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Si bien el tema de la “membresía” no es tan común en las congregaciones de mi país (México) como lo es en Estados Unidos, el libro “Soy Miembro de la Iglesia” de Thom Rainer definitivamente trae un mensaje muy necesario para cada integrante del cuerpo de Cristo.

“Soy Miembro de la Iglesia” es un libro muy rápido de leer. No solo por ser fluido —y lo es— sino también por ser ameno. Se disfruta. Rainer dice lo que necesita decir, sin palabras de sobra. Lo comprueba el hecho de que subrayé casi todo mi ejemplar.

La premisa del libro es marcar la diferencia entre el significado común de la membresía y el concepto bíblico de ser miembros de la Iglesia. La Biblia enseña que cada hijo de Dios debe ser un órgano eficaz. Ser miembro no es “pertenecer a un club”: es conformar un cuerpo. Un cuerpo vivo, que funciona y sirve a la cabeza. Si has nacido de nuevo, el llamado es para ti.

Soy miembro de la iglesia

Soy miembro de la iglesia

B&H Español. 96 pp.
B&H Español. 96 pp.

Nunca me ha gustado mucho el trabajo en equipo. En la escuela solo disfrutaba de participar en deportes individuales, porque no podía soportar la presión de tener que asumir la culpa de la derrota de todo un equipo. Pero en Cristo no es así, la victoria ya está dada y necesitamos trabajar juntos para funcionar. Si no, sería como si un matrimonio no trabajara juntos… son una carne… y nosotros somos un cuerpo.

El autor también nos muestra que la forma de servir a la Iglesia Universal es a través de la Iglesia Local. Soñamos lograr “grandes cosas” para Dios, cuando nuestro campo de acción está justo frente a nosotros. ¿Oramos por nuestros pastores? ¿Servimos con diligencia en las cosas más sencillas? ¿Evitamos a toda costa el chisme y buscamos la forma de detenerlo? ¿O nos enojamos porque las cosas no se hacen a nuestro modo?

Si bien no fue de mi total agrado que Rainer nos describiera a todos como hipócritas, entiendo lo que quiere decir. Ningún miembro de tu congregación (incluido tú, por supuesto) es perfecto. Ni el pastor, ni el ministro de alabanza, ni la maestra de los niños. Todos nosotros formamos la Iglesia, y las fallas que ves en tu congregación son fallas que muy posiblemente encontrarás en tu persona.

Cuando tanta responsabilidad ministerial pudiera llegar a agobiarnos, Thom nos recuerda una verdad muy importante: ser parte del cuerpo de Cristo es un regalo, un privilegio.

Cuando nos creemos con derecho a algo, adoptamos una pésima actitud. () Cuando comprendemos que la vida, la salvación y la membresía en una iglesia son regalos, toda nuestra perspectiva cambia (p. 76)

¡Nuestra pertenencia a la Iglesia costó la sangre de Jesús! Qué fácil es olvidar esta verdad tan importante. Nos gusta mucho decir que Cristo murió por nuestra salvación, para hacernos hijos de Dios… ¡pero el Padre también nos ha dado el regalo de ser sus siervos! Qué diferente sería nuestro ministerio si viviéramos conscientes de esto.

Thom Rainer no se limita a exponernos a través de la Escritura nuestras responsabilidades como miembros de la Iglesia. Convencido de que el Espíritu Santo respalda la Palabra y mueve los corazones hacia la verdad, invita a los lectores a hacer compromisos prácticos para ser un miembro bíblico del cuerpo de Cristo.

Conclusión:

Con dolor en mi corazón, admito que he fallado en muchas de las responsabilidades que Jesús le da a su cuerpo. “Soy miembro de la Iglesia” ha sido una herramienta increíblemente sencilla y práctica para examinarme y arrepentirme delante de Dios por mis faltas, y pedirle ese amor que solo Él da para poder entregar mi vida en servicio a mis hermanos, así como Cristo se entregó por mí.

Y es que, con tristeza, he visto a muchos “cristianos” (algunos incluso se dicen reformados) que profesan amar a Dios con todo su ser, pero no tienen pasión alguna por su Iglesia. Por ello concluyo con uno de los versículos que el Dr. Díaz-Pabón expone en el prólogo del libro:

Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. (1 Juan 4:20)

 

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