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El cuidado espiritual en el matrimonio consiste en amarnos bien, estar allí para nuestro cónyuge cuando nos necesita, y tener sensibilidad para participar en su dolor y gracia para animar y aconsejar.

Además, el cuidado espiritual involucra tener amor suficiente para confrontar a nuestro cónyuge y responder a su confesión de pecado cuando sea necesario; tareas que evidencian de manera especial nuestra necesidad de Dios.

El llamado que Él nos hace en el matrimonio —de edificarnos mutuamente— es imposible de realizar en nuestras fuerzas. Debemos ser vaciados para que Dios nos pueda llenar. Necesitamos ser humillados para que Dios pueda usarnos, y también ver nuestra necesidad para que podamos ir a Él en busca de ayuda.

¿Cómo respondemos a la confrontación?

En Salmos 141:5 leemos que el salmista afirma: “Que el justo me hiera con bondad y me reprenda; Es aceite sobre la cabeza; No lo rechace mi cabeza…”.

Aquí vemos una actitud que aprecia la confrontación que viene de alguien que nos ayuda a ver lo que no podemos ver naturalmente. No podemos corregir las áreas que están mal en nuestras vidas si no somos informados sobre ellas.

La respuesta natural cuando alguien nos señala una falta es defendernos y no escuchar en realidad lo que se nos dice.

La respuesta natural cuando alguien nos señala una falta es defendernos y no escuchar en realidad lo que se nos dice. Por lo tanto, debemos aprender a escuchar la confrontación con humildad y en oración.

Cada cónyuge en la relación necesita confesar y pedir perdón cuando es confrontado. Y aunque podemos solicitar algún tiempo para procesar la situación y orar cuando ocurre la confrontación, es necesario aprender a tener respuesta rápida en momentos así, agradeciendo y afirmando a nuestro cónyuge por hablarnos la verdad. Tu pareja te sirve de manera significativa al ayudarte a reconocer tu pecado.

Como creyentes, nos contradecimos cuando oramos y le decimos a Dios, “ten misericordia de este miserable pecador” (hablando de nosotros), para más tarde enojarnos cuando nuestra pareja confronta nuestro pecado. ¿No acabamos de orar que somos pecadores?

Si delante de Dios ya hemos dicho que necesitamos gracia, es contradictorio enojarnos cuando se nos señala una falta. Por lo tanto, si nos enojamos al ser confrontados, nuestra fe está fallando de algún modo. No estamos dando los frutos que Dios espera de nosotros a la luz del evangelio, ya que Él nos informa continuamente que somos pecadores que dependen de Él.

Si delante de Dios ya hemos dicho que necesitamos gracia, es contradictorio enojarnos cuando se nos señala una falta

Como de manera natural a nadie le gusta ser confrontado, necesitamos cultivar humildad y madurez como el salmista: lo primero me ayudará a ver mi necesidad, lo segundo me ayudará a ver la oportunidad para crecer. Eso es algo que solo el Señor puede darnos.

¿Cómo respondemos a la confesión?

Por otro lado, ¿cómo respondemos a la confesión cuando nuestro cónyuge pide perdón? Veamos lo que dice Santiago 3:17-18:

“Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente (tolerante), llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía. Y la semilla cuyo fruto es la justicia se siembra en paz por aquellos que hacen la paz”.

Si observamos los atributos de la sabiduría que viene de Dios, podemos saber cuándo nuestros corazones responden según esa sabiduría, porque ella promueve la paz.

Los cristianos amamos la reconciliación porque Dios la ama también. Él ha hecho el sacrificio más grande del universo para hacer posible que podamos estar reconciliados con Él (2 Cor. 5:18-21). Dios es pronto para reconciliar, y nosotros también debemos serlo a la luz del evangelio.

Cada vez que otorgamos perdón, exaltamos el sacrificio perfecto de Jesús. Por tanto, debemos aprender a decir a nuestro cónyuge, “estás perdonado”. También debemos dar gracias cuando pide perdón y confiesa su pecado, mientras afirmamos nuestro nuestro amor y respeto por nuestra pareja.

En esos momentos, también es necesario confesar, reconocer, y arrepentirnos de cualquier pecado en nosotros que pudo haber contribuido al incidente en el que nuestro cónyuge pecó. Entonces, los dos deben declarar el episodio como pasado, muerto, y enterrado, con ambos cónyuges continuando hacia adelante entendiendo que la reconciliación debe tener como meta un cambio real.

Cada vez que otorgamos perdón, exaltamos el sacrificio perfecto de Jesús.

Estas situaciones de confesión son excelentes oportunidades para exaltar la gracia de Dios. No perdonar es desobedecer a Dios y escoger el camino seguro a la amargura. Nuestra razón para perdonar no es que la otra persona lo merezca, sino que Dios lo ordena.

Evidencia de gracia en acción

Es una gran bendición ser afligidos cuando eso nos conduce a reconocer nuestro pecado y buscar honrar al Señor, porque Dios quiere sanarnos y bendecirnos (2 Cor. 7:9-11). Hay liberación de cargas en nuestras vidas cuando reconocemos nuestras fallas, somos perdonados, y perdonamos. Reflejamos en lo temporal lo que ocurre eternamente.

Por eso, una de las evidencias más grandes de la vida cristiana genuina es la capacidad de reconocer nuestras fallas e imitar a Dios perdonando cuando somos heridos y ofendidos, porque Él nos ha perdonado. Él mostrará nuestra humildad y madurez en nuestra capacidad de perdonar.

Dios se deleita cuando perdonamos. Alguien decía que “acumular amargura por una herida es como beberse un veneno y creer que el que morirá es el otro”. Dios quiere nuestra sanación y por eso Él manda a que perdonemos, y hacemos eso porque queremos exaltar la cruz y a Dios.

La confrontación y la confesión, por tanto, son necesarias en la vida del creyente y de manera especial en el matrimonio. Dios nos hará crecer y madurar en la medida que reconozcamos nuestras faltas, tengamos humildad para pedir perdón, y poseamos un corazón abierto para perdonar.


Imagen: Lightstock.
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