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En este tiempo de pandemia he visto cosas tan extrañas como una clase de natación virtual. Es absolutamente en serio.

Ni los estudiantes ni los profesores de natación querían detener sus actividades, así que tuvieron que reinventar los cursos, manteniendo los ejercicios de brazadas, de patada, y de respiración. Todo igual… excepto que ya no hay agua. No voy a juzgar la creatividad de dicho esfuerzo, pero estoy seguro de algo: el resultado no será el mismo. Es como desarrollar la habilidad de patear un balón sin un balón, solo con la imaginación. 

En este artículo afirmaré que podemos caer en el mismo problema con la lectura de nuestras biblias, y que esto es más común de lo que parece. ¿Estamos intentando aprender a leer la literatura bíblica sin tener en nuestras manos otros libros de literatura?

La Biblia también es una obra de literatura

La Biblia es un canon de 66 obras artísticas, cada una de ellas saturada de verdades divinas, guardadas en un sinnúmero de figuras y recursos literarios. Los autores bíblicos comunicaron mensajes claros y profundos para el pueblo de Dios, y se valieron de herramientas discursivas diversas; de poemas, de narraciones y de discursos, en donde parte de lo que dijeron debe entenderse artísticamente y no de forma literal.

Pensemos en la conversación de Jesús con Nicodemo. Comencemos por decir que lo que está en Juan 3 no pasó exactamente como dice ahí. Nadie pone en duda la inerrancia de la Biblia, pero es evidente que Juan no plasmó con demasiados detalles el orden de todo lo que hablaron Jesús y Nicodemo, y tampoco fue su intención ponerlo en su Evangelio. Ni siquiera se tomó el trabajo de contarnos qué pasó después de la conversación. A Juan le interesaba contar el evangelio, y guiado por Dios se valió del arte de esa conversación.

“En verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3), le dice Jesús a Nicodemo en respuesta a su pretensión. Este le pregunta: “¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?” (Jn. 3:4). La pregunta no es literal. El Señor le dice que debe cambiar todo dentro de él desde el principio: su identidad, su forma de ver el mundo, su actitud frente a Dios y hacia los hombres. De eso se trata nacer de nuevo y tener vida espiritual, y Nicodemo le responde que eso parece tan imposible como meterse de nuevo en el vientre.

La Escritura es un océano infinito cuyas verdades han asombrado al pueblo de Dios por siglos

“En verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:5). ¡Sí es posible! A la manera de Ezequiel 36, donde Dios soberana y poderosamente transforma el corazón de su pueblo (Ez. 36:25-26). Nicodemo vuelve a preguntar: “¿Cómo puede ser esto?” (Jn. 3:9). ¿Cómo es posible que Dios salve a un pueblo rebelde como al que le habla Ezequiel, el cual merece juicio? Esto fue ganado en la cruz, cuando el Hijo del Hombre fue levantado al igual que la serpiente de bronce en el desierto, de forma que todo pecador que crea en Él sea tan limpio de sus pecados como fueron limpiados los israelitas del veneno con el que Dios los castigó (Jn. 3:14-15).

El mensaje de Juan 3 es claro: solo por medio de la cruz podemos nacer de nuevo y ser completamente transformados y limpiados para alabar a Dios. Sin embargo, esto es enseñado en medio de un compilado de recursos, de intertextualidad, de símiles, de ironía. Solo una mente entrenada en la lectura de arte puede disfrutar y entender a profundidad escritos bíblicos como este (y muchísimos otros más difíciles).

Practicando la lectura de literatura

Si la Biblia es una obra de arte dada por Dios, solo podemos entrenarnos en su lectura a través de la lectura de arte. La primera obra de arte que hay que leer es la Biblia misma. Entre más meditemos en ella, más diestros seremos en su comprensión y análisis, y esta disciplina no debe dejarse jamás. Pero podemos hacer más. 

¿Qué pasaría si convertimos en uno de nuestros placeres la lectura de todo tipo de literatura? ¿Qué pasaría si usamos el tiempo libre para devorar novelas y libros de poesía? ¿Qué pasaría si hacemos de la lectura nuestro pasatiempo favorito? Creo que el estudio de la Biblia sería no solo más sencillo y fluido, sino también mucho más emocionante y profundo.

La Escritura es un océano infinito cuyas verdades han asombrado al pueblo de Dios por siglos, y si nos volvemos diestros en ella, podremos nadar toda nuestra vida en un gozo permanente; dejaremos de chapotear en la superficie.

Siguiendo el ejemplo del Espíritu Santo

El mensaje que trajo salvación al mundo vino en forma de arte escrito (2 Ti. 3:15-16). No es una película ni una obra de teatro. Incluso, a pesar de haber Salmos, solo contamos con su forma escrita, sin el sonido. Con todo, no hemos seguido el ejemplo del Espíritu Santo al hablar las verdades del evangelio con literatura, particularmente en nuestra generación.

Si las nuevas generaciones no son formadas en la lectura de literatura, ¿de dónde saldrán los escritores cristianos del futuro?

El Salmo 105:1-2 dice: “Den a conocer sus obras entre los pueblos. Cántenle, cántenle; hablen de todas sus maravillas”. Nuestra reacción ante las obras de Dios es hablar a otros con arte, mostrando la belleza de lo que hemos contemplado. Creo que nuestra generación solo se ha limitado en general a la música y a escribir ética cristiana y teología. Aunque ambas cosas —la música y los escritos no artísticos— son fundamentales para la formación de la iglesia, hace falta que hablemos de Dios usando los recursos que Él usó para hablar de sí mismo.

Al mismo tiempo, si las nuevas generaciones no son formadas en la lectura de literatura, ¿de dónde saldrán los escritores cristianos del futuro? Bunyan escribió El progreso del peregrino en el siglo XVII. Lewis escribió Narnia y Las cartas del Diablo a su sobrino a mitad del siglo pasado. A parte de estos dos gigantes, es poco probable que hayamos disfrutado (o aun escuchado) de obras literarias sobre el evangelio. En cambio, nuestras librerías cristianas cuentan con miles de libros de ética. Definitivamente hay un vacío.

De verdad me alegro cuando escucho a creyentes hablando de sus novelas favoritas y nombrando escritores clásicos que les fascinan. De allí no solo salen mejores lectores de la Biblia (y por lo tanto cristianos más maduros en todo sentido), sino también aquellos artistas que impactarán al mundo con obras literarias de calidad centradas en Jesús. Creo que aún falta mucho para llegar a ver los grandes clásicos de literatura cristiana de nuestro siglo, pero no es imposible. Solo hay que levantarse de la cama y tomar uno de esos buenos libros empolvados que están en nuestras librerías. Quién sabe qué pase después.

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