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Los adolescentes a nuestro alrededor no están bien.

A mediados de febrero, el Centro para el Control de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC) publicó un reporte al respecto (en inglés). Señala que en el 2021 una de cada tres chicas adolescentes en el país consideró suicidarse, lo que representa un aumento del 60 % desde el año 2011. También se informa que el 57 % de las adolescentes reportaron tristeza o desesperanza persistente.

Las estadísticas revelan que los chicos adolescentes están en una situación similar, pero en una escala menor que en las mujeres (p. ej.: el 14 % de los chicos adolescentes consideraron suicidarse, en vez del 30 % femenino; y uno de cada tres adolescentes experimenta tristeza y desánimo persistente).

Aunque estas estadísticas no representan al mundo hispano, una de las causas principales para que los adolescentes en Estados Unidos estén en esta condición crítica también está presente en nuestros países.

Me refiero a las redes sociales, especialmente a Instagram por su uso extendido y su efecto ya demostrado en adolescentes —depresión y ansiedad—, que Meta (la empresa dueña) ha querido ocultar a pesar de tener información sobre esto desde el 2018 (en inglés).

A pesar del uso maravilloso que podemos dar a estas plataformas, necesitamos reconocer las formas en que hacen tanto daño a los jóvenes.

“¿Qué pensábamos que les pasaría?”

Así lo explica (en inglés) Jonathan Haidt, célebre psicólogo social, basándose en una amplia cantidad de estudios académicos que demuestran el impacto nocivo de las redes sociales en la juventud y los adolescentes desde el año 2012:

La gran sorpresa en los datos del CDC es que la pandemia de COVID no tuvo mucho efecto en las tendencias generales, que siguieron avanzando como lo han hecho desde alrededor de 2012. Los adolescentes ya estaban socialmente distanciados en 2019, lo que podría explicar por qué las restricciones de COVID agregaron poco a sus tasas de enfermedad mental en promedio.

Mientras en mi libro Espiritual y conectado (B&H Español, 2022) dediqué varios capítulos a los efectos nocivos de las redes que conocemos desde hace años, hoy estamos en una situación nueva. Ahora, como señala Haidt, hay pruebas de que las redes sociales como Instagram son una causa primaria y no secundaria para la depresión y la ansiedad generalizada en los adolescentes.

Si lees inglés, en este documento administrado por Haidt puedes conocer más sobre los estudios que en conjunto demuestran este efecto en la juventud.

Los adolescentes a nuestro alrededor viven sin cultivar amistades profundas porque pasan el tiempo frente a sus pantallas, moviendo un pulgar de abajo hacia arriba para consumir más contenido, y comparando sus vidas con las vidas editadas que otros comparten en sus perfiles virtuales. Se mantienen bombardeados por toda clase de información y estímulos que socavan su capacidad para la atención y les empuja a la confusión, apatía por la vida y hasta la depresión. No están preparados para lidiar con el mundo real como deberían estarlo, porque están mayormente encerrados en burbujas virtuales, donde tienen la aprobación rápida de otras personas y sus creencias y actitudes nunca son confrontadas.

Estos y muchos otros efectos que podemos mencionar, y que puedes llegar a notar en los adolescentes a tu alrededor, dejan claro que las redes sociales —y de manera particular Instagram, por su énfasis en lo superficial y atractivo— representan un peligro serio para nuestros adolescentes, en especial para las jovencitas.

Como Haidt concluye en su ensayo:

Hay una causa gigante, obvia, internacional y de género [para la crisis que vemos en las adolescentes desde el año 2012]: las redes sociales. Instagram se fundó en 2010. Entonces también se lanzó el iPhone 4, el primer teléfono inteligente con una cámara frontal. En 2012, Facebook compró Instagram, y ese fue el año en que explotó su base de usuarios. Para 2015, se estaba volviendo normal que las niñas de doce años pasaran horas todos los días tomándose selfies, editándolas y publicándolas para que las comentaran amigos, enemigos y extraños, mientras también pasaban horas cada día revisando fotos de otras chicas y celebridades femeninas fabulosamente ricas con (aparentemente) cuerpos y vidas muy superiores. Las horas que las niñas pasaban cada día en Instagram se tomaron del sueño, el ejercicio y el tiempo con amigos y familiares. ¿Qué pensábamos que les pasaría?

