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En los siglos posteriores a la Reforma protestante, no hay otro acontecimiento más significativo en la historia de las iglesias evangélicas que el movimiento moderno de misiones. A menos que vivamos en el norte de Europa o la costa este de EE.UU., todos trazamos nuestras raíces espirituales a los esfuerzos de misioneros del siglo XIX.

William Carey (1761-1834) es reconocido como «padre» de este movimiento. Sin embargo, no le quitamos ningún mérito si admitimos que sus esfuerzos le deben mucho a sus predecesores, como los hermanos moravos y los puritanos. Además, con la excepción de los primeros años en India, Carey nunca trabajó fuera del contexto de un equipo de hombres y mujeres tan dedicados como él.

También es importante entender que sus ideas misioneras revolucionarias fueron la extensión de una reflexión teológica que se produjo durante un avivamiento entre las iglesias de la Asociación Bautista de Northamptonshire (Inglaterra), a finales del siglo XVIII.

La experiencia de Carey y sus compañeros nos ofrece un modelo de cómo la reflexión teológica puede (y debe) convertirse en acción concreta.

La lucha contra el hipercalvinismo

William Carey señala en su obra (conocida como la Investigación) que «algunas controversias que durante mucho tiempo han dejado perpleja y dividida a la iglesia, están más claramente expuestas que nunca».1 Carey no identifica esas controversias, pero es muy probable que una de ellas haya sido el hipercalvinismo, postura teológica que surgió por el racionalismo excesivo de la época.

Los bautistas particulares de Inglaterra entendieron que para luchar contra el hipercalvinismo se necesitaba una serie de correcciones: recuperar la oferta gratuita del evangelio, aclarar la comprensión sobre la naturaleza de la fe salvadora y renovar el compromiso con una metodología teológica con sustento bíblico firme.

Estas correcciones condujeron a una renovación de la predicación evangelística, un avivamiento en muchas iglesias locales y al posterior nacimiento del movimiento moderno de misiones.

«El que quiera»: ofreciendo el evangelio

En 1779, el pastor Robert Hall publicó un sermón bajo el nombre de Ayuda a los viajeros de Sión. El subtítulo describe el propósito del autor: «Ser un intento de quitar varios obstáculos del camino, relacionados con la religión doctrinal, experimental y práctica».

Hall trata en su trabajo de la experiencia de los inconversos al venir a Cristo. La lógica del hipercalvinismo presionaba a los pecadores a buscar pruebas subjetivas de la obra de gracia de Dios en sus vidas: una «garantía» para creer. Es decir, una experiencia emocional, tal vez al leer la Biblia o al escuchar un sermón, en la que el individuo sentía que las promesas del evangelio se aplicaban explícitamente a él.

Andrew Fuller, teólogo bautista reformado y amigo de Carey, sufrió una angustia considerable a causa de esta doctrina hipercalvinista, como muchas otras personas que anhelaban venir a Cristo. Fuller se veía como un pobre pecador que no se sentía «capacitado para venir a Cristo», porque no percibía ninguna «garantía de fe» subjetiva que confirmara su elección.2 Esperó en vano esa supuesta experiencia de validación.

La esperanza del creyente no puede descansar en la calidad de la propia creencia subjetiva, sino en la verdad de Dios

Este planteamiento sobre experimentar una «garantía de fe» subjetiva situaba a la conversión en un terreno inestable, porque requería no solo la fe en Cristo, sino tener fe en la propia fe. Robert Hall quería eliminar este obstáculo en su libro:

No hay ninguna doctrina contenida en el evangelio, ni siquiera una amenaza en la ley de Dios, que sea un obstáculo para que un pecador deshecho venga a Cristo para salvación. Si alguien preguntara: ¿Tengo derecho a acudir a Jesús el Salvador, simplemente como un pobre y deshecho pecador que perece, en quien no parece haber nada bueno? Yo respondo que sí; el anuncio del evangelio es: «El que quiera, que tome gratuitamente el agua de la vida».3

Carey comentó que el libro de Hall, aunque a algunos les parecía un veneno rancio, a él le parecía «el vino más dulce».4

El enfoque de la fe salvadora

La naturaleza de la fe salvadora está estrechamente relacionada con la recuperación de la oferta gratuita del evangelio, pues la fe tiene como objeto algo externo.

La esperanza del creyente no puede descansar en la calidad de la propia creencia subjetiva, sino en la verdad de Dios. Fuller tropezó con esto en su propia conversión. Luchó y fracasó en encontrar una evidencia interna de su elección y la consiguiente fe salvadora.

El Dr. Michael Haykin explica lo que Fuller estaba viviendo:

Él llegó a esta resolución: «Debo, quiero —sí, quiero— confiar mi alma, mi pecadora alma perdida, en sus manos; si perezco, perezco». Al apartar la vista de sí mismo y fijar sus ojos en un Salvador crucificado, su culpa y sus temores comenzaron a disolverse… y descubrió cuán ciertas eran las palabras de Cristo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar».5

Andrew Fuller se dirigió a Cristo. La esperanza no se encontraba en un estado subjetivo del corazón, sino en la obra objetiva de Cristo en la cruz.

La fe como deber (duty faith)

En 1785, cuando Andrew Fuller escribió El evangelio digno de toda aceptación, atacó otro aspecto del hipercalvinismo: la afirmación de que los pecadores no tenían el deber de creer debido a su incapacidad.

