Este es el séptimo artículo de la serie Diez hechos básicos sobre el canon del Nuevo Testamento que todo cristiano debe memorizar. Puedes leer el artículo anterior aquí.
Una de las cosas que más confunden (y quizás preocupan) a aquellos cristianos que tienen dificultad en entender el desarrollo del canon del Nuevo Testamento, es el hecho de que los primeros autores cristianos citaron y usaron con frecuencia escritos no canónicos. En otras palabras, los primeros cristianos no solo utilizaban los libros de nuestro Nuevo Testamento actual, sino que también leían libros como El pastor de Hermas, el Evangelio de Pedro, y la Epístola de Bernabé.
Con frecuencia los cristianos descubren esto al leer un libro o artículo que critica duramente el canon del Nuevo Testamento, y este hecho se usa como razón para pensar que nuestros escritos del Nuevo Testamento no son nada especial. Se nos dice que las preferencias literarias de los primeros cristianos eran muy abiertas. O, como dijo un crítico, los primeros cristianos leían un “conjunto vivo e ilimitado de textos heterogéneos”.[1]
Ya que este hecho se utiliza para criticar la integridad del canon del Nuevo Testamento, todos los cristianos harían bien en aprender sobre esto. Aunque el hecho en sí mismo es cierto (los primeros cristianos leían y utilizaban muchos escritos que no están en el canon) las conclusiones que se extraen de él, a menudo no lo son.
Cuando los eruditos mencionan el uso cristiano de los escritos no canónicos, suelen obviar dos cosas:
1. La forma de las citas. Es importante hacer notar que, aunque los cristianos solían citar y utilizar literatura no canónica, raramente la citaban como Escrituras. En su mayor parte, los cristianos hacían uso de ellos como escritos útiles, iluminadores, o edificantes. Esto no es tan diferente de la práctica de nuestros días. Un predicador puede citar a C.S. Lewis en un sermón, pero no significa que esté poniendo la autoridad de Lewis al mismo nivel que las Escrituras.
Un buen ejemplo de este fenómeno es el uso que la iglesia de Rhossus dio al Evangelio de Pedro al final del segundo siglo. Los eruditos a menudo mencionan esta historia como evidencia de que los primeros cristianos no habían establecido un canon evangélico. Sin embargo, no existe evidencia de que esta iglesia utilizara el libro como si fueran las Escrituras.
Cuando realizamos la pregunta acerca de qué libros citaban los primeros cristianos como Escrituras con más frecuencia, la respuesta está, de manera abrumadora, a favor de aquellos que finalmente conformaron el canon del Nuevo Testamento.
2. Frecuencia de citas. Otro factor que se tiende a pasar por alto es el grado relativo de frecuencia entre las citas de libros del Nuevo Testamento y las de libros no canónicos. Por ejemplo, los eruditos suelen hablar de Clemente de Alejandría como un ejemplo estándar de cristiano temprano que utilizaba literatura no canónica a la par con la canónica. Sin embargo, cuando miramos la frecuencia de citas, esto está lejos de ser verdad.
Por ejemplo, J.A. Brooks ha observado que Clemente cita los libros canónicos “alrededor de 16 veces más que los libros apócrifos y patrísticos”.[2] Cuando se trata de los Evangelios, la evidencia es incluso mejor. Clemente cita los evangelios apócrifos solo 16 veces, mientras que cita el evangelio de Mateo 757 veces.[3]
Resumiendo, los cristianos necesitan memorizar este simple hecho acerca del canon del Nuevo Testamento: los primeros creyentes utilizaron muchos otros libros además de aquellos que llegaron a nuestras Biblias. Pero esto no debería sorprendernos, ya que, ciertamente, continuamos haciendo lo mismo hoy día aunque tengamos un Nuevo Testamento establecido por más de 1.600 años.
[1] Dungan, Constantine’s Bible (La Biblia de Constantino), 52.
[2] Brooks, “Clement of Alexandria” (Clemente de Alejandría), 48.
[3] Bernard Mutschler, Irenäus als johanneischer Theologe (Tübingen: Mohr Siebeck, 2004), 101.