Nuestra respuesta como iglesia

¿Cómo debemos encarar como iglesia esta situación y servir mejor a nuestros adolescentes? Déjame hablarte aquí sobre cinco de las ideas que desarrollo, junto a otras y con mucho más detalle, en Espiritual y conectado.

1) Reconozcamos el pecado en los adolescentes

Algo importante para recordar frente a esta realidad es que nuestros adolescentes son pecadores como tú y como yo. Instagram existe para obtener ganancias mientras fomenta distracción y vanidad en nosotros, pero esta red social no crea corazones que amen el entretenimiento, sean egocéntricos y se depriman al compararse con otras personas. Nosotros ya somos así por nuestro pecado. El verdadero dilema de las redes sociales es que somos el problema principal en este asunto.

Lo que más necesitan los adolescentes no es simplemente pasar menos tiempo en redes sociales; lo que más necesitan es a Cristo

Si abordamos este problema pensando que la causa principal está en las redes sociales, entonces somos como los fariseos a los que Jesús tuvo que explicarles: «Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero comer sin lavarse las manos [y pudiéramos decir, pasar tiempo en redes sociales] no contamina al hombre» (Mt 15:19-20).

Lo que más necesitan los adolescentes no es simplemente pasar menos tiempo en redes sociales; lo que más necesitan es a Cristo. Esto nos lleva a la siguiente idea.

2) Expongamos la idolatría detrás de esta crisis

Aunque es evidente que debemos alentar a los adolescentes a pasar menos tiempo en las redes sociales —y si somos padres podemos ejercer nuestra autoridad bíblica para tomar decisiones al respecto al establecer límites que consideremos saludables—, debemos abordar esta problemática con más profundidad.

Con la Biblia abierta y en la mano, debemos reconocer que detrás de esta crisis sistemática hay un problema de idolatría: nuestros adolescentes buscan en Instagram —en el entretenimiento, las apariencias y los contactos que tienen allí— la paz, seguridad y gozo que solo se encuentran en Dios. Esta es una realidad que las redes sociales explotan para su beneficio financiero haciendo que sus apps sean adictivas, lo que contribuye a que muchos adolescentes usen tanto estas plataformas y, por ende, sean afectados de maneras negativas.

Nuestros adolescentes buscan en Instagram la paz, seguridad y gozo que solo se encuentran en Dios

Proclamemos con gozo la verdad de que una vez que estamos satisfechos en Dios, somos libres del temor al hombre que las redes sociales fomentan en nosotros. Somos libres de las comparaciones y nuestra ansia de distracción y entretenimiento constante, pues ahora queremos vivir para la gloria de Dios. Somos libres para ver, en medio de todo el ruido que nos rodea, que nuestra vida tiene un propósito eterno y que podemos encarar la realidad de este mundo caído con la confianza puesta en el Salvador que nos ama sin medida. Este es el antídoto más eficaz contra el peligro que las redes sociales representan por diseño para el bienestar de los adolescentes.

3) Eduquemos a la nueva generación

Los adolescentes en nuestra cultura odian ser manipulados. Sin embargo, muchos ignoran cómo las redes sociales están diseñadas para manipularlos y llevarlos a pasar más tiempo en sus aplicaciones y ser moldeados por sus algoritmos. Por eso resulta muy útil señalar esta verdad para animarlos a ser más intencionales en cómo usar estas plataformas y considerar si en verdad quieren seguir allí o no.

