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“Ambición” es una palabra complicada para los cristianos.

En muchos círculos cristianos se nos ha enseñado que tener ambición es pecaminoso, y que no debemos desear éxito en la tierra porque eso conlleva orgullo. Por otro lado, muchas personas en la iglesia pueden tener demasiada ambición personal, y por lo tanto pueden llegar a concentrarse en las cosas terrenales sin tener una mentalidad eterna.

Hay una tensión entre ambos extremos. Frente a eso, debemos tener una perspectiva bíblica sobre el valor del trabajo. ¿Cómo podemos ser “ambiciosos” de una manera que sí honre al Señor, y cómo discipular a nuestros hijos para que puedan entender estas cosas?

No queremos que ellos vivan para las riquezas y la gloria terrenal. Pero tampoco queremos que vivan sin motivación para ser fructíferos en la vida. Deseamos que puedan ser medios de gracia para la sociedad y aportar a ella. Así que tenemos que enseñar a nuestros hijos la verdad bíblica sobre el trabajo, el trabajo duro, y la manera de sacarle provecho a sus dones.

Una ambición correcta

La Palabra es clara al mostrar una ambición correcta sobre este tema:

“Pero les instamos, hermanos […] a que tengan por su ambición el llevar una vida tranquila, y se ocupen en sus propios asuntos y trabajen con sus manos, tal como les hemos mandado; a fin de que se conduzcan honradamente para con los de afuera, y no tengan necesidad de nada”, 1 Tesalonicenses 4:10-12.

El problema de los creyentes en Tesalónica, a quienes Pablo escribe estas palabras, es que tenían una escatología con serias deficiencias. Ellos pensaban que la segunda venida de Cristo era tan inminente que no tenían por qué trabajar (1. Ts. 3:10). Pero aquí vemos que una de las metas de trabajar es poder suplir nuestras necesidades básicas.

Dios desea que seamos buenos trabajadores, ya que así reflejamos su carácter.

Nuestra ambición según este texto debe ser tener una vida tranquila, donde por medio de nuestro trabajo podamos suplir nuestras necesidades, y que esto le de gloria a Dios mientras permita dar un buen testimonio a los demás. Dios desea que seamos buenos trabajadores, ya que así reflejamos su carácter. Él es un Dios trabajador. Él trabajó en la creación, y también en la redención al comprarnos a precio de sangre.

En nuestros trabajos la meta de no debe ser simplemente procurar enriquecernos o ser reconocidos, sino vivir tranquilamente mientras ejercemos dominio sobre la tierra al aportar al enriquecimiento de la misma (Gn. 1:28), al ser de bendición para la sociedad.

¿Esto significa que debemos tomar el trabajo más fácil que nos permita cumplir estos propósitos? La respuesta corta es no. El llamado a ser trabajadores es absolutamente bíblico. El libro de Proverbios critica la pereza (cp. Pr. 12:24; 20:4; 13:4). Debemos usar nuestros dones al máximo y poder ser lo más productivos posible, como nos ejemplifica la parábola de los talentos en Mateo 25.

Lo importante en este proceso es tener una mentalidad bíblica sobre el trabajo. Al final, nunca debemos perder de perspectiva que nuestro fin es la expansión del reino de Dios. Si nuestra motivación es lograr nuestras metas y sentirnos realizados, siempre vamos a sacrificar aspectos del Reino para lograr nuestros objetivos.

Transmitiendo esto a nuestros hijos

Entonces ¿cómo transmitir esta forma de pensar a nuestros hijos? Hay al menos tres cosas que debemos hacer además de conversar con ellos sobre el tema:

Mostremos a nuestros hijos cómo nuestro trabajo aporta a la sociedad y es de bendición para otros

  1. Debemos modelar una vida de trabajo honrado y productivo. Nuestros hijos no deberían escucharnos quejarnos por tener que trabajar. En cambio, deberían ver gratitud en nosotros porque podemos trabajar y buscar ser productivos para el Señor. Asimismo, mostremos a nuestros hijos cómo nuestro trabajo aporta a la sociedad y es de bendición para otros.
  2. Debemos dejar de soñar con el retiro. La Biblia nunca presenta la idea del retiro. En cambio, somos llamados a trabajar hasta que nos sea posible. Esto no quiere decir que no podemos planificar para ser financieramente independientes en la vejez, aunque si logramos eso debemos seguir siendo productivos de alguna forma. Aun más, si conseguimos esa independencia podemos dar de nuestro tiempo para la iglesia o algún ministerio.
  3. Debemos dejarles saber que el Reino de Dios es primero. Tengamos un compromiso de no faltar los domingos a la iglesia, y de no tomar promociones que comprometan nuestra capacidad para ser buenos padres, esposos, y miembros de nuestra iglesia local. Nuestro trabajo debe estar al servicio del Señor.

Nunca olvidemos que por la gracia del evangelio podemos ver nuestros trabajos redimidos y tener ambiciones correctas para que Él sea glorificado.


Imagen: Lightstock.
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