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Francamente, quedé sorprendida. Al pensar en Frankenstein, imaginaba a la monstruosa criatura que ya se ha vuelto icónica. Visualizaba a un hombre fuera de sí creando a un ser desfigurado. La lectura de esta novela, sin embargo, me introdujo en la tormentosa relación de una criatura insatisfecha con su creador.

Esta escena no me parece ajena. Como la criatura de Frankenstein, muchos nos hemos atrevido a reclamar sobre nuestra condición. El problema es que olvidamos que nuestro Creador no es como nosotros.

Frankenstein o el moderno Prometeo es una novela de ciencia ficción publicada a principios del siglo XIX por la escritora británica Mary Shelley. Es una obra clásica adelantada a su época que inspiró muchas adaptaciones en cine y teatro. Fragmentos de la historia se han convertido en leyenda popular. La novela narra la vida del científico Victor Frankenstein antes y después del fatídico acto de crear un horrible ser capaz de sentir y razonar.

La intensidad de las emociones y las consecuencias de las acciones de los personajes ponen en duda al verdadero monstruo del relato. Al escuchar los reclamos e insatisfacciones de la criatura, recordaba lo afortunados que somos de que el Dr. Frankenstein no fuera nuestro creador.

Lo que Victor Frankenstein creó fue errático e imperfecto desde el principio; nosotros fuimos creados a imagen de nuestro Dios perfecto

Nuestro Creador es bueno

Desde el principio de la historia, Frankenstein deja entrever que su labor científica fue motivada por algo diferente al amor por la verdad y el progreso; su investigación fue motivada por el egoísmo. Su proyecto alimentaba su vano deseo de poseer conocimientos superiores y tener el poder sobre criaturas que estuvieran en deuda con él.

Por supuesto, lo que Victor Frankenstein creó fue errático e imperfecto desde el principio. Esto contrasta con la realidad de que nosotros fuimos creados en perfección a imagen de nuestro Dios perfecto. Nuestro Creador contempló su creación y declaró que era buena en gran manera (Gn 1:31).

Dios nos miró con agrado, pero la criatura de Frankenstein pregunta a su hacedor en angustia y desolación: «¿No hay modo de conseguir que contemples con agrado a tu criatura, que implora tu bondad y compasión?» (pos. 2285).

Aunque en ocasiones le presentemos ávidos reclamos a Dios, su soberanía y bondad son evidentes desde el principio de la creación. Nuestro Creador es bueno incluso en las circunstancias más desoladas de nuestra vida. La Biblia declara que Él es bondadoso en todo lo que hace y que sus intenciones para con sus hijos, escogidos y amados, son de bien (Ro 8:28).

Podemos alegrarnos de que, a diferencia de Frankenstein, «el Señor es bueno con todos y desborda compasión sobre su creación» (Sal 145:9). Incluso cuando nuestro pecado nos volvió criaturas despreciables, nuestro buen Creador nos amó y proveyó salvación para nosotros (Ro 5:8).

Nuestro Creador es compasivo

Victor Frankenstein tuvo poca compasión por su criatura. La vida del ser que creó fue considerada un error terrible y una idea despreciable. A partir de que la creación tomó vida, Frankenstein abandonó su obra tratando de olvidar su trágico logro. 

El científico frustrado hace dos cosas a lo largo de la historia: huye de su creación o la persigue a muerte consciente de su error. La criatura de Frankenstein tenía razones para afirmar que: «Entre la vasta inmensidad de seres humanos que existía, no había nadie que pudiera apiadarse de mí o que me brindara su ayuda» (pos. 2871). Reclamaba con razón a su creador: «Solo a ti podía exigir piedad y compensación» (pos. 2922). Mientras que Frankenstein fue incapaz de tener piedad por el malvado ser que había formado, nuestro Creador entiende nuestras debilidades y se compadeció de nuestros corazones.

Jesús siempre fue el plan del Creador para nuestra salvación. Aunque la comprensión y compasión están ausentes en muchas de nuestras relaciones, Dios nos proveyó de un perfecto Salvador que nos entiende plenamente. Nuestro Creador nos invita a acercarnos con toda confianza ante Él por medio de Jesús, porque «allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos» (He 4:15).

Mientras que Frankenstein fue incapaz de tener piedad por el malvado ser que había creado, nuestro Creador entiende nuestras debilidades y se compadeció de nuestros corazones

¡Cuánto hubiera anhelado la criatura de Frankenstein un Creador como el nuestro! Un Hacedor capaz de entender y compadecerse de sus aflicciones más profundas y brindar su ayuda a través de un amoroso Salvador. 

Nuestro Creador nos ama

Desde el momento en que la criatura tomó vida, Frankenstein detesto la obra que sus manos habían formado. Era incapaz de amar a su creación, más bien la aborrecía. El monstruo le recitaría en desesperación: «¡Qué insensible y despiadado creador! Me dotaste de percepciones y pasiones y luego me abandonaste a mi suerte» (pos. 2921). El desprecio de Frankenstein le impidió proveer afecto y comprensión a su necesitada criatura. Pero nuestro Creador no nos abandonó a nuestra suerte, sino que actuó en amor. Dios proveyó el vínculo que tanto necesitábamos para restablecer la relación que habíamos perdido.

Incluso conociendo nuestro monstruoso pecado, nuestro Creador proveyó a su único Hijo para que pudiéramos ser limpios y agradables ante Él. El sacrificio de Jesucristo por sus pobres criaturas fue la expresión más grande de amor por parte de nuestro Creador (Jn 3:16).

Entender la magnitud del amor de Dios nos permite aferrarnos a su bondad en medio de la incertidumbre de un mundo repleto de pecado. Su amor nos permite asegurar que «a pesar de todas estas cosas, nuestra victoria es absoluta por medio de Cristo, quien nos amó» (Ro 8:37). Sin importar lo que suceda, nuestro Creador recibirá con brazos abiertos a sus criaturas redimidas mediante Cristo.

Nuestro Creador no nos abandonó a nuestra suerte, sino que actuó en amor. Dios proveyó el vínculo para restablecer la relación que habíamos perdido

Nos parecemos mucho a la criatura de Frankenstein. Nos sentimos desolados en un mundo caído, justificamos nuestros actos de maldad y exigimos lo que no merecemos. Pero hay una diferencia que sobresale: nuestro Creador. A diferencia de Victor Frankenstein, Dios es verdaderamente bueno, compasivo y amoroso.

La bondad de nuestro Creador permanece aun cuando las circunstancias sugieran lo contrario. Dios fue compasivo con nosotros a pesar de nuestro pecado y por su incomparable amor podemos acercarnos con plena confianza ante Él. La próxima vez que sientas el impulso de reclamarle, mira la grandeza de tu Hacedor y su abundante amor mostrado en la cruz.

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