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En nuestra era del humanismo secular, las personas en Occidente han creído la idea de la tabula rasa enseñada por la Ilustración. Se refiere al concepto de que la mente humana es una pizarra en blanco, sin ninguna preconcepción religiosa. “El hombre puede ser irreligioso”, se dice, ya sea por completo, o al menos en la esfera pública.

Esta ha sido la dirección a la que se ha dirigido la cultura de Occidente, alejándose de su orden social cristiano, y avanzando hacia una civilización más “neutral” en lo que se refiere a los valores públicos, filosóficos, religiosos, y políticos.

Pero este proceso de secularización, es decir, de abandonar la religión en la vida pública, no es más que una farsa, ya que la cultura es inevitablemente religiosa. Más bien, nuestra cultura refleja que es ineludiblemente religiosa por naturaleza.

Los “dos pisos de la realidad”

El Occidente secular ha intentado construirse sobre una perspectiva denominada “los dos pisos de la realidad”. El primer piso es la plaza pública, es donde se colocan las ciencias, las matemáticas, y los hechos verificables, cosas que creemos que podemos saber con certeza. El segundo piso es la esfera privada, que es donde se ubican nuestras preferencias personales, valores determinados por el ego, la religión, y todas las demás cosas que no se consideran “racionales”. Este último piso no tiene nada que ver con aquellos hechos racionales, empíricamente verificados, y neutrales que se observan en el primer piso, y como resultado, el segundo piso no se puede imponer sobre el primero.[1]

Somos seres religiosos por naturaleza, y por lo tanto, todo lo que examinamos en las ciencias, todo lo que estudiamos en la academia, todo lo que decidamos en la legislación, será moldeado e interpretado por nuestra cosmovisión religiosa.

Esta visión de los dos pisos de la realidad es imposible de vivir, ya que nadie puede separar sus creencias, valores, y moralidad de la esfera pública. Somos seres religiosos por naturaleza, y por lo tanto, todo lo que examinamos en las ciencias, todo lo que estudiamos en la academia, todo lo que decidamos en la legislación, será moldeado e interpretado por nuestra cosmovisión religiosa. Todos tenemos una cosmovisión, el lente por la cual vemos el mundo e interpretamos sus hechos y evidencias.

Ya que es un término importante pero poco conocido, permítame definir la cosmovisión en palabras de un apologista.

[Una cosmovisión es] una red de presuposiciones (cosas que no son verificadas por los procedimientos de la ciencia natural) con respecto a la realidad (metafísica), el conocimiento (epistemología), y la conducta (ética), en términos de los cuales cada elemento de la experiencia humana está relacionado e interpretado.[2]

Una cosmovisión, sin embargo, no se libra de la influencia religiosa; por el contrario, nuestra cosmovisión y nuestra religión son inseparables.

La lucha de cosmovisiones

La verdadera religión es glorificar a Dios en todo lo que hacemos, en todos los aspectos posibles de interacción y funciones en el mundo creado. Santiago escribe a la iglesia: “La religión pura y sin mancha delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Stg. 1:27).

La verdadera religión se trata de consagrar al Señor como santo en la esencia central de nuestro ser (1 Pe. 3:15). Pero así como hay una religión verdadera, tal como la define la revelación escrita de Dios, también existe una religión falsa, que se opone a la verdad. Esta falsa religión es adorar a la criatura en lugar de al Creador (Ro. 1:25).

La verdadera religión es glorificar a Dios en todo lo que hacemos, en todos los aspectos posibles de interacción y funciones en el mundo creado.

Para decirlo de manera más simple, nuestra cosmovisión es la estructura de nuestras presuposiciones: lo que creemos que es cierto con respecto a la realidad, el conocimiento, y la ética. Y nuestra religión es la dirección de esa estructura: el motivo que está debajo, enraizado en la condición del corazón humano.

