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¿Es legítimo emigrar a otro país y quedarse a vivir allí como irregular, esperando que surja una oportunidad para obtener los papeles?

Este tema despierta posiciones encontradas, incluso dentro de la iglesia. Muchos creyentes han vivido en condiciones difíciles bajo dictaduras y sistemas totalitarios, algunos bajo persecución y otros en inmensa pobreza. Por eso tomaron la decisión dolorosa de abandonar su país, y otros incluso a sus familias.

Ahora bien, también es cierto que en ocasiones lo que está detrás de esta decisión no tiene que ver mucho con una situación insostenible o de extrema pobreza, sino más bien con la ambición y la codicia. A veces lo que nos mueve a emigrar es la falta de contentamiento con lo que tenemos, el deseo por riquezas o por una vida más acomodada.

Entre estos dos extremos, hay un sinnúmero de otras razones (algunas legítimas y otras no tanto) que mueven a los creyentes a salir de sus países. No debemos ignorar estas realidades, pues nos proveen una perspectiva amplia y balanceada. Es cierto que al emigrar, algunos aspiran llegar al paraíso, pero otros solo buscan un refugio.

En este asunto debemos esforzarnos por reflejar la misericordia de Dios. Nuestro compromiso debe ser con la verdad bíblica y la compasión cristiana. Debemos tener una mirada integral cuando consideramos el tema, porque obviar estas condiciones mencionadas nos puede llevar a una rigidez que contrasta con el Espíritu de Cristo o, por otro lado, llevarnos a una tolerancia y permisividad que deshonre la verdad bíblica. 

Entonces, ¿cómo podemos pensar acerca de este tema difícil, en especial cuando estamos entre las personas que consideramos emigrar? Veamos algunos principios bíblicos que necesitamos tener presente y luego algunos consejos prácticos que pueden guiarnos a reflexionar en este tema.

Principios bíblicos para tener en cuenta

Considera la soberanía de Dios

La fuente de nuestro bien no son las personas, los gobiernos, ni las naciones, sino el Dios que nos rescató y adoptó

Toda evaluación de nuestras circunstancias debe partir de la premisa de un Dios soberano que determina, gobierna y usa cada evento para llevar a cabo su propósito en nuestras vidas (Ro 8:28-29). Podemos decir que, más allá de las causas, estamos donde Dios quiere que estemos, en el momento y las circunstancias que Él ordenó para nosotros.

Por supuesto, somos responsables de lo que hacemos y nuestras decisiones tienen consecuencias. Dios nos llamará a dar cuentas por ellas. Pero por encima de esto hay una realidad superior: Dios controla nuestras circunstancias (cp. Lm 3:37-38). Debemos afirmar esto en tiempos de prosperidad y paz, y también en tiempos de escasez y aflicción.

Considera el cuidado paternal de Dios

Los creyentes somos hijos de Dios y podemos confiar en su cuidado paternal. Por lo tanto, el afán por la provisión no debe permanecer en el corazón de Su pueblo:

“No se preocupen, diciendo: ‘¿Qué comeremos?’ o ‘¿qué beberemos?’ o ‘¿con qué nos vestiremos?’. Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que el Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas” (Mt 6:31-32). 

Este cuidado paternal de Dios también se expresa en protección, como dijo Jesús: “Mi Padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano del Padre” (Jn 10:29). Dios es el protector de su pueblo y nos guarda de todo mal que atente contra su propósito en nosotros (Sal 121:7).

Cuando vivimos en situaciones difíciles, podemos confiar en que Dios suplirá y nos protegerá. La fuente de nuestro bien, de nuestra provisión y protección, no son las personas, los gobiernos, ni las naciones, sino el Dios que nos rescató y adoptó.

Considera las leyes humanas

Dios coloca sobre nosotros a gobernantes y autoridades que establecen leyes que debemos honrar. Mientras seguir las leyes humanas no se constituya en un pecado para los creyentes, nuestro deber será someternos a ellas (1 P 2:13-14). Toda consideración para emigrar debe contemplar esto de manera responsable.

Considera tus motivaciones

Nuestro compromiso con Dios y su iglesia no debe interrumpirse mientras evaluamos emigrar

Somos llamados a evaluar las actitudes y motivaciones de nuestro corazón. Engañoso es el corazón, decía el profeta (Jr 17:9). Pablo enseñó que “si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (1 Co 11:31). Este ejercicio requiere colocarnos delante de Dios, a la luz de su Palabra, bajo la guía de su Espíritu. Pero sobre todo, requiere honestidad.

