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No sigas tus sentimientos. Sigue a Cristo

Los seres humanos somos criaturas emocionales. Amamos u odiamos, nos sentimos felices o tristes, enojados o alegres. Y sin embargo los cristianos a veces batallamos con integrar las emociones a nuestras vidas espirituales y terminamos siendo víctimas de tendencias peligrosas cuando se trata esas emociones. Estas tendencias ocupan dos polos opuestos que han guiado a muchos a un cristianismo superficial. Vemos esas tendencias a nivel personal y corporal.

Un peligro es el emocionalismo, en donde dejamos que nuestros sentimientos interpreten nuestras circunstancias y nuestros pensamientos acerca de Dios. Esto es poner los sentimientos por encima de la fe. Otro peligro es ser una especie de estoico, donde la fe está fundamentada en teología pero sin afectos. Esta tendencia quita los sentimientos de la fe por completo. Es verdad que nuestras emociones no deben guiar nuestra teología, pero aún así es vital para nuestra fe que la teología nos guíe a una experiencia profunda de nuestro Dios trino.

La buena doctrina es de importancia crítica a la salud del cristiano y de la Iglesia. Pero la Iglesia no necesita a hombres y mujeres que simplemente puedan definir el arrepentimiento. Más bien, la Iglesia necesita gente que odie el pecado y ame la justicia. Memorizar nuestros catecismos es importante, pero no sirve para nada si no produce asombro, humildad, amor, y adoración. La sustitución penal de Jesucristo no es solamente algo que debemos afirmar y defender, sino que debería ser algo en lo cual nos podamos regocijar. Sí, tener celo sin conocimiento es muerte, pero conocimiento sin afectos profundos carece de vida de la misma manera.

Debería ser obvio que la Escritura nos llama a ser gente que siente lo que cree, que no solamente sabe la verdad sino que también la experimenta. Hay un orden a esto. Nuestros sentimientos y emociones deben ser gobernados y guiados por la verdad. Debemos temer al Señor, odiar el mal, amar la verdad, llorar por el pecado y la injusticia, y regocijarnos en nuestros sufrimientos. Estos no son mandamientos al azar sino preceptos dados por Dios a la luz de lo que es y lo que ha hecho. Debemos sentir el peso y el poder de la verdad revelada en las Escrituras. La teología debe hacer más que solo informarnos; debe calentar y conmover nuestros corazones. Y si no lo hace, entonces hemos perdido la conexión que la revelación de Dios quiere hacer en nuestra mente y corazón.

La clave está en no perseguir los sentimientos en sí, sino seguir a el Señor Jesucristo al mirarlo a Él, conocer sus caminos, meditar en sus promesas, y obedecer sus mandamientos. De la fe nacen los sentimientos. El componente emocional de la vida cristiana no siempre está tan presente como nos gustaría. Muchas veces se queda atrás. Como dijo el reformador inglés Juan Bradford: “La fe debe ir primero, y los sentimientos la seguirán”.

Considera con cuánta frecuencia nos encontramos atemorizados cuando estamos frente a lo desconocido o peligroso. Cuando estamos frente a la fragilidad de la vida o alguna pérdida, la ansiedad y el miedo llegan, y se infiltran en nuestro corazón. Aquí es donde, precisamente, Dios nos llama a no tener temor. Pero la esperanza de tener alivio del temor no se encuentra en ignorar lo que está delante, sino en ver al Dios cuya soberanía y promesas son seguras. Es cuando buscamos al Señor y fundamentamos nuestra fe en Él que logramos conquistar nuestros miedos (Sal. 34:4). El problema en sí quizá no desaparezca, pero el conocimiento de Dios conquista lo que nos atemoriza. Su amor por nosotros, demostrado en nuestra adopción en Jesucristo, es solo una de las verdades que reemplaza el miedo con consuelo y confianza (Rom. 8:15).

El dolor y el sufrimiento son comunes a todos, y para el cristiano, son cosas que deben esperarse como consecuencia de seguir a Jesús. Hemos experimentado el temor que viene con las pruebas severas. Pero el carácter de Dios y sus promesas levantan nuestra cabeza y nos dan valor en la fe. Sabemos que “cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu” (Sal. 34:18). Podemos echar nuestras ansiedades en Él porque tenemos la seguridad de que cuida de nosotros (1 Ped. 5:7).

Cuando batallamos con tener seguridad y ansiamos tener una esperanza confiada en Jesús, debemos aprender a confiar más en Él. La seguridad de nuestra salvación se basa primordialmente en la misericordia y méritos de Jesucristo. Fijamos nuestros ojos en Él por la fe y encontramos en su vida, muerte, y resurrección toda la esperanza necesaria para estar frente a Dios sin temer el juicio. Solo Cristo es nuestra seguridad. Eso nos transforma de ser personas desesperanzadas sobre nuestro pecado a ser un pueblo que canta las alabanzas del Salvador que nos ha librado de nuestras transgresiones.

Dios nos ha creado con emociones. Hay tiempo para llorar y reír, para lamentar y danzar, para odiar y amar (Ecl. 3:1-8). Ser estoico o emocionalista no son marcas de una fe saludable. Lo que se necesita es una teología bíblica robusta que informa y transforma nuestras emociones.


Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Emanuel Elizondo.
Imagen: Lightsock
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