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Recuerdo exactamente dónde estaba cuando perdí el interés por el deporte profesional.

En 1998 la Copa del Mundo fue en Francia, y el jugador del momento era Michael Owen, delantero titular de Inglaterra. Él fue el jugador más joven de ese país que había participado en una Copa del Mundo. Yo tenía 16 años. Michael Owen tenía 18. Yo estaba en el sótano de mi padre en el centro de Missouri. Él estaba en el estado de Toulouse en Francia. Yo solía jugar fútbol, defensa específicamente, porque no podía anotar. Pero Owen anotaba goles contra los mejores jugadores del mundo. Él era famoso internacionalmente. Yo era moderadamente popular en mi escuela secundaria.

Los jugadores eran igual de emocionantes que antes. No habían cambiado. Pero en algún lugar a lo largo del camino, a medida que crecía, las cosas habían cambiado para mí. Mi perspectiva se había torcido. Me encantaba el deporte porque un día yo podría ser una estrella, o eso creía yo.

A mis 16 tenía una sensación de hundimiento, de que nunca cumpliría mis sueños. En los dos años que me quedaban, yo no iba a alcanzar Owen.

Estos sentimientos me atacaron nueva vez hace unos meses en la oficina de la iglesia. En la pila del correo estaba la revista Christianity Today. El artículo de portada se titulaba «33 Bajo 33″. Me quedé mirando la portada pensando, como si al abrirla, las páginas declararían que yo era culpable de algo.

Me ganó la tentanción.

El artículo celebra, como era de esperarse, 33 líderes en el cristianismo (autores, pastores, músicos, empresarios, activistas políticos, e incluso un bailarín) que están haciendo una diferencia para Jesús. Y todos ellos tienen una cosa en común (además de estar en Twitter): tienen 33 años de edad o menos.

Pasé las páginas, y me quedé mirando sus espectaculares biografías, cortes de pelo a la moda, y caras jóvenes. Y ellos me miraban sonrientes.

Fruncí el ceño. Parecía, de nuevo, como si Michael Owen estuviera marcando goles en Francia, y yo estaba en el sótano de mi padre.

Después de este deprimente momento en la oficina, he tenido más tiempo para pensar. Esto es lo que estaba pasando en mi corazón.

‪1. Cualquier cosa puede convertirse en un ídolo

La capacidad del corazón humano para convertir cualquier cosa en un ídolo es asombrosa. Parafraseando a Tim Keller en Dioses que fallan, cuando algo, incluso algo bueno, se convierte en algo supremo, entonces ocurre la idolatría. Keller escribe:

«¿Qué es un ídolo? Es cualquier cosa que sea más importante para ti que Dios, cualquier cosa que absorba el corazón y la imaginación más que Dios, todo lo que buscas para darte lo que solo Dios puede dar». 

Un ídolo es cualquier cosa que miras y dices, en tu corazón , “si tengo eso, entonces sentiré que mi vida tiene sentido, entonces voy a saber que tengo valor, entonces me voy a sentir importante y seguro”. Hay muchas maneras de describir ese tipo de relación con algo, pero tal vez la mejor es la adoración.

Podemos idolatrar casi cualquier cosa. El fútbol y el atletismo, la belleza y el poder. Podemos idolatrar el avance profesional, la reputación en el mundo académico, las causas políticas, o la familia y los niños. Podemos idolatrar el matrimonio o la soltería, el lucro o arte.

“Algo bueno convertido en algo supremo” incluso puede suceder con el ministerio cristiano, el tipo de éxito ministerial que llega a las páginas de Christianity Today. El problema no era con el artículo: era con mi propio corazón. En otras palabras, debemos celebrar la provisión de Dios y la fidelidad de su pueblo, no lamentar nuestro propio anonimato. Nunca se trató de “nosotros”. Nunca fue por mí. Señor, perdóname por hacer del avance de tu Reino mi propio avance.

2. Dios cambia a la gente

Por la gracia de Dios, la gente puede y logra cambiar. Sus deseos pueden cambiar; su adoración puede cambiar. A través del evangelio, las personas dejan atrás dioses falsos y se vuelven al verdadero Dios. A través de Jesús, podemos decir que Dios “nos ha librado de la potestad de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo amado” (Col. 1:13).

En la mañana que leí “33 Bajo 33”, el impulso de celos fue solo una punzada, un momento. Hace quince años, viendo a Owen en la Copa del Mundo no fue solo una punzada. Hace quince años, un deslizamiento de tierra se abrió, un fundamento se derrumbó, y una casa construida sobre la arena fue aplastada. Hace quince años, no había dolor, pero sí desesperación. Keller escribe:

«Hay una diferencia entre la tristeza y la desesperación. La tristeza es un dolor que encuentra otras fuentes de consuelo. La tristeza viene de perder una cosa buena entre otras, de modo que, si tienes que hacer un cambio en tu carrera, puedes encontrar consuelo en tu familia que te ayuda a atravesarlo. La desesperación, sin embargo, es inconsolable, porque viene de perder algo supremo. Cuando pierdes la fuente suprema de tu significado o esperanza, no hay fuentes alternativas a las cuales recurrir. Te quebranta el espíritu».

Desde aquel momento con Michael Owen, una década y media de vida ha pasado. En este tiempo, solo por la gracia de Dios, un nuevo fundamento ha sido  establecido en mi vida, con Cristo como la piedra angular. Ese fundamento no puede ser sacudido.

3. Comience fuerte, termine fuerte

Lo que importa en una carrera es cómo terminas. Es ahí cuando dan las medallas. Estoy agradecido por los hombres y mujeres jóvenes que se celebran en la Revista Christianity Today. Realmente lo estoy. Leo sus blogs y escucho su música. Y ahora estoy orando por ellos lo mismo que oro por mí mismo: que podamos terminar con fuerza.

Los matrimonios pueden empezar bien, pastorados pueden empezar bien, y tú también puedes empezar bien la vida cristiana. Pero considera a Salomón en el Antiguo Testamento o Demas en el Nuevo Testamento (Colosenses 4:14, Filemón 1: 4, 2 Timoteo 4:10). Parecían haber empezado bien, pero fracasaron en lo que realmente importa: terminar bien.

Cuando lleguemos al cielo, se evaluará la verdadera medida de cada ministerio, y la fidelidad a Cristo será totalmente visible y recompensada. A la luz de ese futuro, nuestro objetivo debe ser terminar bien, para escuchar al final, “Bien, buen siervo y fiel”. No importa nuestra edad, relativa fama, o el anonimato, que todos podamos ser capaces de decir con Pablo: “hemos peleado la buena batalla, hemos acabado la carrera, hemos guardado la fe”, 2 Timoteo 4:7.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Patricia Namnún.
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