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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Mejor que el Edén: Nueve formas en las que la historia bíblica cambia todo sobre tu propia historia (B&H Español, 2022), por Nancy Guthrie.

Adán y Eva debían gobernar como realeza sobre el reino del Edén. Además, debían servir como sacerdotes en el templo cósmico del Edén. Si hubieran pasado la prueba del árbol, Dios los habría vestido de la ropa adecuada para esta tarea sacerdotal. Pero el fracaso de Adán y Eva no frustró el plan de Dios. En cambio, Él empezó a desarrollar Su plan, donde un representante de Su pueblo entraría una vez al año a Su presencia en el lugar santísimo del tabernáculo, el cual llegó a ser el templo tiempo después.

Las instrucciones sobre la vestimenta

Dios le dio a Moisés diseños divinos para el templo, y particularmente para el lugar santísimo, que lo haría evocador del Edén. También estipuló el diseño de la ropa del sumo sacerdote. En el diseño divino de la ropa del sumo sacerdote podemos vislumbrar no solo cómo se habrían vestido Adán y Eva si hubieran obedecido, sino también cómo Dios desea vestir a todos los que un día habitarán en el santuario que es mejor que el Edén, aquellos «de todo linaje y lengua y pueblo y nación», a quienes Dios ha hecho «reyes y sacerdotes», y que reinarán «sobre la tierra» (Ap 5:9-10).

La instrucción de Dios a Moisés fue: «Y harás vestiduras sagradas para tu hermano Aarón, para gloria y para hermosura» (Ex 28:2). Estas tres palabras captan lo especial de la vestimenta del sumo sacerdote: sagradas, gloria y hermosura. Sería el hombre mejor vestido de Israel. ¿A quién no le gustaría vestirse así? A través de los siglos, muchos sacerdotes se vistieron de esta manera. Sin embargo, la ropa exterior no tenía el poder de cambiar a la persona por dentro.

A medida que leemos la historia de Israel en el Antiguo Testamento, descubrimos que, tanto como todo lo demás, fue la corrupción de los sacerdotes lo que llevó a Israel al exilio, y con el tiempo, el sacerdocio se disolvió directamente. Llegó el día en que no había ningún sacerdote que usara el efod para representar al pueblo ante Dios en el templo de Jerusalén. Es más, no había templo en Jerusalén.

La promesa de la nueva vestimenta

Sin embargo, el profeta Isaías ofreció esperanza cuando habló de un siervo del Señor que vendría para dar a Su pueblo «gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado» (Is 61:3). Los miembros del pueblo de Dios serían llamados «sacerdotes de Jehová» (Is 61:6). En la profecía de Isaías escuchamos al siervo diciendo:

En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas (Is 61:10).

Se acercaba el día en que el pueblo de Dios sería revestido de salvación, cubierto de justicia y adornado como un sacerdote. Pero ¿cuándo y cómo? Esa esperanza de ser vestido (representada en la ropa de pieles hecha para Adán y Eva, y en la ropa del sumo sacerdote, y prometida por los profetas) se hacía realidad cuando María «dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales» (Lc 2:7). «No hay parecer en Él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos» (Is 53:2). ¿Por qué no podíamos ver Su belleza? Porque «aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres» (Fil 2:6-7).

Jesús experimentó la humillación de la desnudez de manera que tú y yo pudiéramos experimentar la gloria de estar vestidos

Jesús se vistió de la ropa común y corriente y perecedera de la carne humana. Sin embargo, hubo un día en el que les dio a algunos de Sus seguidores un vistazo de Su verdadera belleza, Su vestimenta gloriosa en la transfiguración (Mr 9:2-3). Pedro, Jacobo y Juan obtuvieron una vista previa de la gloria del Jesús resucitado. Pero no era tan solo un anticipo de la gloria del Jesús resucitado. Era un anticipo de la gloria de la resurrección de todos los que se unen a Jesús por la fe (Fil 3:20-21). Un día, nos vestiremos de la misma gloria que Jesús irradiaba en aquella montaña. Seremos radiantes; seremos así de hermosos.