Por eso el salmista oraba así: “Sean gratas las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón delante de Ti, Oh SEÑOR, roca mía y Redentor mío” (Sal 19:14).

Puede que lo que nos mueva sea la codicia y ambición. Quizá la motivación es el temor o la legítima posibilidad de darle un mejor futuro a nuestras familias. En fin, debemos examinar qué está detrás de nuestro deseo de emigrar.

Consejos prácticos

Toca las puertas antes de entrar

Es decir, investiga cuáles son los países que estén abiertos a la posibilidad de recibir inmigrantes y ofrezcan (al corto o mediano plazo) alguna vía concreta de legalización o estatus temporal que te permita vivir, trabajar o estudiar legalmente.

Esto incluye la posibilidad de una futura petición familiar de algún pariente que ya resida en otro país, o petición laboral, o algún tipo de visa (humanitaria, de estudio, etc). También se puede considerar una forma de asilo, en el caso de que te encuentres bajo alguna forma de persecución. Sin embargo, lo más importante es que los creyentes seamos honestos e íntegros. Debemos vencer la tentación de las mentiras y medias verdades.

Vive a plenitud donde sea que estés

La planificación o incertidumbre por los procesos que atravesamos no son razones para suspender el desarrollo normal de nuestras vidas. Cuando Judá fue llevado cautivo a Babilonia, el Señor le dijo a su pueblo que tuvieran hijos y buscaran el bien de la ciudad, que compraran casas y trabajaran. En otras palabras, ellos debían seguir viviendo normalmente, haciendo lo mejor posible por el lugar donde Dios los tenía (Jr 29:4-7).

Continuar viviendo a plenitud también supone no descuidar nuestra vida espiritual. Nuestro compromiso con Dios y su iglesia no debe interrumpirse mientras evaluamos emigrar. La gloria de Dios y la gracia del evangelio son las mayores realidades de nuestra existencia, y nuestra lealtad hacia ellas no cambia por las circunstancias que nos encontremos. No suspendamos o reduzcamos nuestro compromiso con el Señor, su iglesia y la santidad.

Continúa siendo pastoreado

No podemos minimizar la importancia de ser acompañados tanto por los líderes y como por los hermanos de la congregación. Nuestras vidas deben considerar que somos parte de un cuerpo, que no nos pertenecemos, que estamos bajo autoridad. Somos parte de una comunidad local y su apoyo es indispensable para nuestro caminar cristiano.

Las mejores condiciones que ofrecen algunas naciones en esta tierra no pueden superar la realidad de nuestra morada celestial

“Obedezcan a sus pastores y sujétense a ellos, porque ellos velan por sus almas”, decía el autor bíblico (Heb 13:17). “En la abundancia de consejeros está la victoria”, decía el proverbista (Pr 11:14). En otras palabras, las decisiones importantes deben ser influidas por el consejo de los hermanos y los líderes de nuestra congregación. Esto no significa que necesitamos el permiso de ellos, pero sí que tomamos en serio lo que puedan decirnos. 

Comprométete a ser guiado por Dios

“Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen Espíritu me guíe a tierra firme” (Sal 143:10). Esta es la petición genuina de un creyente que quiere ser guiado por Dios para caminar en su voluntad. Nuestras decisiones no deben ser arbitrarias, basadas estrictamente en la conveniencia. Esta oración supone la disposición sincera a dejarnos guiar por Él. Orar presupone la valiente resolución de hacer conforme Dios nos instruya. 

Palabras finales

Al lidiar con todo esto, la iglesia debe mostrarse sensible y dispuesta a caminar con los creyentes en estas circunstancias. El proceso de toma de decisiones para todo creyente debe ser informado por la Escritura, dirigido y saturado por la oración y, finalmente, enriquecido por el consejo y apoyo de la iglesia.

Por último, recordemos que este mundo no es nuestro hogar, que somos extranjeros y peregrinos en esta tierra (1 P 2:11), y que nuestra patria terrenal no es permanente porque esperamos una ciudad celestial (He 13:14). La insatisfacción, angustia y frustración que experimentamos aquí, es nuestro gemir y anhelo por un mundo mejor, por nuestra patria celestial en cielos nuevos y tierras nuevas (Ro 8:23; 2 P 3:13). 

Las mejores condiciones que ofrecen algunas naciones en esta tierra no pueden superar la realidad de nuestra morada celestial, a la que podemos acceder gracias a la obra de Cristo por nosotros en el evangelio. Somos extranjeros y peregrinos que caminamos hacia un país de justicia, de paz y dicha permanente.

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