En mi experiencia, cuando hablo con jóvenes sobre cómo ellos son manipulados por las redes sociales, ellos siempre desean por iniciativa propia buscar la disciplina para abandonar las redes o pasar menos tiempo en ellas. Entonces es mucho más fácil guiarlos en ese proceso en vez de simplemente decirles desde el comienzo que deben irse de las redes sociales (o pasar menos tiempo allí) y punto, sin haberlos educado previamente. Por supuesto, esto requiere informarnos de los asuntos básicos sobre cómo las redes sociales nos afectan negativamente.

4) Seamos ejemplo de sabiduría digital

Los adolescentes detectan con facilidad las incoherencias en nuestras vidas. Si algo les desagrada ver a su alrededor es la falta de autenticidad. No tenemos credibilidad ante ellos si no vivimos las cosas que predicamos.

Si queremos enseñarles a las nuevas generaciones a ser libres de la esclavitud y las tendencias que las redes sociales promueven, ellos deben ver en nosotros esa misma libertad y gozo al que los estamos llamando. Ellos deben ver en nuestro día a día un uso sabio e intencional de la tecnología, diferente a cómo la usa el resto del mundo que no conoce a Cristo.

Nuestros adolescentes deben ver en nuestro día a día un uso sabio e intencional de la tecnología, diferente a cómo la usa el resto del mundo que no conoce a Cristo

Como iglesia, esto también nos recuerda que es sabio depender menos de las redes sociales para nuestra comunicación o discipulado. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene aconsejar a los jóvenes que pasen menos tiempo en Instagram o Facebook, mientras al mismo tiempo los invitamos a ver nuestras publicaciones, carruseles o transmisiones en vivo? Más bien, debemos hacerles ver que una vida más desconectada es posible en un mundo en el que hasta en los colegios y las universidades se ha presentado como una obligación tener WhatsApp o Instagram, cuando en realidad no tiene que ser así.

5) Mostremos hospitalidad hacia los adolescentes

Además de lo mencionado, no olvidemos que un problema colectivo como este requiere una respuesta colectiva. Es por eso que dediqué todo el último capítulo de mi libro a hablar del valor de la iglesia local en nuestra era de redes sociales.

Cuando un joven abandona las redes sociales, esto no lo hace más feliz de manera automática. No hay una mejoría inmediata en la salud mental. Más bien, las primeras semanas son de mucha ansiedad e incomodidad, similar a lo que experimenta cualquier persona cuando quiere dejar una adicción. Al mismo tiempo, como Haidt señala en su ensayo citado arriba, los adolescentes que se marchan de las redes a menudo experimentan por algún tiempo una depresión mayor. ¿Por qué? Porque la única comunidad que tenían, o la más importante para ellos, era aquella a la que accedían y con la que mantenían comunicación en redes. Entonces ahora se sienten solos y fuera de lugar en el mundo.

Esto significa que si queremos servir a nuestros adolescentes, no debemos solo decirles que abandonen estas redes sociales peligrosas o pasen menos tiempo en ellas: también debemos ser hospitalarios con ellos. Me refiero no solo a abrirles las puertas de nuestras casas, sino también de nuestras vidas para escucharlos, acompañarlos en sus luchas, cultivar amistades con ellos, y saber cómo aconsejarlos con la Palabra y enseñarles a vivir como discípulos que florecen en la comunidad única que es la iglesia local.

Si queremos servir a nuestros adolescentes, no basta decirles que abandonen las redes sociales o pasen menos tiempo en ellas: debemos ser hospitalarios con ellos

Mi generación millennial y las anteriores nunca debemos olvidar que, junto al poder cultural que se nos ha dado, tenemos la responsabilidad moral de hacer lo que esté a nuestro alcance para servir a las nuevas generaciones. En medio de esta crisis de alcance masivo y que sigue creciendo, oremos que Dios nos dé la sabiduría para ser hospitalarios con nuestros jóvenes y dirigirlos a Cristo, con la mirada puesta en lo eterno.

Iglesia, no ignoremos los peligros de Instagram y otras redes sociales para nuestros adolescentes, ni tampoco ignoremos nuestro deber frente a esta realidad.

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