Para que fuera posible que tú y yo nos vistamos de esta manera, Jesús se sometió no solo a nacer como un bebé desnudo, sino a que lo despojen de Su ropa en la crucifixión (Jn 19:23-24). Jesús, que usaba la vestimenta de una sola pieza de un sacerdote, fue despojado de esa ropa. Experimentó la humillación de la desnudez de manera que tú y yo pudiéramos experimentar la gloria de estar vestidos. Y esto no está relegado solo al futuro. Ahora mismo, si estás en Cristo, estás siendo santificado, te estás volviendo hermoso y estás siendo vestido de la justicia de Cristo.

El proceso de vestirse

En el libro de Colosenses, Pablo habla a los creyentes sobre el impacto de haberse unido a Cristo (Col 3:1-4). Si eres creyente, estás unido a Cristo. Por eso la realidad de la nueva creación por medio de la resurrección ya es tuya. Se acerca el día en que estarás plenamente vestido de la gloria de Jesús. Así que tiene sentido que Su gloria —carácter, propósito, semejanza— se haga una realidad cada vez mayor en lo que tienes «puesto» ahora, en tu manera de vivir.

Pablo les dice a los creyentes que, como estamos escondidos en Cristo o cubiertos por Él, hemos «despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno» (Col 3:9-10). Es casi como si Pablo tuviera en mente Génesis 1–3 mientras escribe. Está diciendo que nos hemos quitado la ropa que usan todos los que estamos «en Adán» —la cubierta de la rebelión y las hojas de higuera de nuestros propios intentos de ser lo suficientemente buenos para estar en la presencia de Dios—, y nos hemos puesto este «nuevo hombre».

Ahora usamos la ropa del último Adán, Jesucristo. ¿Y cómo es esta nueva vestimenta? Pablo sigue diciendo:

Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria (Col 3:12-14).

Esto, amigos míos, es lo que significa ser hermoso. Este es «el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios» (1 P 3:4). No solo esto es hermoso para Dios, sino también atractivo para los demás. Pablo está diciendo que a medida que la nueva creación irrumpe en el ahora de nuestras vidas, tiene sentido que estemos cada vez más revestidos de la santidad, la gloria y la belleza que un día serán plenamente nuestros. 

Según Pablo, eso es lo que está sucediendo. Cristo hizo que fuera posible vestirnos de la gloria más grande a la que Adán y Eva renunciaron. Incluso ahora, a medida que el Espíritu Santo obra en nosotros, estamos siendo cambiados de un grado de gloria a otro. Cuando nos acercamos a la Palabra de Dios desnudos y expuestos, esta Palabra viva y activa empieza a obrar en el interior de nuestras vidas, discerniendo nuestros pensamientos impuros y las malas intenciones del corazón para que podamos confesar, arrepentirnos y cambiar de verdad (Heb 4:12-13).

El Espíritu hace esta obra transformadora para que estemos cada vez más envueltos en el manto de justicia de Cristo; no solo en un sentido judicial, sino en la realidad de nuestras vidas. El Espíritu nos empodera para que dejemos atrás nuestra determinación rebelde de ostentar nuestra pecaminosidad vergonzosa, y nuestra determinación farisaica de vestirnos de nuestra propia gloria, justicia y belleza.

En vez de marcar tendencia con nuestra ropa, queremos marcar una tendencia con nuestro carácter, que haga que todos miren a Cristo

En vez de marcar tendencia con nuestra ropa, de manera que todos nos miren al pasar, queremos marcar una tendencia con nuestro carácter, que haga que todos miren a Cristo. Queremos que otros miren nuestras vidas y pregunten dónde conseguimos nuestro atuendo, porque quieran volverse tan hermosos como nos estamos volviendo. Disfrutamos de cómo Dios nos está vistiendo con santidad, belleza y gloria. Pero también reconocemos que nos falta mucho para ser lo santos, hermosos o gloriosos que quisiéramos ser. Podemos descansar, sabiendo que seremos revestidos de santidad, belleza y gloria para siempre. Estas son las ropas que queremos para nosotros y para nuestros seres queridos.

Amigos, nuestro futuro no es volver a la desnudez del jardín del Edén. En cambio, Cristo hizo que fuera posible que todos los que se unen a Él se vistan de inmortalidad. Seremos absolutamente santos, tan gloriosos que necesitaremos ojos nuevos para poder mirarnos unos a otros. Seremos hermosos como Jesús. Cuando el hombre del cielo, el glorioso Cristo resucitado, regrese a esta tierra, tendremos la misma ropa que Él está usando.

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