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Cuando nací de nuevo, lo primero que quise hacer fue servir a Dios. Me presenté con el pastor de la iglesia local y le dije que estaba dispuesto a servir; le pregunté si me permitiría cortar el césped del edificio donde nos reuníamos. Su respuesta fue, “¿Y ya cortaste el césped de tu casa?”.

El césped de mi casa me llegaba hasta las rodillas.

Esto me enseñó una lección muy importante: debía aprender a servir a Dios en mi casa, donde me siento con todos los derechos. Hacer de todo dentro de la iglesia es fácil, pero rendir todo en casa, en lo pequeño, nos transforma profundamente.

Nos hace darnos cuenta si realmente tenemos corazones de siervos.

Siervos humildes

Por la pecaminosidad de nuestros corazones, la palabra “siervo” ha sido devaluada en muchas iglesias. “El gran siervo de Dios”, escuchamos decir. Es claro que tenemos un problema cuando el siervo se convierte en algo más grande que el mismo servicio a Dios y la edificación de los hermanos.

Hay mucha gente que dice estar lista para servir y ¡tienen razón! Cada miembro de la Iglesia es llamado a servir. ¿Por qué no lo hacen? Usualmente porque “servir” significa que quieren estar en la alabanza, predicar, o por lo menos ser líder de alguna comunidad. Estas personas buscan una posición en la que se sientan con autoridad, aunque muy probablemente no te lo dirán con esas palabras. Quizás ni siquiera estamos conscientes, pero llegamos a pensar que estamos “desperdiciando nuestras dones” en una posición que consideramos inferior.

Lo que se nos olvida es que todos somos inferiores; solo Cristo es superior y Él mismo es el mayor ejemplo de humillación… uno que no podemos ignorar (Fil. 2:1-11).

Sirviendo cuando nadie nos ve

Luego de mi primer intento, y habiendo cortado el césped en mi casa, volví con el pastor para preguntarle de nuevo si podía servir. A primera vista parecía que todos los lugares estaban ya ocupados; había gente sirviendo en muchas áreas. Entonces me di cuenta de que al costado del edificio había una montaña de tierra y rocas, sobrante de la edificación que se había realizado. Pregunté si me daban oportunidad de quitarla de ahí y usarla para dar firmeza a la tierra del área de estacionamiento, y me dijeron que sí.

Parecía que todos los lugares estaban ocupados… hasta que vi al costado del edificio una montaña de tierra y rocas.

Así que cada domingo por la tarde, cuando no había nadie en el edificio, iba con una pala y un par de cubetas a mover la tierra. Mi carácter cristiano estaba siendo formado durante esos meses, entendiendo que solo era Dios quien veía mi servicio, ¡y que yo no necesitaba nada más! Algunos domingos, dos o tres personas se añadían a servir también para gloria de Dios y bien de la congregación.

Todos sabemos que los ministerios donde la mayoría quiere servir es en la alabanza, en la predicación, y en la enseñanza. Pero, ¿por qué? Es posible que, tristemente, la razón es que  queremos que nos vean. Podríamos decir “que me vean a mí, pero apuntando a Cristo”, pero esto suele ser solo una forma de engañarnos a nosotros mismos (y una forma de hacerme reír). Debemos examinar nuestro corazón. Debemos aprender a servir a Dios con el mismo gozo, sea cual sea el lugar, y hacerlo solo para Él. Cuando servimos realmente para gloria de Dios, la Iglesia es edificada, ya sea que estés acomodando sillas o escribiendo un sermón.

Normalmente no llegamos buscando barrer, trapear, o limpiar baños en nuestro servicio a Dios, porque creemos que esto no es “espiritual”. Pero debes entender algo: nada de lo que hagas es espiritual si no lo haces en unión con el Espíritu de Dios. Y el hecho de que pienses que hay cosas que no son para ti por tu “nivel espiritual” indica que no estas siendo espiritual en tu carácter cristiano. Lo más triste es que hay personas que quieren servir en la limpieza precisamente porque creen que no se requiere ser un ejemplo de cristiano para hacerlo, menospreciando así su servicio a Dios.

La Iglesia no es una empresa donde buscamos ir escalando hasta ser dueños o jefes. La Iglesia es un cuerpo, una familia. La misión de cada uno es edificar al resto con las habilidades y dones que Dios le ha dado, pero sobretodo con el corazón lleno de amor por cada uno de los miembros de la familia.

Nada de lo que hagas es espiritual si no lo haces en unión con el Espíritu de Dios.

Tu servicio no se trata de ti

Si crees que los líderes de tu iglesia no ven los dones que en hay ti, recuerda a David, el pastor que fue rey pero no estaba a la vista de nadie. Ni siquiera era considerado por su propia familia, pero Dios lo vio detrás de las ovejas. Mira a Elías, quien no era alguien de renombre en el pueblo de Israel, pero Dios lo trajo de las montañas para mostrar que Él es juez. También José, vendido y encarcelado injustamente, pero llevado por Dios a una posición en la que salvaría a Israel de la hambruna.

Pero sobretodo, recuerda que Dios no eligió a sus siervos por sus habilidades o dones; no los eligió por ser los más fuertes, valientes, elocuentes o por su gran liderazgo; mucho menos los eligió pensando que sin ellos no podría llevar a cabo su plan. Dios es el protagonista de la historia de redención, ayer, hoy, y siempre. En cada pasaje de la Escritura podemos ver corazones quebrantados y un Dios todopoderoso; una vida débil, pero un Dios lleno de gracia. Que así sea en nosotros también.

Para servir a Dios sobran lugares, lo que hace falta son corazones dispuestos a entregarse en amor. Jesús mismo nos da ejemplo de ello sirviéndonos en amor, abandonando su gloria por amor al Padre y a su pueblo.

Para servir a Dios sobran lugares, lo que hace falta son corazones dispuestos a entregarse en amor.

No importa si sirves a la iglesia desde el púlpito o de anfitrión, en la alabanza o limpiando, con un gran grupo o con una sola persona. Lo que debe recordar la gente a quien sirves es a Jesús y su evangelio, no a ti.

“Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús…” Filipenses 2:5.


Imagen: Lightstock.
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