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Nota del editor: 

Este devocional está tomado del ebook Noticias de gran gozo: 25 reflexiones para celebrar el Adviento.

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«La mano del SEÑOR no se ha acortado para salvar;
Ni Su oído se ha endurecido para oír.
Pero las iniquidades de ustedes han hecho separación entre ustedes y su Dios,
Y los pecados le han hecho esconder Su rostro para no escucharlos» (Isaías 59:1-2).

Harold Kushner, un prominente rabino y autor americano, escribió un libro titulado: Cuando a la gente buena le pasan cosas malas. Este éxito de ventas del New York Times vendió más de cuatro millones de copias y aborda una de las preguntas más comunes de la humanidad: si Dios es bueno y amoroso, ¿por qué permite el sufrimiento? En resumen, la respuesta de Kushner es que aunque Dios es benevolente, no es todopoderoso para prevenir la maldad.

Isaías aborda un razonamiento similar del pueblo judío. El pueblo de Dios estaba enfrentando pruebas y, por más que oraban, parecía que el Señor no respondía. Así que concluyeron que su mano se había debilitado o quizás su oído se había ensordecido (v. 1). Por eso Dios no tenía la capacidad para responderles.

Sin embargo, Isaías señala con claridad la raíz del problema. No es que Dios sea débil, incapaz o no esté interesado en los problemas de su pueblo, sino que el pecado había hecho una separación entre ellos y Dios (v. 2). El problema era que el pueblo oraba y ayunaba, pero al mismo tiempo vivía en pecado: oprimiendo a los trabajadores, en medio de riñas y pleitos, hablando mentira y derramando sangre inocente (58:3-4; 59:3-15).

El pecado nos separa de la comunión con Dios (1 Jn 2:4; 1:6). La luz y la oscuridad no pueden coexistir. No podemos pretender que Dios oiga nuestras oraciones y vea nuestro ayuno para suplicarle que haga lo que nosotros le pedimos, cuando sabemos que andamos en pecado (Is 59:12; 1 P 3:7). ¿Eso quiere decir que un pecador no puede orar a Dios? ¡Todo lo contrario! Dios nos llama a apartarnos del pecado y acercarnos a Él (Is 55:7). Pero no atenderá la oración de un pueblo que, estando consciente de sus pecados, pretende acercarse al Dios Santo para pedir cualquier otra cosa antes que su perdón.

La buena noticia es que esta separación llega a su fin gracias a la obra de Cristo. Cuando Jesús fue a la cruz, llevó sobre su cuerpo nuestros pecados y allí el rostro de Dios se escondió de Él (1 P 2:24; Mt 27:46). ¡Pero no fue para siempre! El Señor se levantó victorioso. Su brazo, aquel que decían que era débil, trajo salvación (Is 59:16). La promesa de redención y perdón se cumplió en Jesucristo, y está disponible para todos los que lo buscan de corazón.

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