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¿Qué pasaría si pudieras eliminar tus errores de la memoria de alguien? Esa palabra áspera, ese fracaso empapado de vergüenza, esa mentira dolorosamente descubierta, todo olvidado en un instante. He anhelado la oportunidad de deshacer el daño causado. Tal vez tú también conoces esos dolores.

Puede que no seamos capaces de borrar nuestros errores de la memoria de otra persona, pero de niña tenía la impresión de que tenía el poder de borrar los pecados de la mente de Dios con una simple palabra: «Perdóname». Si le pedía perdón, se olvidaría de que yo había hecho algo malo. Esta parece ser la implicación de versículos como: «Yo, Yo soy el que borro tus transgresiones por amor a Mí mismo, y no recordaré tus pecados» (Is 43:25). O «Pues tendré misericordia de sus iniquidades, y nunca más me acordaré de sus pecados» (Heb 8:12).

Sin embargo, a medida que crecía y aprendía sobre la omnisciencia de Dios, me surgieron dudas sobre la validez de esta idea. Leemos en 1 Juan 3:20 que Dios lo sabe todo, incluso lo más profundo de nuestros corazones pecadores. Hebreos 4:13 dice que todos estamos desnudos y expuestos ante Dios. ¿Cómo podría un Dios que lo sabe todo desconocer mi pecado pasado? Incluso si Dios lo olvidó, yo ciertamente no lo he olvidado. ¿Podría yo poseer un conocimiento que Él no tiene?

Tal vez la pregunta de fondo sea: «¿Cómo es Dios?». ¿Es el olvido consistente con Su carácter? Su Palabra revela que Él es inmutable. Por lo tanto, no gana ni pierde conocimiento y Su entendimiento siempre es perfecto. Dios también es justo y por eso debe castigar el pecado.

Si estas cosas son ciertas, ¿cómo podría Dios conocer nuestro pecado en un momento y olvidarlo al siguiente? ¿Cómo podría un Dios justo pasar por alto la maldad? Aunque los versículos que hablan de que Dios no se acuerda de nuestro pecado puedan parecer contrarios a Su omnisciencia y justicia, toda Su Palabra es verdadera y nunca se contradice. Entonces, ¿qué ocurre aquí?

Dios se acuerda

La Biblia habla a menudo de Dios recordando o no recordando, pero no del mismo modo que nosotros hablamos de que nos acordamos de recibir el correo o nos olvidamos de una cita con el médico. Cuando Dios recuerda, responde. La palabra hebrea zakar no implica que Dios se haya olvidado y luego se haya acordado de repente, sino que ha recordado algo. Recordar en este sentido es actuar conforme a algo.

Cuando Dios recuerda a personas, planes y promesas, obra en consonancia con su fidelidad. Se acordó de Noé cuando obró de acuerdo con la promesa de proteger a su familia (Gn 8:1). Se acordó de Raquel en su esterilidad y le dio un hijo según Su pacto de hacer de la familia de Abraham una gran nación (Gn 30:22). El pueblo de Dios le pide con frecuencia que se acuerde de ellos conforme a Su constante amor.

Asimismo, el hecho de que Dios no recuerde nuestro pecado no es una amnesia voluntaria. Sin embargo, en Su misericordia, no actúa contra nosotros según nuestro pecado. Cuando el Señor perdona, no recuerda nuestros pecados para castigarnos o recriminarnos. No mueve la cabeza en señal de decepción mientras susurra: «Qué vergüenza».

En cambio, Dios aleja nuestro pecado de nosotros como el oriente del occidente (Sal 103:12). «Nunca más me acordaré de sus pecados» no significa que nuestro pecado se le olvide, sino que no lo tiene en cuenta (Heb 8:12). Nos trata como si nunca hubiéramos pecado.

El hecho de que Dios no se acuerde de nuestro pecado no es una amnesia voluntaria. Pero, en Su misericordia, no actúa contra nosotros según nuestro pecado

Tanto justo como misericordioso

Así la omnisciencia de Dios permanece intacta. Él sabe, pero no lo trae a colación. Ve, pero no reprende. Abunda en amor y compasión por Sus hijos descarriados.

¿Pero qué hay de Su santidad? ¿Abandona el Señor la justicia por la misericordia? ¿Pasa por alto la maldad y la deja pasar sin que se le aplique? No, en absoluto. Escucha cómo se describe Dios a sí mismo:

El Señor, el Señor, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado; pero que no deja sin castigo al culpable (Éx 34:6-7).

Él perdona, pero no absuelve a los culpables. No nos trata según nuestros pecados, pero estos deben ser castigados. ¿Cómo es esto posible? La respuesta la encontramos en la cruz de Jesucristo.

Jesucristo es el Hijo de Dios que se hizo hombre. Vivió una vida completamente libre de pecado, pero tomó sobre Sí la ira de Dios que nosotros merecíamos. Murió por nuestros pecados y resucitó en victoria sobre la muerte. Cuando confiamos en Él para salvarnos del juicio, se convierte en nuestro representante. Ya no se acuerda de nosotros según nuestro pecado, sino según la perfección de Cristo. Su justicia se convierte en la nuestra.

Dios castiga realmente todo pecado, pero si estamos en Cristo, esa ira recae sobre Él. La cruz muestra sorprendentemente, en armonía, aspectos del carácter divino que de otro modo podrían parecer irreconciliables. ¡Qué justicia implacable y qué misericordia generosa! ¡Qué asombrosa Su ira y qué inimaginable Su amor!

Una esperanza mayor

No servimos a un Dios cuya memoria es borrada al sonido de la confesión humana. Por el contrario, servimos a un Dios que ve el pecado que se esconde en los rincones oscuros de nuestros corazones tan brillantes como el mediodía, pero que decide ofrecernos misericordia en Cristo. Servimos a un Salvador que nos conoce plenamente y nos sigue amando profundamente, incluso hasta la muerte.

Tenemos una esperanza mucho mayor que la de un Dios que olvida. Nuestra esperanza es un Dios que perdona.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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