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Les debo confesar que mi corazón se ha llenado de críticas hacia un compañero pastor. Él era un amigo, un hombre piadoso que amaba a su familia, predicaba el evangelio, oraba regularmente, nunca murmuraba, y siempre creía lo mejor acerca de las demás personas. Pero empece a luchar con algo en particular acerca de él. No era algún pecado oculto. No era una doble vida. En realidad, no era nada “escandaloso”.

Es que era un mentiroso.

Cuando le preguntaba cómo le estaba yendo, él siempre respondía “¡Excelente!”. Cuando le preguntaba si tenía alguna necesidad de oración, él siempre ofrecía una respuesta genérica.

Él era muy privado, impersonal y bastante cerrado, incluso cuando otras personas a su alrededor compartían de lo profundo de sus corazones. Dudo que nadie lo haya escuchado alguna vez disculparse con alguien por algo.

Aun así, él sonreía mucho. Se reía calurosamente y mantenía las cosas “positivas” tanto como fuera posible. Pero vi cómo la gente más cercana a él fueron aplastadas por su falta de vulnerabilidad. Yo fui uno de ellos.

Por favor, no me malinterpreten: yo creo los pastores tienen el derecho de tener su privacidad y mantener algunas cosas personales. Ellos no deben poner todos sus asuntos sobre el microscopio de la iglesia. Tienen a libertad de ser menos emotivos y tranquilos. No deben parlotear sus pecados y defectos. Deben ejercer una discreción decente.

Pero he aquí mi preocupación: ¿estamos siendo suficientemente honestos con otros para dejarlos llevar nuestras cargas? ¿Puede ser que el silencio externo indica una jactancia interna? Cuando el llevar las cargas de otros ocurre en una sola dirección entonces deja de ser el llevar las cargas los unos de los otros (Gá. 6:2). Inevitablemente, fallaremos en llevar este peso por nuestros propios esfuerzos. Yo creo que mi amigo sucumbió en esta tentación. Pero no me di cuenta que eso me había pasado a mí también.

Durante esta etapa de mi vida me reunía a tomar un café con un joven de quien era mentor en ese entonces. Por la gracia de Dios, él me ofreció un sencillo comentario que me humilló:

“Cada vez que te pregunto que tal te va, siempre me dices ‘¡Excelente!’ y después te enfocas en mí lo más pronto posible. Yo nunca puedo saber cómo le esta yendo realmente”.

Me sentí aplastado. Pero él estaba en lo correcto. Le pedí perdón, orando que Dios destruyese el orgullo que me impedía compartir la realidad de mi corazón con otros. El orgullo es siempre la raíz del problema. Yo quería que las personas me vieran como alguien que no necesitaba el evangelio tanto como yo les decía a ellos que lo necesitaban.

Por supuesto, el incidente me ayudo a ver cuán duro había sido con mi amigo. Cuán fácil es juzgar el corazón de un hermano mientras tu propio corazón está mintiéndote acerca de ti mismo. Alabado sea Dios porque el Espíritu Santo revela de manera fiel lo que hay en nuestros corazones. Alabado sea Dios por aquellos que están en Cristo no tienen que ocultar nada más.

Así que pastor, deje de mentir. Su congregación necesita saber que usted necesita a Jesús tanto como ellos.


Este artículo fue publicado originalmente el19 de febrero 2014 para The Gospel Coalition. Traducido por Martin Mendez.
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