo 16:1 tu oración.

Protégeme, oh Dios, pues en Ti me refugio.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
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