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¿Alguna vez te has sentido frío espiritualmente? No necesariamente que las cosas no te están saliendo bien (aunque puede ser), o que estás en medio de un desierto espiritual (aunque seguro has estado ahí). Es más que no estás sintiendo que Dios está caminando de cerca contigo, o que tú no estás caminando de cerca con Dios. Sabes que Dios está, pero necesitas su presencia.

En Éxodo 33 nos encontramos en un momento como ese. Luego de que ellos cometieran un gran pecado (el becerro de Oro), Dios les prometió que Él cumpliría su parte del pacto (los llevaría a la Tierra Prometida). Pero, debido a la dureza de su corazón, Él les dijo  “Yo no subiré” (Éxodo 33:3). Israel contaría con las bendiciones de Dios, pero no contaría con el Dios de las bendiciones: no contaría con Su presencia.

Estas fueron terribles noticias para el pueblo de Dios (v.4), a tal punto que todos hicieron duelo, y Moisés de inmediato empezó a interceder con Dios en búsqueda de una solución. Él, muy osado, le dijo a Dios: “Si Tu presencia no va con nosotros, no nos hagas salir de aquí” (Éxodo 33:15). Moisés y el pueblo de Israel sabían que era preferible morir en el caluroso desierto que vivir cómodamente en la tierra prometida sin el Dios que la prometió.

Hay una gran lección ahí para todos nosotros. Como decía el gran Teólogo Agustín: Nos creaste para ti, Señor, y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti”. No hay nada en la tierra, ni siquiera aquello que Dios nos da, que pueda satisfacer nuestras almas como aquello que Dios es. Como Su presencia.

Y si bien es cierto que Dios es omnipresente, que Él está en todo lugar, nos estamos refiriendo a algo más. Hay una clave en la palabra que se usa para hablar de presencia, y es la palabra “Panim”, que literalmente significa “Rostro”. ¿Quieres algo más personal que un rostro”? Dios está dejando ver que su presencia tiene que ver con su persona, con quien Él es. Cuando decimos que queremos la presencia de Dios, estamos diciendo que queremos Su rostro, Su persona, Su voluntad, Sus deseos, Su guía, Su control. Su aprobación.

Entonces, ¿cómo podemos buscar la presencia de Dios? Lo que quiero compartirte son algunas cosas que deben ocurrir para que la presencia de Dios sea una realidad en nuestras vidas. Nota algo: no son cosas que tienes que hacer, no son pasos a seguir, porque Dios no es un toro que puedas guiar hacia donde quieras. Pero a la luz de este pasaje de Éxodo 33, aquí hay algunas cosas que deben ocurrir si queremos que la presencia de Dios nos acompañe.

Dios tiene que querer hacerse presente

Nosotros no podemos obligar a Dios a hacer nada. Nosotros no podemos forzar a Dios a que vuelva a nosotros. Por nuestros pecados, los que cometemos cada día, nosotros estamos todo el tiempo separándonos de Dios, y la santidad de Dios nos repela de Él.

Para que Dios se haga presente en nuestra vida lo fundamental, lo más importante, lo único que no puede faltar es que Dios quiera hacerlo. Él es Dios, y Él hace lo que Él quiera, y todo lo que Él quiere hacer es bueno. Ahora, déjame decirte, Dios tiene un deseo profundo en su corazón de perdonar. Dios ha atado Su gloria a Su bondad. En este mismo pasaje donde Moisés le pide a Dios su presencia, mira lo que pasa unos versículos más tarde:

Entonces Moisés dijo: «Te ruego que me muestres Tu gloria». 19 Y el SEÑOR respondió: «Yo haré pasar toda Mi bondad delante de ti?

-Señor, muéstrame tu Gloria:

-Ok, Moisés: yo te voy a mostrar mi Bondad.

-Pero, Señor, es tu gloria que yo quiero ver.

-Sí, Moisés, yo te escuché, perfectamente. Y yo te digo que te voy a mostrar mi bondad.

Y un poco más adelante le dice que esa bondad se mostraría en perdón, en misericordia, en compasión. Así que, si de alguna manera vamos a estar cerca de Dios, es por su inmensa misericordia. No hay otra manera de contar con Su presencia y Su favor en nuestras vidas si no es por Su gracia. Y la increíble bendición que tenemos es que Dios le encanta perdonar, y se goza en estar en medio nuestro.

Arrepentimiento

Nuestro problema no está afuera: está adentro. El común denominador de todos los problemas alrededor de nosotros es nuestro pecado. Y es nuestro pecado la principal razón por la que nos alejamos de Dios.

En Éxodo 33, fue la terquedad de Israel lo que había alejado a Dios del Pueblo. Y este Texto nos muestra entonces la necesidad de que, si queremos acercarnos a Dios, tenemos que hacerlo en arrepentimiento. El Pueblo de Israel lo sabía: por eso dice la Biblia dice en Éxodo 33:4 “ninguno de ellos se puso sus joyas… A partir del monte Horeb los israelitas se despojaron de sus joyas”.

Ellos saben que este no es un momento para estar adornándose con joyas: este es un momento de dolor. Esta es una muestra externa de su arrepentimiento interno. Moisés les había dicho que se quitaran las joyas, pero el versículo 6 dice que ellos se “despojaron” de sus joyas. Este era un momento de verdadero arrepentimiento en el pueblo.

Si Dios se va a hacer presente en medio nuestro, hay cosas de las que nosotros tenemos que despojarnos. Él va a quemar impurezas a nuestro alrededor, y tenemos que tener la actitud correcta, la actitud de arrepentimiento, si queremos que eso pase.

