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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de Una fe lógica: Argumentos razonables para creer en Dios (B&H Español, 2017), por Timothy Keller.

¿Cuál es tu identidad como persona?

Consiste al menos de dos cosas. Primeramente, consiste de un sentido del ser que es duradero. Vives en muchas esferas a la vez. Eres miembro de una familia, un colega en el trabajo, un amigo y, algunas veces, estás solo con tu soledad. Tener una identidad es tener algo constante que es verdad para ti en cada contexto. De lo contrario no habría “tú”. Habría solo máscaras para cada ocasión, pero no una cara real detrás de ellas. ¿Qué hay sobre ti que no cambia de un lugar a otro? Debe existir un concepto básico de quién eres que es cierto de día en día, de relación en relación, de situación en situación.

Además de un sentido del ser, en segundo lugar, la identidad incluye un sentido de valor, una determinación de tu propia valía o estima. El conocimiento de sí mismo es una cosa, pero la autoestima es otra. Una cosa es saber cómo eres; otra es valorarlo. ¿Qué hay sobre ti que te hace sentir que tu vida es valiosa, buena, y significativa? El sentido del ser y del valor, juntos constituyen tu identidad.

El entendimiento tradicional de la identidad

La formación de la identidad es un proceso que cada cultura impone en sus miembros, de manera tan poderosa y extendida, que es invisible a nosotros. Tal vez no tengamos idea que existen otras maneras de obtener un sentido del ser y del valor.

En las culturas antiguas, al igual que en muchas culturas no occidentales hoy, el yo se definía y se conformaba tanto por los deseos internos como por los roles y vínculos sociales. Charles Taylor llamó al viejo concepto el yo “poroso”, pues se consideraba que estaba íntimamente relacionado no solo a la familia y la comunidad, sino también a las realidades espirituales y cósmicas.

Tu sentido del ser y del valor se desarrollaban cuando te movías hacia otros, al asumir roles en tu familia y tu comunidad. Si le preguntas a una persona en una cultura tradicional: “¿Quién eres?”, probablemente te responderá que es un hijo o una madre o un miembro de una tribu o pueblo en particular. Si cumple sus obligaciones y renuncia a sus deseos individuales por el bien de toda la familia, comunidad, y su Dios, entonces su identidad está asegurada como una persona de honor.

El entendimiento moderno de la identidad

La formación de la identidad occidental moderna es lo opuesto de esto. En vez del yo “poroso”, tenemos lo que ha sido llamado un yo “amortiguado” o contenido. Nuestra cultura no cree que aprendemos o llegamos a ser quienes somos al canalizar nuestras necesidades individuales por el bien de nuestra comunidad o la familia. Más bien, como comentó un pensador al respecto, “cada persona dispone de un núcleo único de sentimiento e intuición que debería revelarse o expresarse para que la individualidad [o identidad] se desarrolle”.

A diferencia de otras sociedades, la cultura moderna occidental cree en “un yo que no está socialmente ubicado, del cual se supone surgen todos los juicios [morales y de significado]”. En todas las culturas anteriores, las personas desarrollaban una identidad al moverse hacia otros, al buscar vinculación. Nos encontrábamos, por así decirlo, en las caras de otros.

Sin embargo, el secularismo moderno enseña que podemos desarrollarnos solamente al mirar hacia nuestro interior, al desprendernos y al dejar el hogar, las comunidades religiosas y todas las otras obligaciones de modo que podamos hacer nuestras propias elecciones y determinar, por nosotros mismos, quiénes somos.

El mensaje cultural es: no trates de obtener la afirmación de los demás. Afírmate a ti mismo porque estás haciendo lo que quieres hacer. Sé lo que quieres ser y no te preocupes por lo que otros piensen. Ese es el corazón del individualismo expresivo occidental moderno, y somos llamados a responder a este individualismo con la verdad del evangelio.


Imagen: Lightstock.
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