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La Biblia clama ser un libro divinamente inspirado. Yo sé que este argumento por sí sólo no es suficiente para probar que la Biblia es inspirada por Dios.

El que un libro diga ser inspirado no es una prueba infalible de que lo sea; pero sí sería una prueba contundente en su contra el que no lo dijera. Lo menos que podemos esperar de un libro inspirado por Dios es que afirme tener a Dios como su Autor.

Y en este caso en particular es absolutamente necesario, porque si la Biblia es la Palabra de Dios, entonces no puede haber un tribunal más alto al que podamos apelar para saber si ella es lo que dice ser.

Si fuese necesario que otro libro confirmara la Biblia, ese libro tendría a su vez que ser apoyado por otro, y ese por otro, y así hasta el infinito. Y todos esos libros tendrían más autoridad que la Biblia.

Si la Biblia es la Palabra de Dios, ella debe ser la máxima autoridad para comprobar cualquier cosa, incluyendo su propia inspiración. Por supuesto, la Biblia posee suficiente evidencia dentro de sí misma para probar que ella es lo dice ser: la única revelación escrita de Dios, infalible e inerrante.

En el AT encontramos cerca de unas 4,000 referencias directas a la inspiración divina de sus escritos. Por ejemplo, por sólo citar unos pocos textos, en Ex. 24:4 dice: “Y Moisés escribió todas las palabras de Jehová”.

Y en Deut. 4:2 Moisés advierte al pueblo: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno hoy”.

Los autores del AT no dudaron en afirmar que ese conjunto de libros contenidos en esa división de las Sagradas Escrituras, no eran otra cosa que la Palabra de Dios mismo (comp. Sal. 119:97-104, por sólo citar un texto).

Y cuando llegamos al NT, la otra gran división de la Biblia, nos encontramos con que esta sección de las Escrituras apoya abrumadoramente lo que el Antiguo dice de sí mismo.

En el NT hay más de 320 citas directas, y más de 1000 referencias, a los escritos del AT; y tanto Cristo como los apóstoles fueron cuidadosos en dejar claramente establecido el hecho de que ellos pensaban que esos libros poseían la autoridad de Dios mismo.

En Mt. 5:17-18, comenzando apenas Su ministerio, dice el Señor Jesucristo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”.

A través de Su ministerio de enseñanza el Señor Jesucristo, no sólo citó directamente las Escrituras del AT, sino que también hizo un amplio uso de la historia bíblica para ilustrar Sus enseñanzas: el relato de la creación, el diluvio en los días de Noé, la mujer de Lot, la destrucción de Sodoma y Gomorra, la experiencia de Jonás en el gran pez.

Si Cristo era quién Él decía ser, el Dios encarnado, entonces no tenemos más opción que aceptar el AT como la Palabra inspirada de Dios. Y lo mismo vemos en los Escritos de los apóstoles del Señor. Pablo dice en 2Tim. 3:16 que “toda la Escritura es inspirada por Dios”.

Y el apóstol Pedro declara, en 2P. 1:20 que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada – es decir, que ninguna fue producida por la decisión propia de sus autores –, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”.

Pero no sólo eso. Vemos también en el NT que el Señor Jesucristo atribuyó a Sus propias palabras el mismo carácter divino que le dio a las Escrituras del AT. Por ejemplo, en Mt. 24:35 dice el Señor: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

Y en Jn. 5:24 dijo que Sus palabras son las que dan vida eterna a los que la reciben: De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”.

Pero todavía hay algo más, y es que Cristo prometió a Sus apóstoles la misma inspiración que recibieron los autores del AT para que ellos escribieran acerca de Sus obras y enseñanzas.

En Jn. 14:26 el Señor les dice a Sus discípulos: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”.

Y una vez más, en Jn. 16:12, dice el Señor: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad”.

Estas palabras tienen muchas implicaciones. El Señor Jesucristo era judío – Él sabía muy bien el alto concepto que los judíos tenían de las Escrituras Sagradas del AT. Y Él mismo reconoció esas Escrituras como la Palabra inspirada de Dios.

Pero en estos textos lo vemos, prometiendo a Sus discípulos la misma inspiración de aquellos autores, pero para que escribieran acerca de Él. “El Espíritu Santo os recordará todo lo que yo os he dicho y os guiará a toda la verdad que aún queda por revelar”. Eso es lo que el Señor está diciendo.

Según Cristo, toda la verdad que Dios quería dar a conocer a Su pueblo, se centra en Su Persona y no se encuentra desparramada en pequeñas porciones en los diversos escritos sagrados de las otras religiones: un poco en la Biblia, otro poco en el Corán, otro poco en el Bhagavad-Gita, y así por el estilo.

Los apóstoles serían inspirados por el Espíritu Santo para completar la revelación de la verdad de Dios. Y ellos estaban muy conscientes de eso. En 1Tim. 5:18 Pablo cita un texto de Lucas en el NT, poniéndolo a la par con uno de Deuteronomio en el AT, e introduce ambas citas como parte de las Escrituras: “Pues la Escritura dice…”.

Y en 2P. 3:15-16 Pedro hace lo mismo con los escritos de Pablo. Ellos estaban conscientes de que sus escritos serían colocados junto a las Escrituras del AT, y que esa colección de libros sería considerada como la Palabra de Dios, que es viva y eficaz, como dice el autor de los Hebreos en 4:12.

Así que la Biblia dice de sí misma que ella es la única revelación que Dios ha dejado de Sí mismo en el mundo para que los hombres adquieran un conocimiento de la verdad. Y esto es algo que hace de la Biblia un libro muy singular.

Aunque existen muchas religiones en el mundo y casi todas tienen sus escritos sagrados, la función de esos libros es muy diferente a la función de la Biblia en el cristianismo. Algunas religiones, como el Budismo y el Confucionismo, no creen en ningún Ser sobrenatural y, por lo tanto, no claman tener ninguna revelación de parte Dios.

Y en el caso de la mayoría de las religiones restantes tampoco afirman tener  ninguna Escritura divinamente inspirada. Las únicas religiones que claman poseer Escrituras divinas, con la excepción de parte de la Veda Hindú, son el judaísmo, el cristianismo y el Islam.

Pero ahora noten algo importante: El judaísmo acepta como inspirado el AT de la Biblia. El cristianismo acepta como inspirada la Biblia completa (AT y NT). Y el Islamismo posee otro libro sagrado, el Corán, que no sólo posee una fuerte influencia de la Biblia, sino que también nos dice que la Biblia fue inspirada por Dios, sólo que luego fue corrompida por los cristianos (según ellos).

El punto es que de un modo u otro, todas esas religiones mayoritarias apuntan a la Biblia como la Palabra de Dios.

La Biblia es un libro sumamente singular. Ningún otro libro de la literatura universal puede comparársele. Así como Dios ha dejado Sus huellas dactilares plasmadas en la Creación, para que no haya ninguna duda, así también las dejó plasmada en Su Palabra para dejar al hombre sin excusas.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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