Mientras examinamos el Occidente, presenciamos en la actualidad el florecimiento de diferentes cosmovisiones religiosas, perspectivas diferentes, e interpretaciones de la realidad. Todo esto hecho posible por esta visión de los dos pisos de la realidad, ya que todo se vale en el segundo piso. El secularista simplemente ha cambiado el Dios bíblico por el hombre creado; el musulmán ha falsificado al verdadero Dios con una esencia indistinguible de la naturaleza; el hindú y el budista han intercambiado al Creador y su creación por una ilusión y una unidad pura de la nada en Brahman y Nirvana.

El hombre ha rechazado el gobierno justo de Dios y ha sustituido su revelación con una ilusión.

Todas estas cosmovisiones, aparte de la verdadera cosmovisión religiosa del teísmo cristiano, tienen al humanismo como su base unificadora. El hombre ha rechazado el gobierno justo de Dios y ha sustituido su revelación unificada (la Biblia y la creación) con una ilusión, redefiniendo lo metafísico, lo moral, y lo epistemológico. El hombre piensa que su palabra de criatura ha sido hecha ley, y él se imagina a sí mismo como creador, juez, y sustentador de todas las cosas.

La antítesis de las cosmovisiones

Esta es la antítesis que nosotros como cristianos debemos destapar al cumplir nuestro mandato apologético, y por antítesis me refiero a un conflicto entre dos fuerzas opuestas, o dos cosmovisiones opuestas. Por un lado, la cosmovisión “uno-ista” de adorar la creación, y la cosmovisión “dos-ista” de adorar al Creador.

El uno-ismo, como lo describe Pablo en Romanos 1, y según la exposición por el erudito Dr. Peter Jones, es la cosmovisión en la que no hay distinción entre el Creador y la creación, y todo se reduce a una unidad pura (Ro. 1:25).[3] Y como siempre es el caso con el uno-ismo, está centrado en el ego, centrado en el hombre, en que el hombre es la medida de todas las cosas. El hombre prefiere adorar una imagen falsa o algo en la creación para que pueda preservar su supuesta autonomía (su independencia de Dios), antes que inclinarse ante su Dios Creador. Así lo definió Greg L. Bahnsen:

“Autonomía” se refiere a ser una ley para uno mismo, por lo que el pensamiento es independiente de cualquier autoridad externa, incluyendo la de Dios. El razonamiento autónomo se toma filosóficamente como el punto final de referencia e interpretación, el último tribunal de apelación intelectual; se presume ser autónomo, autodeterminativo, y autodirigido.[4]

Esto es, usando los términos de Peter Hitchens, la religión del egoismo. Esta religión define la cosmovisión predominante del Occidente. Esta es la religión del uno-ismo, bajo la cual caen el Islam, el Hinduismo, el Marxismo, el Darwinismo, etcétera. Pero el uno-ismo no está solo, sino que lucha contra la única cosmovisión verdadera, como lo dijo el salmista en el Salmo 2:1-3:

“¿Por qué se sublevan las naciones, y los pueblos traman cosas vanas? Se levantan los reyes de la tierra, y los gobernantes traman unidos contra el SENOR y contra su Ungido, diciendo: ¡Rompamos sus cadenas y echemos de nosotros sus cuerdas!”.

No importa lo que el hombre natural pueda conjurar para “echarse” las cuerdas, al final no puede escapar de la verdad, porque él vive en el mundo de Dios, y no puede evitar presuponer la cosmovisión dos-ista de la fe bíblica en su vivir y pensar. El hecho de que haya distinciones claras dentro de la creación misma alude a la distinción fundamental entre el Creador y la creación, porque al negar esto convertiría toda la realidad sin distinciones, y sería una vasta unidad indiferenciada.

Sabemos que esto es falso, porque vivimos de tal manera que presupone distinciones dentro de la creación y, por lo tanto, vemos una distinción entre el Creador y la creación. En esta distinción, la Escritura inspirada también nos informa que el hombre tiene fundamentalmente un ser derivado y un conocimiento derivado, es decir, deriva su ser y conocimiento del Creador, habiendo sido creado a la imagen de Dios.[5] Y dada esta distinción, y la naturaleza de esta relación, el Dios Creador de la Biblia es el legislador, el estándar y el juez de la justicia, la rectitud, la santidad, la bondad, y la belleza.

