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El 27 de abril hubiese sido el cumpleaños número 100 del fallecido John R. W. Stott.

Es posible que muchos hoy en día no conozcan el nombre de este líder evangélico anglicano que tuvo gran renombre durante gran parte del siglo XX. Sin embargo, Stott merece ser redescubierto; puede ser que lo necesitemos ahora más que nunca.

Los agrupadores y los divisores

Stott, el antiguo rector de la Iglesia All Souls, Langham Place, se lamentó de la tendencia evangélica hacia la fragmentación, señalando que los biólogos podrían clasificarse como “agrupadores” o “divisores”, dependiendo de su tendencia a agrupar los organismos en categorías o a enfatizar las diferencias entre ellos. Por ejemplo, uno podría hablar sobre las características de las aves, mientras que otro podría irritarse cuando alguien le llame pato a un ánade real. Stott escribió que lo mismo tiende a suceder dentro de la comunidad cristiana. Algunos enfatizan las similitudes dentro del cuerpo de Cristo, mientras que otros se enfocan en las diferencias distintivas entre los grupos cristianos.

Stott merece ser redescubierto; puede ser que lo necesitemos ahora más que nunca

“Sin embargo, ambos procesos se vuelven dañinos si se llevan demasiado lejos”, aconsejó Stott. “Algunos cristianos continúan dividiéndose eternamente hasta que ya no son una iglesia sino una secta. Me recuerdan al predicador descrito por Tom Sawyer que ‘redujo a los predestinados elegidos a un grupo tan pequeño que apenas valía la pena salvarlos’. Otros agrupan a todos indiscriminadamente hasta que nadie queda excluido”.

La influencia de Stott perdura porque se negó a agruparse o dividirse, excepto en las formas que encontró exigidas por el evangelio. Si el objetivo principal de Stott hubiese sido su carrera eclesial en la Iglesia de Inglaterra (Church of England), bien pudo haber buscado la unidad que evitara los interrogantes sobre temas como la inspiración verbal de las Escrituras, la naturaleza objetiva de la expiación, la historicidad necesaria del nacimiento virginal y la resurrección corporal, sin mencionar las enseñanzas bíblicas sobre temas tan controvertidos culturalmente como el matrimonio y la sexualidad. Sin embargo, Stott a menudo señaló que, para él, “anglicano” era el adjetivo y no el sustantivo. Era un cristiano anglicano y eso significaba que su fidelidad al anglicanismo siempre estaba subordinada a su fidelidad al mero cristianismo del evangelio.

El anglicanismo de Stott

Este sentido de sí mismo y de su misión significó no solo que Stott podía hablar, y lo hizo, con cristianos evangélicos en casi todas las denominaciones. Los bautistas aprendieron a predicar leyendo su libro La predicación: Puente entre dos mundos. Los pentecostales defendieron la naturaleza sustitutiva de la expiación con La cruz de Cristo. Los presbiterianos trabajaron a través del Sermón del monte con los comentarios de Stott. Los misioneros de casi todas las tribus evangélicas concebibles aprendieron a articular una misiología que une el amor a Dios y el amor al prójimo, la fe en Cristo y la obediencia a Él, a través del trabajo de Stott con el Pacto de Lausana.

También significó que Stott podía ser un mejor anglicano. Después de todo, si la Iglesia de Inglaterra es solo una forma de ser un mejor inglés, los ingleses ya casi no la necesitan, fuera de la celebración de una ceremonia de boda real una o dos veces por década y el mantenimiento de la abadía de Westminster. Este es el tipo de iglesia que el filósofo Roger Scruton describió como “mi religión tribal, la religión de los ingleses, que no creen una palabra de ella”. Pero Stott y su compañero de milicia J. I. Packer, estaban entre los que no veían su comunión como un puesto de avanzada cultural, sino como una forma de expresar algo mucho más grande que la iglesia inglesa, mucho más grande que la propia Inglaterra: la fe construida sobre las Escrituras inspiradas por Dios.

La mayor parte de las críticas no se referían a la doctrina o práctica de Stott, sino a su negativa a luchar

De esta manera, el anglicanismo de Stott, lejos de ser el lado perdedor anticuado en algunas luchas burocráticas en Canterbury, ahora está representado en un anglicanismo vasto y creciente que se ve en África, Asia y en plantaciones de iglesias en ciudades de América del Norte. Ninguna de estas iglesias está establecida por la cultura inglesa. De hecho, a la mayoría de sus congregantes le resultaría imposible nombrar a más de una de las esposas de Enrique VIII. Pero conocen a los profetas y los apóstoles, los credos y las liturgias y, sobre todo, el evangelio.