Fuller no solo defendió la oferta gratuita del evangelio a los inconversos, sino que también subrayó el deber de las personas de arrepentirse y creer. El razonamiento de Fuller giraba en torno a la distinción entre incapacidad física y moral, distinción que derivó de su lectura de Jonathan Edwards.6

Edwards veía que la incapacidad de los seres humanos para responder al evangelio no es meramente física o natural; se encuentra más profundamente en su voluntad corrompida, es una incapacidad moral. Las personas son libres de elegir entre cosas de indiferencia moral como el té o el café, pero no son libres de violar su propia naturaleza, y por naturaleza rechazan a un Dios santo. En pocas palabras, el ser humano natural es tan libre para amar a Dios como Dios es libre para pecar.

La idea de la fe como un deber marcó una diferencia crítica en la predicación. Una cosa era que las personas no pudieran responder al evangelio porque no eran «físicamente» capaces, otra era que no lo hicieran porque no querían.

Si la incapacidad es moral, entonces los hombres tienen el deber de prestar atención al evangelio y se les pedirá cuenta si lo rechazan. También los predicadores tienen la responsabilidad de predicar el evangelio a los inconversos.

La Escritura nos proporciona una base sólida, no la experiencia subjetiva del individuo ni las especulaciones sobre la impenetrable vida interior de la Trinidad

Este entendimiento teológico ha sido llamado «duty faith», expresión torpe en inglés que no se traduce al español con elegancia. Nos quedamos con algo así como «la fe como deber». A pesar de la falta de elegancia del término, la idea llevó a una transformación en la forma de predicar.

El deber de predicar el evangelio

El deber de los incrédulos de arrepentirse y creer va acompañado del deber de los ministros de llamar a los pecadores al arrepentimiento, algo que los hipercalvinistas no veían con buenos ojos.

Cuando Andrew Fuller estaba considerando tomar el pastorado de la iglesia en Kettering, escribió una carta a la congregación para aclarar su posición en este asunto:

Creo que es el deber de todo ministro de Cristo predicar clara y fielmente el evangelio a todos los que lo escuchen; y como creo que la incapacidad de los hombres para las cosas espirituales es totalmente del tipo moral, y por lo tanto criminal, y que es su deber amar al Señor Jesucristo, y confiar en él para salvación, aunque no lo hagan; por lo tanto, creo que los discursos, invitaciones, llamados y advertencias libres y solemnes a ellos, no solo son consistentes, sino directamente adaptados como medios, en la mano del Espíritu de Dios, para llevarlos a Cristo. Lo considero como parte de mi deber que no podría omitir sin ser culpable de la sangre de las almas.7

Muchos de los pastores compañeros de Fuller compartían este compromiso con la predicación y la evangelización. Los predicadores comenzaron a rogar a los pecadores que vengan a Cristo y los pastores salían a evangelizar en las aldeas donde no había iglesias. El resultado fue un crecimiento notable y una pasión evangelística renovada.

Esta experiencia de avivamiento local tuvo una influencia potente en las ideas misioneras de William Carey.

La Biblia y el método teológico

Estos avances teológicos fueron fruto de una metodología de estudio más centrada en la Biblia. Andrew Fuller, Robert Hall y otros autores buscaron corregir la dependencia que había de la teología especulativa. De esa manera, lograron revitalizar la confianza en la revelación objetiva de las Escrituras.

El enfoque anterior —la teología especulativa— se había preocupado demasiado por la consideración de los decretos eternos de Dios. Fuller explicó el nuevo enfoque: «La Palabra de Dios, y no Su propósito secreto, es la regla de nuestra conducta». 8 La Escritura nos proporciona una base sólida, no la experiencia subjetiva del individuo ni las especulaciones sobre la impenetrable vida interior de la Trinidad.

Puesto que no tenemos acceso a las deliberaciones eternas del Dios Trino, aparte de lo que Él ha decidido revelarnos, la especulación sobre la naturaleza del decreto divino es un fundamento inadecuado para la teología.

En un esfuerzo por alinear su teología con las declaraciones claras de las Escrituras, Andrew Fuller hizo un pacto personal con el Señor: «no tomar ningún principio de segunda mano, sino buscar cada cosa en la fuente pura de Tu palabra».9

Estas ideas, aunque raras veces son tratadas en nuestros días, fueron esenciales para el nacimiento del movimiento moderno de misiones. Marcaron la teología y la práctica de grandes figuras del siglo XIX, como Charles Spurgeon, y siguen siendo parte de nuestro «ADN evangélico» hasta el día de hoy.

William Carey y sus hermanos pastores de la Asociación de Northamptonshire nos ofrecen un modelo digno de imitar de cómo la teología debe ser llevada a la práctica.


1 William Carey, An Enquiry into the Obligations of Christians, to Use Means for the Conversion of the Heathens (Londres: Kingsgate Press, 1961), 79.
2 Michael A. G. Haykin, ed., At the Pure Fountain of Thy Word: Andrew Fuller as an Apologist (Eugene, OR: Wipf and Stock Pub, 2007), 6.
3 Robert Hall, Help to Zion’s Travellers: Being an Attempt to Remove Various Stumbling Blocks Out of the Way, Relating to Doctrinal, Experimental and Practical Religion (Philadelphia: American Baptist Publication Society, 1851), 124-25.
4 S. Pearce Carey, William Carey (Londres: Wakeman Trust, 2008), 29.
5 Haykin, At the Pure Fountain of Thy Word, 6.
6 Michael A. G. Haykin, One Heart and One Soul: John Sutcliff of Olney, His Friends and His Times, (Inglaterra: Evangelical Press, 1994), 140.
7 Peter J. Morden, Offering Christ to the World: Andrew Fuller 1754-1815 and the Revival of Eighteenth Particular Baptist Life (Carlisle, Cumbria, U.K.: Waynesboro, GA: Paternoster, 2004), 13.
8 William H. Brackney, A Genetic History of Baptist Though: With Special Reference to Baptist in Britain and North America (Macon, GA: Mercer University Press, 2004), 123.
9 Haykin, At the Pure Fountain of Thy Word, xix.
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