El hombre, por lo tanto, estando sujeto al Creador, tiene una concepción de estas cosas debido a su ser y conocimiento derivados, y aunque en su pretendida autonomía busca redefinir tales cosas, no puede negar que esta noción de lo justo, lo correcto, lo sagrado, bueno, y bello se originan en algún lugar (o alguien) más allá de sí mismo. La cosmovisión uno-ista del hombre natural, por lo tanto, hace guerra contra la verdad de la cosmovisión bíblica dos-ista, porque al negar la distinción del Creador-creación, y no solo en esencia, sino en la naturaleza de la relación entre Dios y el hombre, niega el reino soberano de Cristo el Señor, quien ha forjado la salvación del pueblo de Dios y está trabajando incluso ahora para redimir y restaurar todo el orden creado.

La respuesta cristiana a las cosmovisiones antibíblicas

No puede haber un dualismo de lo sagrado-secular en la realidad creada, no cuando todas las cosas están bajo el reinado justo de Cristo, no cuando toda la creación lleva la marca del Creador. La verdad es que, aunque hay muchas perspectivas competitivas sobre la iglesia, el estado, la familia, la educación, el derecho, la ciencia, la economía, el matrimonio, y la sexualidad, solo hay una percepción y concepción correcta y verdadera de los diversos aspectos de la realidad creada. Y esa concepción correcta es la que se alinea con la revelación escrita, inspirada, y proposicional de Dios, la cual es la única interpretación autoritaria de la creación.

Es solo en la libertad y transformación del evangelio que el hombre puede realizar su papel en interpretar este mundo por el pensamiento de Dios, dedicando este mundo a Dios, y gobernando sobre la creación para la gloria y bajo la sujeción a Dios.

Existe, por un lado, una forma falsa e idólatra de percibir el mundo y sus muchas partes móviles, resultando de la supuesta autonomía del hombre. Y por el otro, una forma bíblica y correcta donde Dios es glorificado y Cristo es honrado como el rey soberano, con el resultado de rendirse a la Palabra de Dios como la máxima autoridad para todo nuestro conocimiento. Esto es también lo que forma parte de nuestra tarea apologética, porque, aunque estamos llamados a destapar la antítesis de nuestro mundo, también somos llamados a ser misionalmente la luz y la sal de la tierra (Mt. 5:13-16), proclamando la verdad de la Palabra de Dios como la luz que brilla en la oscuridad, y preservando la bondad de la creación de Dios al aplicar la Palabra.

Este no es un evangelio privatizado que juega según las reglas de la visión secularista de la realidad de los dos pisos, no; este es un evangelio comprensivo que abarca cada pulgada del dominio de Dios, es decir, toda la realidad creada, cada esfera de la sociedad, cada pensamiento del hombre. Es solo en la libertad y transformación del evangelio que el hombre puede realizar su papel en interpretar este mundo por el pensamiento de Dios, dedicando este mundo a Dios, y gobernando sobre la creación para la gloria y bajo la sujeción a Dios.[6]


  1. Mark L. Ward, Biblical Worldview: Creation, Fall, Redemption (Greenville, SC.: BJU Press, 2016), 34-36.
  2. Gary DeMar, ed., Pushing the Antithesis: The Apologetic Methodology of Greg L. Bahnsen (Powder Springs, GA.: American Vision Press, 2010), 42-43.
  3. Ver Peter Jones, One or Two: Seeing a World of Difference (Escondido, CA.: Main Entry Editions, 2010); ver también Joseph Boot, Gospel Witness: Defending & Extending the Kingdom (Toronto, ON.: Ezra Press, 2017).
  4. Greg L. Bahnsen, Van Til’s Apologetic: Readings & Analysis (Phillipsburg, NJ.: P&R Publishing, 1998), 1.
  5. Cornelius Van Til, Christian Apologetics, Second ed., ed. William Edgar (Phillipsburg, NJ.: P&R Publishing, 2003), 31.
  6. Ibid., 41.

Imagen: Lightstock. 

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