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Nota del editor: 

Este artículo apareció primero en nuestra Revista Coalición: Señor, considera mi lamento(Agosto 2021).

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Gladys Aylward escuchó la predicación de un joven pastor en Inglaterra que la confrontó con el evangelio, alrededor de 1925. El mensaje llegó tan profundo a su corazón que llegó a sentir una profunda carga por las misión de Dios y, en particular, por la obra misionera en China.

Gladys estaba convencida de que “alguien” tenía que ir a proclamar el evangelio de Cristo en aquella nación. Así que decidió ponerse en contacto con las personas influyentes que conocía para animarlos a considerar la posibilidad de ir a China como misioneros. Sin embargo, todos rechazaban su oferta.

Sin muchas opciones más, Gladys abordó a su hermano, Lawrence. Él, al igual que los demás, no sentía una carga particular por los perdidos. Pero Dios lo usó en la vida de su hermana de manera inesperada, cuando le dijo: “Si en verdad estás tan interesada, ¿por qué no vas tú misma a China?”.

Fue así como Gladys se dio cuenta de que ese “alguien” a quien tanto había buscado, ¡era ella misma! Esta convicción la condujo a orar: “Dios, aquí está mi Biblia, mi dinero y aquí estoy yo. Por favor, úsame, Dios. Úsame, por favor”.[1]

Gladys sirvió como misionera en China durante 18 años. Ella fue usada grandemente por el Señor, pero quizás su hazaña más conocida está relacionada con un ataque armado al que sobrevivió durante la Segunda Guerra Chino-Japonesa (1937–1945). En esa oportunidad rescató a más de 100 niños huérfanos, a quienes condujo por varios días entre las montañas de China hasta llegar a una aldea donde encontraron refugio.

Gladys murió en Taiwán el 3 de enero de 1970, dejando un legado de fidelidad a Dios y servicio sacrificial a favor de los más vulnerables y necesitados.[2]

El motivo de nuestro lamento

Cuando leo la historia de Gladys, me pregunto qué cambió su corazón aquel día de 1925. La respuesta parece obvia: ella llegó a tener una profunda comprensión del evangelio bíblico.

Ese evangelio no es individual y egoísta, como el que muchos predican y creen hoy, donde lo único que importa es nuestro propio bienestar en esta tierra y un camino seguro al cielo. Por el contrario, Gladys entendió que el evangelio nos habla del plan de redención, no solo para uno mismo, sino también para el mundo entero que ha sido quebrantado por el pecado y que gime y sufre como con dolores de parto esperando su restauración (Ro 8:22).

A la luz de esta realidad, la pregunta no es si enfrentaremos aflicción, pues Jesús nos advirtió que el dolor y el quebranto nos acompañarán todos los días de nuestras vidas (Jn 16:33). Más bien, somos llamados a considerar cuál será nuestra respuesta en medio de la aflicción que nos rodea como humanidad.

Como el pueblo de Israel en el desierto, nosotros también podemos responder en queja y murmuración a pesar de la bondad, fidelidad y amor de Dios (Ex 15:24, 17:3; Nm 14:2, 26-30), poniendo en duda sus juicios justos y soberanía. Lo opuesto a esa actitud equivocada sería responder en lamento, derramando nuestro corazón ante el Señor y expresándole nuestro dolor (Sal 142:1-2), pero sin olvidar Su carácter y Sus promesas (Sal 142:5-7).

El lamento es derramar nuestro corazón ante el Señor y expresarle nuestro dolor, pero sin olvidar Su carácter y Sus promesas

La queja y el lamento no son sinónimos. Lo primero nace de un corazón egoísta que ha dejado de confiar en Dios, mientras que lo segundo nace de un corazón humilde que se presenta delante del Señor, con sus dudas y su dolor por el pecado, pero sin dejar de creer que Él es soberano y está en control de todas las circunstancias.

La expresión de nuestro lamento

En el libro de Ester encontramos un ejemplo de la expresión del lamento bíblico. La trama se desarrolla en Susa, capital del Imperio Persa, donde vivía una comunidad judía de exiliados que enfrentó la amenaza terrible de ser exterminados por una conspiración sanguinaria que promovió la promulgación de un decreto real injusto (Est 3:9-15).

La reina Vasti había sido destituida debido a una falta grave contra el rey Asuero (Est 1:10-12). Así que él se dio a la tarea de buscar una nueva reina mediante lo que parecía un concurso de belleza (Est 2:1-4). Es aquí donde Ester entra en escena, una joven doncella que participó en la competición ¡y ganó! (Est 2:16-18). Ella era prima de Mardoqueo, un judío exiliado de Jerusalén, quien a su vez la había adoptado como hija luego de que los padres de ella fallecieran (Est 2:7). No olvides este dato, porque es muy importante.

