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A las 3:11 PM del 15 de enero del 2009, el vuelo 1549 de la aerolínea US Airways salió del Aeropuerto Internacional LaGuardia de Nueva York, con 150 pasajeros y 5 tripulantes a bordo del Airbus A320. Todo transcurría con normalidad hasta que dos minutos después del despegue una bandada de barnaclas impactó en el fuselaje y los motores del avión. Esto obligó a Chesley “Sully” Sullenberger, capitán de la nave, a hacer un amerizaje en el río Hudson cerca de las 4:00 PM. El capitán dijo al programa 60 minutes de CBS que tomó la decisión de amerizar sobre las gélidas aguas del Hudson porque un aterrizaje en el aeropuerto hubiera sido catastrófico debido a la situación de los motores, y además, podría haber causado un desastre al atravesar áreas de mucha población. Este piloto también es conocido por ser un experto en seguridad aérea, y en el momento de la emergencia su reto no era de información, pues eso él lo tenía; su mayor reto era de decisión y que ésta fuera correcta.

Me parece que en la vida cristiana, principalmente en el mundo occidental, muchos creyentes nos vemos envueltos en las dinámicas que se dan entre manejar informaciones bíblicas teológicas y tomar decisiones correctas. Nuestro problema no es el mismo del mundo no occidental. Ellos tienen problemas de información: no tienen acceso a buenos libros, ya sea porque no están traducidos o porque no pueden ser adquiridos. En algunos lugares no tienen acceso fácil a algo tan básico como la Biblia porque está prohibida.

Recuerdo que para los Juegos Olímpicos en China a unos pastores no le permitieron la entrada al país y les confiscaron las 300 Biblias que trataron de introducir. Estuve en Egipto en el 2010 y pude ver la opresión espiritual que se vive allí, donde los escasos cristianos necesitan que Dios derrame gracia abundante para poder crecer y para poder alcanzar a otros para Él. Allí también escasea la información bíblica, pues el dominio del Islam es severo. En el mundo occidental vivimos todo lo contrario. Tenemos acceso libre a todo tipo de información, sean estas buenas o malas. Podemos comprar los libros que queramos, ya sea de manera física o electrónica.

Podemos transitar libremente hasta los templos y escuchar la exposición bíblica. Tenemos la radio, TV, internet, Facebook, Twitter, páginas web, blogs, revistas, etc. Todos estos recursos nos confirman los distintos niveles de información que podemos manejar. En el mundo occidental, los creyentes en Cristo estamos distribuidos  entre diferentes niveles de información. Algunos solo tienen una idea o conocimiento general del tema, mientras otros se encuentran en un nivel especializado. Claro, esa distribución depende mucho del ambiente teológico en el que esté, de los recursos económicos, de su nivel espiritual… Pero la información bíblica teológica no es como en el mundo no occidental.

Es por eso que pienso que aunque hay muchos creyentes ignorantes, y como dice el Dr. Miguel Núñez “América Latina debe ser re evangelizada”, con lo que estoy totalmente de acuerdo, aun así la información básica está a la disposición prácticamente de cualquier interesado en conocer la verdad. En el mundo no occidental, aunque estés interesado, se te hará difícil encontrar la información bíblica teológica que necesites. Esta realidad de Occidente nos hace más responsables ante Dios, porque se nos ha dado mucho (Mt. 12:48). Nuestro problema no es saber que existe un Dios creador del universo. Tampoco que se revela en su Palabra, ni que nos envió a su Hijo para que viniera a este mundo a salvarnos.

Esa información la sabemos muy bien. Tampoco ignoramos que ese Dios quiere que vivamos en integridad para su Gloria y que nos sometamos a sus principios para que los demás glorifiquen su nombre por nuestro testimonio. Tanto creyentes como no creyentes en el mundo occidental tienen la información necesaria para saber quién es Dios y lo que Él quiere de cada uno de nosotros. En el caso particular del creyente, debemos decir que muchos viven en un antinomianismo, que a pesar de saber lo que las Escrituras dicen, no hacen lo que ellas demandan. Con pesar debo reconocer que esta tensión entre información y decisión se ha dado siempre en el pueblo de Dios. Este pueblo siempre ha tenido la información, pero por sus carnalidades y pecados no ha decidido correctamente.

Me pregunto por qué Josué, siendo un anciano, tiene que decirle al pueblo que deben decidir entre Jehová Dios o los demás dioses (Josué 24:15), o por qué el profeta Elías tiene que decirle al mismo pueblo: “… ¿Hasta cuándo vacilaréis entre dos opiniones? Si el Señor es Dios, seguidle; y si Baal, seguidle a él. Pero el pueblo no le respondió ni una palabra” (1 Reyes 18:21 LBLA). Obviamente el problema de ellos no era de información sino de decisión. Cuando vamos al Nuevo Testamento, la realidad no cambia: la tensión entre información y decisión sigue siendo la misma tanto en el creyente como en el no creyente.

