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Los beneficios de la oración son incalculables. Sus efectos sobre nuestras vidas, familias, e iglesias han sido por la gracia de Dios, muchos y diversos. Solo la eternidad nos dará el testimonio exacto de las grandes cosas que se obraron por medio de la oración, y seguramente de todo lo que nos perdimos por descuidarla. Dios puede hacer cosas inimaginables por medio de la oración. Eso es lo que le dice Jesús dijo a sus discípulos: “Pedid y se os dará, buscad y hallareis, tocad y se os abrirá” (Mt. 7:7). En otra ocasión les dijo: “Todo lo que pidiereis en mi nombre, lo haré” (Jn. 14:13).

Los efectos de la oración han sido evidentes en la historia de la humanidad. El pueblo de Dios ha sido testigo del poder divino por medio la oración. A lo largo de su historia, éste ha visto esta bendita realidad. Dios obró tantas veces trayendo cambios, haciendo milagros y causando proezas por medio de la oración, que no hace falta citarlos. Además, en sus 2,000 años de existencia, la iglesia ha visto el poder sobrenatural y transformador de Dios en respuesta a las oraciones. Salvación de las almas, sanidades físicas, emocionales y mentales, restauración matrimonial, reconciliación familiar, provisión material, y oportunidades laborales están entre algunos de estos resultados.

Pero uno de los efectos que muchas veces ignoramos es el que se produce en nosotros cuando oramos por otras personas. Uno de los beneficios que con frecuencia pasamos por alto es que podemos ser transformados cuando oramos por otros. Dicho de otra manera, Dios también puede transformar por medio de la intercesión al intercesor. En particular cuando oramos por otros creyentes.

Dios puede hacer cosas preciosas en nuestros corazones cuando oramos por otros. Él puede hacer nacer, crecer, y fortalecer nuestro sentido de amor hacia las personas por quienes oramos.  Esto es lo que veo, por ejemplo, en la vida del apóstol Pablo.

En el primer siglo, en los días de los apóstoles, habían iglesias que Pablo no había fundado. Habían iglesias que el mismo Pablo inició, pero habían otras que él no fundó personalmente. La iglesia de Corintio y la de Tesalónica están entre las que Pablo fundó o al menos conocía en persona. La iglesia de Colosas están entre las que no fueron fundadas por el apóstol. Es decir, Pablo no conocía personalmente a estos hermanos y esto también es cierto de los creyentes en Roma, a quienes les expresó su deseo de visitarlos (Ro. 1:15).

Pero lo más llamativo de esto es que, sin que Pablo conociera a estos hermanos, podemos discernir un genuino amor por ellos. Se percibe un profundo lazo, una gran familiaridad, y un sentido de cercanía con estos creyentes. Un genuino amor se puede advertir en las cartas de Pablo, en especial en la manera como se dirige a ellos.

La pregunta que surge sería: ¿Por qué Pablo podía sentir un genuino e intenso amor por hermanos a quienes no conocía?

Es cierto que la forma más básica de explicar ese afecto sería decir que Dios lo puso en Pablo por medio de su Espíritu. En virtud del nuevo nacimiento, los creyentes ahora poseemos una nueva naturaleza que es capaz de amar profunda y genuinamente. El mismo Pablo decía que el amor de Dios fue derramado en el corazón de cada creyente (Ro. 5:5) y por eso hemos sido capacitados para amar. Es decir, el amor que Pablo tiene por los creyentes es un don que procede de Dios.

Sin embargo, como todos los dones que recibimos, estos deben ser cultivados para que crezcan y se fortalezcan. El amor que Dios pone en nosotros debe ser cultivado para que este siga creciendo y se haga más fuerte. Y mi presunción es que Pablo cultivó y conservó ese amor por los creyentes por medio de la oración.

En otras palabras, el apóstol pudo crecer y fortalecer en su aprecio por ellos por medio de la intercesión. Pablo oraba por la iglesia. Oraba por las iglesias que conocía y por los que nunca conoció. Pablo era un creyente que oraba por creyentes a quienes no conocía y eso lo unía a ellos. Eso fortalecía su sentido de amor por ellos.

La vida de oración de Pablo incluía oración por sus hermanos, intercesión por los santos. En casi todas sus cartas, él menciona que está orando por ellos. Esto es revelador e inspirador acerca de la vida de oración de Pablo:

  • Romanos 1:9: “Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones”.
  • Colosenses 1:3: “Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo”.
  • Filipenses 1:4: “siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros”.
  • 1 Tesalonicenses 1:2: “Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones”.

(Ver también: 2 Tesalonicenses 1:11; Filemón 1:4; 2 Timoteo 1:3; Efesios 1:16)

Esto me lleva a concluir que Dios puede unir corazones por medio de la oración. Él es poderoso para unirnos con personas distantes cuando intercedemos por ellas. Dios, por medio de la oración puede hacer crecer un vínculo afectuoso con aquellos que no lo tenemos. Si empezamos a orar por ellas, el Señor puede hacer fortelecer nuestro amor por personas por quienes no sentimos mucha afinidad o empatía.

Es más, incluso con hermanos con quienes estamos resentidos o con quienes hemos tenido conflictos, la oración puede ser el medio por el cual Dios obre sanidad, restauración, y hasta una posible reconciliación. Dios puede pegar nuestro corazón al de nuestros hermanos por medio de la oración.

Es imposible sentir odio por quien has estado orando al Señor. Es imposible ser indiferente por quien has intercedido en oración. Es imposible querer el mal por quien oras para que Dios le traiga bien. ¿No crees?

Estoy convencido de que esto es posible porque una de las maneras poderosas de amar a alguien es orando por él. El amor, cuando es abrazado, despoja al egoísmo de su poder e influencia. Cuando amamos, vicios como la indiferencia y el resentimiento se debilitan. Cuando amamos y oramos por alguien que es contrario a nosotros, comenzamos a ser más como nuestro Padre. Por eso Jesús mandó: orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:44-45)

Comienza a orar por esos hermanos que sientes distantes. Ora por aquellos que te ofendieron o por los que te decepcionaron. Preséntalos en oración delante del Señor. Menciona sus nombres y pide específicamente por sus necesidades, por su bienestar físico, emocional, y espiritual.

Hacemos un gran servicio por la iglesia y un gran servicio a la causa del evangelio por medio de la oración por nuestros hermanos. Dios puede hacer grandes cosas, empezando por nuestro corazón. Dios nos puede transformar mientras oramos por otros.

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