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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de Jóvenes por Su causa (Poiema Publicaciones, 2019). Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

Si somos tan pecadores como la Biblia dice, entonces cada vez que sentimos una inclinación a la oración está ocurriendo un milagro. ¡No desperdiciemos esos momentos! Por otro lado, cuando no nos sentimos con ánimo para orar, debemos perseverar en la disciplina con honestidad ante Dios y expectantes de cómo Su Espíritu puede avivarnos nuevamente.

En otras palabras, no podemos hacer que el viento del Espíritu sople en nosotros haciéndonos desear más a nuestro Padre en oración, pero sí podemos abrir las velas esperando en Él.[1] Podemos obedecer ahora buscando el rostro de Dios en oración, confiando en lo que Él puede obrar para que oremos y le amemos con mayor entrega y fervor.

Considerando esto, a continuación comparto (con ayuda de algunos de mis escritores favoritos) cuatro lecciones prácticas para buscar orar con más intensidad y permanencia.

1. Profundiza en la Palabra

Las disciplinas de profundizar en la Palabra y orar van de la mano porque, en esencia, la oración es la respuesta de nuestros corazones a la revelación de Dios.

Oramos porque Él se acercó a nosotros primero. Lo tratamos como nuestro Padre porque Él se reveló así, y como Padre nos adoptó. Expresamos alabanza porque hemos visto la revelación de Su gloria. Acudimos a Él en busca de fortaleza porque conocemos cuán fuerte es. Nos aferramos a Sus promesas y las presentamos ante Él porque las hemos conocido y atesorado. En resumen, conocer más y mejor a Dios nos conduce a buscar vivir en oración.

De hecho, la razón por la que los paganos no oran bien, y ven la oración más como una carga en la que deben impresionar a Dios que como un deleite, es porque no conocen en verdad a Dios (Mt 6:7-8). Necesitamos adentrarnos en la Biblia y orar según ella. Nuestra teología importa para tener vidas de oración conformes a Su corazón.

Las disciplinas de profundizar en la Palabra y orar van de la mano porque, en esencia, la oración es la respuesta de nuestros corazones a la revelación de Dios

Profundizar en las Escrituras incentivará más oración en nosotros. Como Jesús le dijo a la mujer samaritana: “Si tú conocieras el don de Dios, y Quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a Él…” (Jn 4:10). John Piper escribe al respecto:

“Existe una relación directa entre no conocer a Jesús bien y no pedirle demasiado. Fallar en nuestra vida de oración es generalmente fallar en nuestro conocimiento de Jesús… Un cristiano que no ora es como un conductor de autobús que trata de empujar solo su autobús para sacarlo de un bache porque no sabe que Superman está a su lado”.[2]

Entre más conozcamos la naturaleza, las promesas y las obras de Dios, y entre más bíblica sea nuestra forma de acercarnos a Él, mayor será el gozo que experimentaremos al orar y ver las respuestas a nuestras oraciones. 

2. Ora la Palabra

Orar la Biblia ha sido valioso para muchos creyentes a lo largo de la historia. Donald Whitney escribió un excelente libro al respecto que recomiendo: Orando la Biblia.

Esto se trata de orar a medida que lees la Palabra, especialmente los Salmos, sobre las cosas que lees o meditas cuando estás frente a ella. Consiste en presentar nuestros pensamientos (peticiones, acciones de gracias, alabanzas…) ante Dios mientras estamos frente a la Biblia.

Al mismo tiempo, orar la Biblia nos ayuda a durar más tiempo en oración. Siempre hay nuevos pensamientos, acciones de gracias, y peticiones para presentar ante Dios cuando estamos frente a Su Palabra. La lista de cosas sobre las cuales orar es prácticamente inagotable.

 3. Ora hasta que ores

Este es un consejo clásico de los puritanos (sé que la palabra “puritano” suena fea y da la impresión de legalismo, ¡pero no dejes que eso te confunda o distraiga!). D. A. Carson comenta al respecto:

“Lo que [los puritanos] quieren decir con esto es que los cristianos deberían orar lo suficientemente largo y honestamente, en una sola sesión, para dejar atrás el sentimiento de formalismo e irrealidad que acompaña a no pocas oraciones. Somos especialmente propensos a tales sentimientos cuando oramos solo por algunos minutos, apresurando terminar con un simple deber. Para entrar en el espíritu de oración, debemos permanecer allí por un rato.