Comencemos por Herodes y Juan el Bautista: Herodes sabía que estaba mal, su problema no era de información sino de decisión, pues sabía muy bien que tenía que dejar la relación adúltera con su cuñada (Marcos 6: 17-18). Lo vemos también en el joven rico, “se fue muy triste porque tenía muchas posesiones…” (Mateo 19: 22; Marcos 10: 22; Lucas 18: 23). Y también Jesús mientras dirigía un discurso a los líderes judíos indiferentes y hostiles, y a simpatizantes con distintos niveles de compromisos, les dejó ver las demandas de su ministerio, y por tal razón fueron abandonándolo. Es por esto que el Maestro les dice a los doce: “¿Acaso queréis vosotros iros también?” (Juan 6: 67).

¿Qué podemos hacer ante esta realidad?

En primer lugar, debemos volver a las Escrituras, al plan de Dios. Es ahí donde comienza todo. Para poder decidir correctamente no podemos desprendernos del Señor y su Palabra, pues Él revela su voluntad por medio de ella (Josué 1:7-8). En este sentido, Dios y su Palabra son la misma cosa (Juan 1:1, 14; 14: 6; 17:17). En segundo lugar, cuando vamos a tomar decisiones, su Palabra es imprescindible también porque actúa como guía, como luz (Salmo 119:105), y esa luz no solo servirá para nosotros, también servirá para que los demás puedan ver nuestro proceder. El salmista dice que la Palabra del Señor es luz. Jesús mismo dijo que Él es la Luz del mundo (Juan 8:12; 9:15).

Además, nosotros somos luces (Mateo 5:14). Si estamos dependientes del Señor y su Palabra seremos luces resplandecientes. No solo tendremos informaciones correctas, sino decisiones correctas. Se cuenta la historia de un anciano que encendía lámparas en un pueblo de Escocia en los primeros días del siglo XX. Llegaba un momento que por ser tantas, el anciano no se veía, pero se sabía que andaba por allí por las luces encendidas en las calles y porque había dejado toda una avenida de luz. Como el anciano, somos encendedores. Según las luces que encendamos, así se sabrá en dónde estamos, y así podremos guiar a otros.

En tercer y último lugar, los creyentes comprometidos, al no limitarse a ser consumidores de informaciones, asumen con valentía las demandas propias de las decisiones que toman a la luz de la Palabra de Dios. No les importan los resultados porque saben que están actuando según las Escrituras.

Ellas dicen: Encomienda al Señor tu camino, confía en El, que El actuará; hará resplandecer tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía. (Salmo 37: 6-5) Quien decide obedecer simplemente confía en un Dios sabio, poderoso y perfecto, que quiere lo mejor para sus hijos porque sabe que su voluntad es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2). No le importa los riesgos, sino que se lanza a la gloriosa hazaña de no limitarse a consumir información, sino a decidir por lo que Dios le ha enviado a hacer. J.I. Packer dice en su clásico libro “Hacia el conocimiento de Dios”: “El ilustre teólogo John Mackay en Prefacio a la teología cristiana explica cómo hay creyentes que son apasionados y arriesgados y otros no. El ilustró dos tipos de interés en cuestiones espirituales.

Unos están sentados en un balcón de una casa española observando el paso de la gente calle abajo. Los “balconeros”, como él les llama, pueden oír lo que hablan los que pasan y pueden charlar con ellos; pueden comentar críticamente la forma en que caminan los que pasan; o pueden también cambiar ideas acerca de la calle, a dónde conduce, etc. Pero son espectadores, y sus problemas son teóricos únicamente. Los que pasan, en cambio, son los viajeros, y enfrentan problemas que, aunque tienen su lado teórico, son esencialmente prácticos: problemas como qué tipo de camino tomar, cómo hacer para llegar, problemas con el sol, la lluvia, la noche, etc.

Tanto los balconeros como los viajeros pueden pensar sobre los mismos asuntos, pero sus problemas son diferentes. Mientras que los “balconeros” ven la vida de manera teórica, los viajeros sufren diariamente todas las dinámicas que se les presenta en su viaje.  Los creyentes comprometidos no solo observan u oyen las informaciones porque no son balconeros. Los creyentes comprometidos toman decisiones como los viajeros, no importando los riesgos del viaje, porque saben que el Señor está con ellos siempre (Mateo 28:20).

Los creyentes verdaderos conoceremos las informaciones que necesitamos como viajeros para tomar las decisiones correctas en situaciones normales o en momentos de emergencias. Cuando estamos cerca del Señor conoceremos su voluntad y tendremos el GPS más seguro: “Guiados por la  Palabra del Señor”. Entonces nuestro despegue y aterrizaje serán seguros porque no nos limitamos a sus informaciones sino a las decisiones que Él quiere que hagamos. Estas tensiones siempre las tendremos, pero su gracia está a nuestra disposición para honrarle a la hora de decidir.

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