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¿Cómo podemos conocer a Dios? Algunos piensan que sabemos acerca de Dios por medio de nuestra razón, deduciendo y especulando. Otros piensan que nuestro conocimiento de Él brota de la experiencia, ya sea mística o emocional.

Ambas alternativas tienen algo en común: el conocimiento de Dios tiene su listón en el ser humano. Estos criterios resultan en ideas subjetivas: “Yo pienso que Dios es así”, o “Yo siento que Dios es asá”. Basándose fundamentalmente en la razón o en la experiencia, la manera de concebir a Dios variará de una persona a otra.

Por otro lado, si el Dios verdadero es el Dios de la Biblia, no debemos imaginar que podemos conocerle al subir hasta el cielo con nuestra razón, ni al bajar a lo profundo de nuestra experiencia interior. No le podemos conocer según nuestra iniciativa, ni según nuestros recursos. No le podemos domesticar de esta manera. ¡Todo lo contrario!

“Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que sus caminos, y mis pensamientos más que sus pensamientos” (Is. 55:9). Dios, el creador, es mucho más alto que nosotros sus criaturas, de modo que necesitamos que Él tome la iniciativa para darse a conocer de maneras que nosotros podamos entender. Si no lo hace, nos quedamos en la oscuridad.

En su gracia, Él irrumpe en nuestra experiencia para revelarse. Nos explica cómo es Él, cómo actúa en el mundo, y cuál debe ser nuestra respuesta hacia Él. Dios nos revela no solamente información acerca de sí mismo, sino que se revela a sí mismo. Es decir, su revelación es más que simplemente doctrinas comprendidas por nuestra razón. Es también personal.

Según la Biblia, la revelación de Dios son las diversas maneras en las cuales Él se nos manifiesta. Resumiendo los datos bíblicos, en la teología protestante solemos hablar de dos clases de revelación: general y especial.

La revelación general

Toda persona en el mundo recibe la revelación general. Es una revelación generalizada en el sentido de que se extiende por toda la creación.

Diferentes textos bíblicos nos hablan de esta revelación. Por ejemplo, el Salmo 19:1-4 nos habla de la manifestación de la majestad y gloria de Dios que se extiende “por toda la tierra” y “hasta el extremo del mundo”. Dice que “no hay lenguaje ni palabras”, sino que son “los cielos [que] cuentan la gloria de Dios”. No se refiere ni a profecías ni a Escrituras. Más bien, este salmo nos dice que la creación misma emite un testimonio acerca de Dios. 

Por la revelación divina transmitida en la creación, todo ser humano percibe los atributos de Dios y sabe de su responsabilidad de obedecerle.

El apóstol Pablo reafirma esta idea en Romanos 1. Allí explica que, desde la fundación del mundo, algunas características invisibles de Dios, como “su eterno poder y deidad”, se manifiestan en la creación. Sus atributos invisibles se hacen visibles “por medio de las cosas hechas”, de forma tan evidente que nadie tiene excusa por su rebelión delante del creador.

Los ateos suelen decir que no ven evidencia suficiente como para creer en Dios. No obstante, según Pablo, toda persona conoce a Dios (v. 21). La revelación en la creación deja al ser humano sin excusa. Tristemente, muchas personas reprimen la verdad que ya saben acerca de Dios por medio de la creación, y se engañan a sí mismos (vv. 21-25). 

No solamente se revela la existencia y la naturaleza de Dios en la creación, sino también su ley. Romanos 2:14-15 dice que los gentiles que no tienen “ley” (la ley de Moisés que tuvieron los judíos), todavía son culpables delante de Dios porque en realidad tienen la ley escrita en sus corazones (la ley moral: un reflejo del carácter moral de Dios, que es vigente en cada época de la historia). Este hecho se evidencia en las diversas culturas del mundo que, a pesar de sus diferencias, suelen creer que es malo matar, mentir, robar, etc.

Resumiendo: la Biblia enseña que, por la revelación divina transmitida en la creación, todo ser humano percibe los atributos de Dios y sabe de su responsabilidad de obedecerle. Dios ha dejado testimonio de sí mismo en todas partes. Negarlo no se trata de ningún error inocente, sino que se considera necedad (Sal. 14:1; Ro. 1:22). 

La revelación especial

Hay otro tipo de revelación que a veces los teólogos llaman especial. Se llama así porque se enfoca de manera especial en el pueblo de Dios, y se vincula con la gracia y la salvación.

Si la revelación general se llama a veces natural porque se transmite por medio de la creación, la revelación especial se puede llamar sobrenatural. Se encuentra en teofanías (manifestaciones visuales de la presencia de Dios, como el ángel del Señor o la zarza ardiente); milagros (acontecimientos en la historia que son obviamente fuera de lo normal); comunicaciones (sueños y visiones), y palabras (como cuando Dios habla con Adán en Edén, y con Moisés en Sinaí).

¿Por qué tenemos la revelación especial? La revelación general es extensa y clara, pero resulta necesario que Dios nos explique algunas cosas que no se manifiestan en la creación. ¿Cómo qué? Si nos fijamos, antes de la Caída, Adán y Eva no experimentaron la misericordia de Dios. ¡No era necesaria! Como no habían pecado, no hacía falta el perdón ni la reconciliación. Pero después del pecado, lo que se revela en la revelación especial principalmente es el evangelio.

Cada vez que Dios ha hecho algo para la redención de su pueblo, ha acompañado estas obras con una explicación verbal.

También es cierto que Dios revela de manera verbal muchos mandamientos. Pero cuidado: no debemos pensar que el propósito de los mandamientos bíblicos en la revelación especial es ayudar a la gente a salvarse a sí misma por su propia obediencia. No es que Dios dijera: “Bueno… quizá mi ley escrita en sus corazones no es suficientemente clara… se las explicaré con más lucidez y más detalle, y a ver si entonces serán capaces de obedecer”.

Pablo dice todo lo contrario: la ley sirve para dejar en claro la responsabilidad de todos de su pecado delante de Dios (Ro. 3:19-20), y también sirve para llevar a la gente a Cristo (Gá. 3:24). En el fondo, la revelación especial se centra en la persona de Jesucristo.

La revelación especial viene por medio de hechos y palabras. Dios tiene que obrar para salvar, pero también tiene que explicar lo que está haciendo. Cada vez que Dios ha hecho algo para la redención de su pueblo, ha acompañado estas obras con una explicación verbal. La salvación no sería posible si Dios no le hablara al hombre.

Tomemos por ejemplo la muerte de Cristo. Imagínate vivir con Jesús, pero con un Jesús mudo. Vives con Él, ves todo lo que hace pero, en el tiempo que estás con Él, nunca le escuchas explicar nada de lo que está haciendo. Camina sobre el agua, multiplica los panes y los peces, y sana a la gente, pero no dice que es el Hijo de Dios, que es el salvador de su pueblo, ni que su muerte es para el perdón del pecado. Cuando muera en la cruz, ¡no entenderías nada del significado de este gran acontecimiento! Por eso hace falta la explicación verbal.

Gracias a Dios tenemos palabras de explicación registradas en la Biblia. Como estas: “Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos” (Mr. 10:45).

Conclusión

No estamos en tinieblas porque nuestro creador se ha revelado. Su revelación en la creación es tan abundante que podemos decir que nadamos en ella. En la Biblia tenemos el registro fiel de sus hechos obrando salvación en Jesús y las palabras que la explican y la aplican. Acerquémonos a Dios no según nuestros criterios, sino recibiendo su revelación con fe.


Imagen: Unsplash.
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