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Los misiles rusos no pueden opacar la gloria de Dios

El gimnasio de mi barrio en Kiev, capital de Ucrania, vibra con discusiones acaloradas. Rusia, por octava vez en los últimos meses, ha lanzado una oleada de misiles contra objetivos civiles ucranianos. Setenta y seis misiles esta vez. Un hombre está hablando tan rápido que no le entiendo. Mi amigo, Sergei, me dice que está enojado por la guerra. Lo comprendo. Claro que lo está. Sin embargo, sus palabras aceleradas no producen mucha comprensión, y mucho menos esperanza. Salí del gimnasio, les estreché la mano y les di la bendición de la paz en Cristo. 

Pienso en otro amigo ucraniano, el pastor Bogdan, y en mi reciente visita a su iglesia. El pastor Bogdan sirve a una pequeña iglesia en un pueblo al noreste de la capital. Pero recuerdo sus palabras como esperanzadoras. Él repite fielmente las buenas noticias de Jesús a los miembros de su comunidad, acompañadas de acciones que derriban las barreras que se oponen al evangelio de Cristo.

Queremos otra gloria para los ucranianos, y para todos los pueblos, incluyendo el ruso. Deseamos la gloria que Dios nos ofrece

Hace unas semanas, la mañana en que llegamos al pueblo del pastor Bogdan, mi esposa bajó la ventana para preguntar a un lugareño dónde estaba la iglesia bautista. Sin dudarlo, señaló hacia el oeste. Como seguíamos sin encontrarla, preguntamos a otras personas antes de llamar al pastor Bogdan para que nos indicara dónde estaba. Nos sorprendió que todas las personas a las que preguntamos ya conocieran la iglesia y parecían cómodas con su presencia en su pueblo. Normalmente, los pueblos pequeños desconfían de los protestantes evangélicos. ¿Por qué no es así aquí?, nos preguntamos.

Cuidado del otro

Al salir del auto, después de haber seguido al pastor Bogdan desde el centro de la ciudad hasta su iglesia, una mujer mayor se acerca. «Hijo mío, ¿puedes ayudar a mi familia con unas mantas?», le pregunta. «Sí, después del servicio de adoración», le asegura él. Ella asiente y sonríe. Bogdan nos lleva a un edificio cercano a la entrada de la iglesia. En una habitación hay bolsas de comida, ayuda humanitaria para la gente del pueblo. Otra está equipada con mesas y sillas viejas, a modo de aula improvisada para la escuela dominical.

«Hemos estado reuniéndonos aquí con los aspirantes al bautismo y catequizando a unos diez de ellos», señala. La iglesia lleva meses celebrando múltiples servicios semanales a cientos de personas en la ciudad, compartiendo el amor de Cristo, el evangelio y ayuda humanitaria. Algunos han empezado a asistir al servicio dominical matutino y algunos a las clases de bautismo.

Junto con aquella mujer mayor, entramos en el edificio que está junto a la iglesia. Está casi lleno, unas ciento treinta personas, en medio de animadas conversaciones. Una niña pequeña camina por el pasillo central y capta mi atención. Me agacho un momento para hablar con ella y me doy cuenta de lo mucho que extraño a mis nietos.

La habitación es cálida, no solo por la amabilidad de la gente, sino también por la estufa de leña que hay en una pared lateral. Bogdan explica que las fabrican y venden en su pueblo, una necesidad derivada de los ataques de Rusia contra la red eléctrica y las infraestructuras civiles. De hecho, la congregación de Bogdan está comprando muchas estufas para dárselas a los necesitados. La iglesia también sirve de «centro de calentamiento» para cualquiera que quiera resguardarse del frío.

Esperanza en Cristo

Encontramos nuestros asientos y el servicio comienza con una oración al Dios que protege a los indefensos. Los cantos, anuncios y oraciones son una mezcla de ruso y ucraniano, este último relativamente nuevo en la región. Es mi turno de predicar. Abro la Biblia y leo Romanos 5:1-11, donde se describe la vida cristiana normal basada en la justificación por la fe en Jesucristo.

Nos regocijamos en esta posición de gracia con Dios, que nos da tanto la paz con Él como la esperanza de gloria. Pero también nos gozamos, sabiendo que el sufrimiento se traduce en una creciente conformidad a Cristo. Esta transformación es una señal segura de que somos verdaderamente Suyos, lo que nos da aún más esperanza de gloria.

Al finalizar el sermón, el pastor Bogdan dirige el tiempo de la comunión. Al pasar el pan, se produce una conmoción en la fila frente a nosotros porque una hermana más se ha arrepentido y recibe el pan y el vino por primera vez. Nos maravillamos ante la predicación sencilla del evangelio y el amor al prójimo que atrae a muchos a nuestro Señor. Nada llamativo. Pero cambia las vidas. Cristo en nosotros, esperanza de gloria.

Otra gloria

Muchos ucranianos quieren ver a este país victorioso sobre la Rusia imperialista. Nosotros también lo deseamos. Ellos gritan «Slava Ukraini» («Gloria a Ucrania»). Aunque comprendemos sus sentimientos, queremos otra gloria para los ucranianos, y para todos los pueblos, incluyendo el ruso. Deseamos la gloria que Dios nos ofrece. Es la gloria que el Hijo de Dios dejó temporalmente, al tomar la forma de un bebé y yacer en un bebedero para animales. Es la gloria a la que ha vuelto para prepararnos un hogar.

Si comprendiéramos lo que el evangelio de Cristo significa para este mundo sufriente, amaríamos a nuestros vecinos y amigos de forma tangible y significativa

Mientras tanto, nos congregamos para adorar y estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras (Heb 10:24). ¿Por qué? Porque creemos que nuestras buenas obras glorifican a Dios Padre. Porque Cristo, por medio de Su Espíritu, nos nutre y nos prepara para ese hogar eterno. Porque el amor del Espíritu, que rebosa en nuestros corazones, muestra a los demás que somos verdaderos discípulos de Cristo. Ver este amor les anima a unirse a nosotros en el viaje hacia esa morada eterna, a compartir nuestra esperanza de gloria futura.

Si comprendiéramos lo que el evangelio de Cristo significa para este mundo sufriente, también nosotros amaríamos a nuestros vecinos y amigos de forma tangible y significativa. Incluso podríamos hablar tan rápido que al principio no nos entenderían. Pero nuestras razones para hacerlo serían muy distintas de las de mi amigo ucraniano del gimnasio, porque las noticias que tenemos no nos abruman de miedo. Son buenas noticias que nos llenan de esperanza.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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