 Si “oramos hasta que oremos”, eventualmente vendremos a deleitarnos en la presencia de Dios, descansar en Su amor, atesorar Su voluntad. Incluso en la oscuridad o la oración agonizante, de alguna manera sabemos que estamos conversando con Dios. En resumen, descubrimos un poco de lo que el apóstol Judas quiso decir cuando exhortó a sus lectores a orar “en el Espíritu Santo” (Jud 20) — lo cual presumiblemente significa que hay una forma terrible de no orar en el Espíritu”.[3]

No hay manera de inducir la forma en que el Espíritu nos ministrará en la oración, pero sí podemos planificar estar sobre nuestras rodillas ante Dios

Hoy nos gustan las cosas rápidas y nos sentimos inclinados a buscar la oración de esa manera, como si fuese una simple tarea en nuestra lista de cosas por hacer. Pero Dios desea que nuestra oración a Él no sea hipócrita, simplemente por cuestión de deber. Orar hasta que oremos es algo cada día más valioso en nuestra era de superficialidad y distracciones.

 4. Planifica orar

Daniel y el salmista son excelente ejemplos de intencionalidad en la oración (Dn 6:7-10; Sal 119:164). Al igual que ellos, necesitamos planificar la oración en privado si queremos experimentar encuentros más prolongados e íntimos con nuestro Padre. De nuevo, John Piper nos ayuda a ver esto:

“A menos que esté completamente equivocado, una de las principales razones por la que los hijos de Dios no tienen una vida significativa de oración no es tanto que no queramos, sino que no la planeamos. Si deseas tomarte unas vacaciones de cuatro semanas, no puedes limitarte a levantarte una mañana de verano y decir: ¡Vamos! No tendrás nada preparado. No sabrás adónde ir. No has planeado nada.

Pero así es como muchos de nosotros tratamos la oración. Nos levantamos día tras días y nos damos cuenta que deberían formar parte de nuestra vida momentos importantes de oración, pero aún no hemos preparado nada. No sabes adónde ir. No hemos planificado nada. Ni el momento ni el procedimiento. Y todos sabemos que lo contrario a no planificar no es un maravilloso fluir de experiencias profundas y espontáneas en la oración. Lo contrario de la planificación es la rutina. Si no planificas unas vacaciones, probablemente te quedarás en casa y verás la TV. El flujo natural y sin planificar de la vida espiritual lleva a que decaiga totalmente la vitalidad. Hay una carrera para correr y una pelea que luchar. Si deseas una renovación en tu vida de oración tienes que planificarla”.[4]

¡Así que planifica orar! No hay manera de inducir la forma en que el Espíritu nos ministrará de manera especial en la oración, pero sí podemos planificar estar sobre nuestras rodillas ante Dios y buscar Su rostro.

Cierro con estas palabras de Charles Spurgeon esperando que te animen:

“La oración es el balbuceo entrecortado del niño que cree, el grito de guerra del creyente que lucha y el réquiem del santo agonizante que se duerme en los brazos de Jesús. Es el aire que respiramos, es la clave secreta, es el aliento, la fortaleza y el privilegio de todo cristiano. De modo que, si eres un hijo de Dios, buscarás el rostro de tu Padre y vivirás en el amor de tu Padre”.[5]


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[1] Esta ilustración está tomada de Kent Hughes, Preaching The Word: Acts — The Church Afire (Crossway Books, 1996), 27.
[2] John Piper, Sed de Dios: Meditaciones de un hedonista cristiano (Andamio, 2011), 168.
[3] D. A. Carson, Praying with Paul: A Call to Spiritual Reformation (Baker Publishing Group, 2015), 18. Traducción del autor.
[4] John Piper, Sed de Dios: Meditaciones de un hedonista cristiano (Andamio, 2011), 190-191.
[5] Jim Reimann, Vuelvan a mí: Devocionales de Charles Spurgeon (Vida, 2010), 12.
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