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Un común denominador en las desconversiones

Como cristianos en Occidente, sabemos que vivimos en una era secular. Sin embargo, el simple hecho de reconocerlo no te prepara para cuando tus amigos o familiares abandonan la iglesia o abandonan la fe.

El reciente artículo de Laura Turner, “Sixteen and Evangelical” [Evangélico a los dieciséis] resume casi exactamente cómo era mi vida a los 16 años. Ella describe a su grupo cercano de amigos cuyas relaciones se unieron por la cultura evangélica del grupo juvenil, y cómo su “celo juvenil” parecía casi intransigente. Hasta que, por supuesto, la edad hizo que ese celo fuera incompatible con la realidad.

¿Por qué es esta una historia tan común? ¿Por qué el celo juvenil de tantos niños en la iglesia pasa, con el tiempo, al cinismo hastiado de los que ahora no van a la iglesia? Se ha derramado mucha tinta al diagnosticar las razones de este tipo de rutas de “desconversión”. En este artículo quiero destacar simplemente un común denominador que he notado entre los amigos que se han quedado en la iglesia y los que se han ido.

El estigma del dogma

El común denominador tiene que ver con el conocimiento y la relación de la persona con las doctrinas de la iglesia. Casi todos mis amigos que estaban interesados naturalmente en las doctrinas siguen siendo miembros fieles en sus iglesias hasta el día de hoy. A los que no les interesaba se han “alejado” del cristianismo, como si fuera un paso intermedio en su mayor “viaje espiritual”. 

El hablar del “viaje espiritual”, tan común entre los desconvertidos, indica que lo que se priorizó fueron sus experiencias, lo mismo que pasa en muchas de nuestras iglesias. La doctrina formal se tiene en menos estima que la experiencia espiritual auténtica. La doctrina no es práctica, se piensa; la vida comunitaria sí lo es. La teología es para los intelectuales en la iglesia, pero el miembro promedio solo necesita ser amado. La doctrina es menos esencial para los jóvenes que la necesidad de asistir a una conferencia de pureza. En resumen, la iglesia era en gran medida un lugar pragmático que mejoraba la vida para alentar a las personas en sus propios “viajes espirituales”. 

Esta baja visión de la doctrina y alta visión de la espiritualidad personal es a menudo el primer paso para aquellos en el precipicio de la desconversión. Comienzan a enmarcar la iglesia y sus enseñanzas simplemente como productos de un tiempo y una cultura distantes, irrelevantes en las experiencias espirituales personales. En el mejor de los casos, esas enseñanzas ayudan a algunos a expresar su fe (principalmente personas del pasado); en el peor de los casos, son reglas hechas por el hombre y herramientas de manipulación y opresión. 

Una visión baja de la doctrina y una visión alta de la espiritualidad personal es a menudo el primer paso para quienes están en el precipicio de la desconversión.

Un excelente ejemplo de esa mentalidad es el teólogo liberal protestante del siglo XIX, Adolf von Harnack, quien dijo:

“[El cristianismo] no se trata de una ‘doctrina’ transmitida por repetición uniforme o distorsionada arbitrariamente; se trata de una vida, una y otra vez encendida de nuevo, y ahora ardiendo con una llama propia. También podemos agregar que Cristo mismo y los apóstoles estaban convencidos de que la religión que estaban plantando tendría en los siglos venideros un destino mayor y un significado más profundo que el que poseía en el momento de su institución”.

Para Harnack, y para otros que encuentran atractivo este tren de pensamiento, las doctrinas son como la “cáscara” de la religión, la cual uno es libre de quitar y dejar a medida que se vuelven obsoletas. Desde este punto de vista, el objetivo de la religión no debería ser confesar una doctrina e interpretación particular de las Escrituras, ya que identificar y discutir sobre cosas así es invariablemente divisivo. En cambio, simplemente debemos encontrar el “núcleo” de la religión, su esencia, el espíritu detrás de todo. 

La doctrina debería definir tu viaje

Parte de este punto de vista es bastante atractivo, ya que los argumentos sobre pequeñeces doctrinales pueden ser agotadores. ¿Se puede culpar al evangelicalismo estadounidense por querer liberarse de parte del bagaje de la historia de la iglesia y sus usos malos de la doctrina? En algunos casos es merecida la reputación de que las iglesias centradas en la doctrina son frías y poco acogedoras. Muchas iglesias que históricamente se centraron en la doctrina fueron cómplices de males sociales, como la esclavitud. ¿Pero se debe tirar todo por la borda?

La vida cristiana es más que saber las cosas correctas acerca de Cristo, pero no es menos. La Escritura es clara en que el cristianismo no se trata simplemente de creer lo correcto; también se trata de depositar la fe y seguir a la persona correcta (Ro. 10:5–13). Pero para seguirlo debemos saber a qué imagen nos estamos conformando (Ro. 8:29). Nuestro “viaje espiritual” será un viaje sin dirección a menos que tengamos un conocimiento profundo y permanente de hacia quién estamos viajando y por qué.

Sin una definición doctrinal, sin las barreras de protección de la catequesis y la responsabilidad de una comunidad eclesiástica, el “viaje espiritual” de uno se desvía con demasiada facilidad hacia alguna cosa subjetiva y adecuada para mí, donde el enfoque está menos en la verdad y más en la preferencia (las partes que me gustan) y el pragmatismo (lo que me funciona). Solo un cristiano cuya fe se construya sobre el sólido andamiaje de la doctrina y la catequesis en la iglesia, en lugar de las arenas movedizas del subjetivismo y el pragmatismo, podrá resistir las preguntas difíciles y los vientos corrosivos del secularismo que definen cada vez más nuestra era.

La vida cristiana es más que saber las cosas correctas acerca de Cristo, pero no es menos.

Rehacer la ortodoxia

La frase “viaje espiritual” asume una especie de individualidad: que no estamos en una historia trascendente, sino más bien tenemos (y protagonizamos) la nuestra. Por el contrario, el pueblo de Dios a lo largo de las Escrituras no se veía solo como individuos que participaban en una comunidad de fe. Su “viaje espiritual” fue el éxodo, una partida en masa, y sus historias individuales se veían en el contexto de esa comunidad que Dios estaba redimiendo.

Si la iglesia no solo debe retener a sus miembros sino también discipularlos en todo lo que Jesús ordenó (Mt. 28:20), debemos invitar a nuestros miembros a que salgan de sus “viajes espirituales” individuales, para que entren a la emocionante historia de la ortodoxia, donde Dios está recreando y consagrando a un pueblo entero. Debemos mostrar, en nuestra enseñanza, adoración, y discipulado, cómo esta historia más grande es más bella y convincente que nuestras tramas secundarias individuales. Jake Meador lo dice bien: “Cualquier respuesta a nuestro presente que se centra más en una historia individual de fe perdida, y menos en el cambio dramático en nuestro enfoque en la liturgia, la catequesis, y el arrepentimiento resultará inadecuada para las demandas del presente”. 

Examinar y enfocarse en la historia de desconversión de un individuo, solo para preguntar “¿Qué le sucedió?”, es aislar su historia de la comunidad que está abandonando. Nuestra estrategia no debe ser diluir nuestra doctrina o destilarla a lo que es culturalmente aceptable, ni debe ser minimizar la importancia de la historia. Más bien, nuestra estrategia debe ser reformular la belleza de la ortodoxia y la catequesis, no solo como conceptos que se deben creer, sino como una verdad para que el pueblo de Dios viva de siglo en siglo.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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