Todo parecía ir bien, hasta que apareció Amán, el segundo al mando en el imperio. Por orden real, él debía ser reverenciado por todos los siervos (Est 3:1-2), pero Mardoqueo se rehusaba a hacerlo, probablemente porque esa reverencia incluía algún tipo de adoración pagana que un judío fiel no realizaría. Así que, sabiendo Amán que Mardoqueo era judío, maquinó un perverso plan de venganza para no solo asesinarlo a él, ¡sino también a todos los judíos que vivían en el imperio! (Est 3:5-6). Esto produjo una tremenda conmoción y “cuando Mardoqueo supo todo lo que se había hecho, rasgó sus vestidos, se vistió de cilicio y ceniza, y salió por la ciudad, lamentándose con grande y amargo clamor” (Est 4:1).

El lamento en tiempos del Antiguo Testamento usualmente iba acompañado de dos expresiones: (1) las personas se vestían de cilicio, una tela áspera hecha con pelo de cabra o camello (1 Re 20:31-32; Sal 35:13; Jer 4:8), y (2) se sentaban sobre ceniza o la ponían sobre sus cabezas, como representación de ruina y desastre (2 S 13:19; Job 2:8; Is 58:5).

Ambos actos servían como una expresión externa de una condición interna. No solo Mardoqueo expresó su lamento, sino que también todo el pueblo judío que se enteró del edicto del rey (Est 4:3).

La necesidad de nuestro lamento

Cuando levantamos la mirada y observamos el panorama mundial, lleno de enfermedad, muerte, guerras, corrupción e injusticias, ¿cómo reaccionamos? Algunos de nosotros, así como el pueblo de Israel en el desierto, hemos explotado en quejas y murmuración contra nuestros pastores, líderes políticos o sistemas gubernamentales, e incluso ¡contra Dios mismo!

Los corazones humanos son rápidos para la queja y la murmuración que solo hace que la situación se vea peor y sin solución alguna. Pero el Señor nos llama a lamentarnos, es decir, sentir dolor y demostrarlo delante de Él, por lo que se está viviendo, con la motivación y la expresión correcta.

Cuando seguimos leyendo el relato bíblico, encontramos que ni siquiera la misma reina Ester estaba a salvo (Est 4:13). Ella enfrentaba un dilema: si entraba a la presencia del rey para interceder por su pueblo sin haber sido llamada, corría peligro de muerte. Pero si permanecía en silencio, también enfrentaría la muerte por el edicto real.

Los corazones humanos son rápidos para la queja y la murmuración. Pero el Señor nos llama a lamentarnos

¿Recuerdas el relato de Gladys Aylward? Ella, así como Ester, en lugar de buscar la manera de salvar su propia vida y tratar de seguir adelante, se unió al lamento del pueblo de manera humilde y sacrificial. Por un lado, Gladys entregó su vida a la misión en China y, por otro lado, Ester dijo: “Iré al rey, lo cual no es conforme a la ley; y si perezco, perezco” (Est 4:16, cursivas añadidas). Ester no se quejó ni permaneció pasiva ante las circunstancias. Ella lamentó la situación delante de Dios y se ofreció a que el Señor obre a través de ella. Esa es la gran diferencia entre la queja humana y el lamento espiritual.

El desenlace de la historia de Ester es fascinante. Ella entra a la presencia del rey y es recibida con gracia. Mardoqueo es honrado por Asuero y el plan del malvado Amán es puesto en evidencia, lo que lo conduce a la muerte. El rey promulgó un nuevo edicto que permitió a los judíos defenderse de cualquier atacante (Est 9:1). Desde aquellos días se estableció una festividad judía que celebraba este rescate divino y misericordioso de su pueblo, llamada Purim, “un mes que se convirtió de tristeza en alegría y de duelo en día festivo” (Est 9:22).

Nuestras familias, iglesias, comunidades y países pueden estar atravesando situaciones complejas que nos causan dolor e indignación. Pero, ¿cuál será tu respuesta? No ignores el dolor a tu alrededor. Examina tu corazón para no responder en egoísmo y queja. Al contrario, derramemos nuestro lamento delante de Dios, pero también actuemos con humildad, valentía y confianza, sabiendo que la respuesta de Dios no vendrá por la magnitud de nuestro llanto o lo impresionante de nuestra huelga, sino por la actitud de un corazón que se lamenta por el pecado, mientras descansa en los brazos del único que puede salvarnos. Y así, al igual que Gladys, también podemos orar: “Dios, por favor, úsame en medio de estas circunstancias tan dolorosas”.


[1] Carol Purves, Chinese Whispers, (Day One Publications, 2005), 15.

[2] Para conocer más sobre la vida de Gladys Aylward, puedes ver esta cibergrafía preparada por BITE, o leer este artículo publicado por Aviva Nuestros Corazones.

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