La convicción evangélica de Stott fue considerada fundamentalista por algunos de sus compañeros. Sin embargo, en el mundo del cristianismo evangélico, especialmente en Estados Unidos, a veces se sospechaba de él como “de poca sustancia”. Después de todo, no se dividía lo suficiente. Se preguntaban: ¿Por qué seguía siendo anglicano, ya fuera como un adjetivo o un sustantivo? ¿Por qué no se metió en los acalorados debates sobre el significado del milenio en Apocalipsis 20? Si era reformado (en la línea de Cranmer), ¿por qué no iba más allá de defender la expiación sustitutiva penal y exigía también una expiación limitada? Stott fue uno de los predicadores más completos del evangelicalismo mundial en temas de ética cristiana personal y social, pero, se preguntaban, ¿por qué no estaba al frente de las guerras culturales?

Peleando las batallas correctas

Al mirar más detenidamente algunas de las críticas a Stott, podemos ver lo que debió haber sido un presagio de cosas preocupantes por venir. La mayor parte de las críticas no se referían a la doctrina o práctica de Stott, sino a su negativa a luchar, la cual generalmente se definía como declarar cierta lealtad tribal para ayudar a una facción a derrotar a otra en una controversia. Gran parte de esto se debió al hecho de que Stott se negó a emplear una retórica apocalíptica, excepto en referencia al Apocalipsis. Sabía que el resentimiento podía ser un poderoso motivador social. Se puede conseguir seguidores identificando a los villanos y diciendo: “¡Ellos piensan que son mejores que nosotros!”.

Pero también sabía que este no era el camino de Jesús. Jesús estaba dispuesto a dividir hogares, aldeas y naciones sobre la pregunta de “¿Quién dicen que soy Yo?” (Mt 16:15), pero no audicionó para las facciones, ya sean pro-romanos o zelotes, respondiendo a sus preguntas de “¿Quién dices tú que somos nosotros?”. Las personas que Jesús reunió debían ser impulsadas por el Espíritu, no por los apetitos de “la carne”, ya sea de las glándulas sexuales o suprarrenales.

Stott, por lo tanto, enfatizó la integridad, una unidad, tanto en doctrina como en misión. Es por eso que se negó a poner “ambos/y” donde la Biblia pone “uno/o”. No puede ser Yahvé y Baal, Dios y Mammón, la adoración a ambos Jesús y al César. Pero, también se negó a poner un “uno/o” donde la Biblia pone un “ambos/y”. Debemos ocuparnos de la gracia y de la verdad, la exposición y la aplicación, la evangelización y la justicia, ambos el amor a Dios y el amor al prójimo, la responsabilidad y la misericordia, la convicción y la bondad, ambos intelecto y emociones, tanto aquellos con raíces en una denominación y con los conectados globalmente.

Stott enfatizó la integridad, una unidad, tanto en doctrina como en misión

Stott no buscó agrupar por el simple hecho de agrupar, ni dividir por dividir. Tanto la unidad como el sectarismo podrían estar exigiendo ídolos, si se hacen de manera definitiva. En cambio, buscó el equilibrio: no el equilibrio que ve hacia dónde se dirigen los extremos del momento y trata de dividir la diferencia, sino el equilibrio que reconoce que somos propensos a divagar y que hay más de una dirección fuera del camino de las ovejas. El camino de regreso no es yendo en la dirección opuesta a la oveja que uno considera peor que uno mismo, sino escuchando la voz del Pastor.

En su cumpleaños número 100, consideremos que Stott pudo haber tenido un nombre mucho más grande. Quizás hubiera podido ser arzobispo de Canterbury si se hubiera agrupado un poco más. Pudo haber recaudado millones a través del correo directo advirtiendo que deberíamos “actuar ahora o lo perderemos todo” si hubiera querido dividir un poco más. Pero, en cambio, eligió ser un discípulo, demasiado rígido para aquellos que quieren que el término “cristiano” modifique su liberalismo y demasiado blando para aquellos que quieren que el término “cristiano” modifique su fundamentalismo. Quería ser cristiano y modificar todos los modificadores, siempre y cuando estos describan algo distinto a Jesús. Estaba dispuesto a ser olvidado y es por eso que lo recordamos. Estaba dispuesto a ser prescindible y es por eso que lo extrañamos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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