Buscar a Dios por lo que Él es, no lo que Él da

Dios no tiene ningún problema con bendecirnos. Al contrario: Él ama bendecir a sus hijos. Él hace salir el sol sobre buenos y malos y llover sobre justos e injustos (Mateo 5:45). Pero esas cosas no requieren de Su presencia.

Podemos ir donde y Dios pedirle que  bendiga nuestros planes, que cumpla nuestras peticiones, que prosperenuestros caminos, y que afiance nuestros pasos. Y Él puede hacerlo. Pero de qué sirve, si Sus pensamientos no son nuestros pensamientos, y Sus caminos no son nuestros caminos. Los de Él son más altos, más puros, más santos, más perfectos.

Lo que Él quiere es que vayamos y consultemos cuáles son sus buenos planes para nosotros, cuáles son sus deseos para nuestras vidas, cuál es su voluntad para nuestro futuro, y cuáles son las buenas obras que Él preparó de antemano para nosotros.

Podemos vivir una vida exitosa y alegre sin Él: pero una vida plena y sobrenatural requiere de Su presencia, requiere de buscar lo que Él es, no lo que Él da. Su corazón, no sus manos. Su voluntad, no sus beneficios.

Hay una diferencia monumental entre creer en Dios y creerle a Dios, entre creer en Dios y querer a Dios. Entre querer lo que Dios da y querer lo que Dios es. Entre escuchar acerca de Dios y conocer a Dios íntimamente. Y es doloroso admitirlo, pero es el sufrimiento lo que tiende a llevarnos a entender esta realidad.

Humildad y contemplación

Éxodo 33:7-10 nos hablan de un lugar interesantísimo, llamado aquí la tienda de reunión. Esta era una tienda en las afueras del pueblo, donde solo Moisés podía entrar, para encontrarse con Dios e interceder por el pueblo. Pero aunque esta era solo una tienda para Moisés y Dios, era un evento corporativo:

  • Todo el pueblo reconocía que no era digno de que Dios habitara en medio de ellos.  (Un recordatorio constante de su condición).
  • Cualquiera dentro del pueblo que quisiera encontrarse con Dios, debía ir donde Moisés y clamar por su intercesión. (No es difícil pensar en cuántos hombres y mujeres debieron luchar con su propio orgullo, pensando que ellos también eran dignos de hablar con Dios).
  • Cuando Moisés iba hacia la tienda, todo el pueblo detenía sus actividades y seguía a Mosiés con la mirada. (¿¡Te imaginas!? En medio de tu trabajo, detenerte a ver a otro ir hacia el lugar de reunirse con Dios).
  • Cuando Dios se hacía presente, todo el pueblo se levantaba a adorar, dejando lo que sea que estuviera haciendo, en expectativa de lo que Dios fuera a hacer.

Hoy en día, nos acercamos a Dios con confianza, por el sacrificio de Jesús. Pero lo hacemos con humildad, reconociendo que Él es Dios. Que Él y solo Él es completamente santo, completamente digno, y enteramente separado de nosotros. Que Él está en un plano donde solo Él pertenece. Que nosotros no somos dignos de entrar en Su presencia. Que el mero hecho de que Él nos escuche no es más que misericordia y gracia. Nosotros venimos como mendigos. Lo que sea que caiga de la mesa del cielo, es gracia. Y damos gracias por ello.

Y junto con esa humillación y humildad, debemos buscar la presencia de Dios con un sentido de contemplación. así como el pueblo debía levantarse y seguir a Moisés con la mirada, y adorar, y volver a su tienda, y volver y salir: todo eso lleva un sentido de esperar, de meditar, de reflexionar, de pensar, de contemplar.  Nosotros vivimos una vida muy automática, muy acelerada. Con poca reflexión, poca contemplación, poco detenernos a ver: ¿qué será lo que Dios va a hacer ahora? Pero Dios no anda de prisa. Si Dios se mueve entre silbidos apacibles, a veces no lo vamos a escuchar en medio del bullicio.

Un mediador

Así como solo podemos buscar la presencia de Dios si Él quiere revelarse, solo podemos buscar a Dios si hay alguien quien interceda por nosotros. En el Antiguo Testamento, el mediador por excelencia fue Moisés, quien siempre estuvo ahí para interceder por los pecados de Israel, así como vimos en Éxodo 33; quien pidió perdón por los pecados del pueblo, quien le rogó a Dios que les acompañara, quien pidió a Dios que mostrara Su gloria. Pero Éxodo 33:20 nos dice que Moisés no podría ver el rostro de Dios y vivir, y la historia de la Biblias nos muestra que por su propio pecado, en este momento Moisés no podría entrar a la tierra prometida (Num. 20).

Pero hoy, nosotros conocemos a aquel que vendría después de Moisés. A aquel que fue considerado de más gloria que Moisés. A aquel en quien vimos Su rostro, lleno de gracia y verdad. Aquel que vino a revelar al Padre. Aquel que fue la presencia misma de Dios en medio nuestro. El mediador perfecto, quien intercede por nosotros aún hoy a nuestro favor.

Dios mismo nos ha provisto un Mediador para su presencia: el verbo hecho carne, quien habitó entre nosotros (Juan 1:14). Por el perdón que Él ha ganado por la cruz, podemos clamar a Dios y pedirle nos revele su voluntad, su compañía, sus deseos, y Su rostro.

No podemos obligar a Dios a estar con nosotros: Él es Dios, y todo lo que Él hace es bueno. Pero si Él quiere, si lo buscamos en arrepentimiento, por lo que Él es, en humildad y contemplación, y en en el nombre del Hijo, quiera el Señor que Su presencia nos acompañe.


Si te interesa escuchar más de este tema, puedes querer escuchar el sermón que prediqué este domingo pasado “El peso de la presencia de Dios” basado en Éxodo 33. El contenido de este blog se basó en el manuscrito de esa predicación.

 

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