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Tu iglesia no es perfecta. Probablemente sabes eso. Así como nuestros cuerpos físicos tienen dolores y molestias, a menudo el cuerpo de Cristo está cansado y herido. Cada congregación tiene fallas y frustraciones.

Si bien un dolor extraño no es motivo de preocupación, ¿qué pasaría si ese palpitar persistente fuera algo serio? ¿Qué pasa si es potencialmente mortal? Jesús da instrucciones paso a paso para llamar a un creyente extraviado a la salud (Mt. 18:15-20), pero ¿cómo llamamos a una congregación completa?

Mi familia ha estado en el ministerio por cuatro generaciones, y hemos visto muchas iglesias no saludables. Hemos visto a pastores despedidos sin fundamentos bíblicos. Congregaciones divididas por preferencias musicales. Las puertas cerradas a las minorías raciales. Reputaciones arruinadas. Matrimonios rotos. Y eso es solo en mi vida relativamente corta.

No soy ajena a las iglesias no saludables. Pero afortunadamente, tampoco lo es Cristo.

Desde Laodicea hasta Corinto, la Biblia está llena de iglesias no saludables, enfermas con todo, desde el materialismo hasta la herejía. Pero la sola presencia de estas iglesias en las Escrituras demuestra que seguimos a un Dios que no se da por vencido con las iglesias no saludables, sino que pacientemente trabaja para sanarlas. El mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos vive en ti y en cada creyente junto a ti (Ro. 8:11), y ese poder es suficiente para devolverle la vida a las iglesias muertas.

Aquí hay cinco maneras de ser un miembro saludable en una iglesia no saludable.

1. Orar

Más que nada, una iglesia no saludable necesita el Espíritu Santo. Él guía a los creyentes en la justicia (Jn. 14:26) y trae a los perdidos a la fe salvadora (1 Co. 12: 3), y solo Él puede traer una verdadera y duradera vitalidad a una congregación moribunda.

“La oración”, en palabras de Oswald Chambers, “no nos prepara para obras mayores; la oración es la obra más grande”. La oración se transforma, no solo en nuestras circunstancias, sino en nosotros mismos. La oración nos mantiene enfocados, no en nuestro sufrimiento, sino en nuestro Salvador. La oración nos mantiene luchando por nuestras iglesias cuando todo en nuestra carne grita con ira, amargura, temor, y apatía. Así que comienza a orar, y nunca te detengas.

2. Buscar el consejo de Dios

No rindas un diagnóstico sin buscar una segunda opinión. Proverbios está lleno de este consejo (Pr. 12:15; 11:14; 19: 20-21; 28:26). Después de todo, todos somos caídos y finitos, y podríamos estar mal informados o simplemente equivocados. Entonces, si crees que Dios te ha abierto los ojos a un defecto grave en el corazón de tu iglesia, asegúrate de estar viendo claramente antes de sacar un bisturí.

Si crees que Dios te ha abierto los ojos a un defecto grave en el corazón de tu iglesia, asegúrate de estar viendo claramente antes de sacar un bisturí.

La próxima reunión de negocios de la iglesia no es el momento para dar este paso, y el amargado de la iglesia no es la persona a quien debas acudir como abogado. La diatriba pública y el chisme privado solo herirán más a tu iglesia (2 Co. 12:20). En lugar de eso, acércate a uno o dos miembros de la iglesia a quienes sabes que son sabios y teológicamente sólidos, y háblales discretamente y con confianza. Cubre la conversación con oración, presentando tu ansiedad y frustración ante el Señor. Esta no es solo tu iglesia que te está lastimando a ti; es la novia de Cristo quien lo está lastimando a Él.

3. Dile a tus líderes

Cuando la iglesia primitiva se dio cuenta de que su ministerio de benevolencia estaba siendo obstaculizado por prejuicios, llevaron el problema a su liderazgo (Hch. 6:1-7). Entonces deberíamos, con oración y consejo piadoso, llevar nuestros temores por el cuerpo directamente a la cabeza.

Pero quisiera decirte, como hija de un ministro, nieta, bisnieta, sobrina, hermana, y cuñada: haz esto con gentileza y gracia. Los ancianos de tu iglesia también tienen el Espíritu Santo, y probablemente vean la misma enfermedad que tú. Es probable que Satanás ya los esté atacando con acusaciones de incompetencia y fracaso, así que no te unas al ataque. Sé su aliado. Defiéndelos en oración. Hazles saber que los apoyarás mientras guían a la iglesia hacia la salud.

4. Sé parte del remedio

Si tu liderazgo está dispuesto y es capaz de abordar los problemas que has traído ante ellos, ¡entonces ayúdalos! Curar algo seguramente significará cambio, y el cambio es aterrador. Así que habla con aliento y afirmación en cada oportunidad. Ayuda suave y humildemente a tus compañeros a ver los mismos motivos de cambio que tú. Únete al nuevo estudio de la Biblia. Sé un voluntario en el nuevo proyecto de servicio.

Alimenta lo que es saludable. Completa lo que falta. Y nunca, nunca, nunca dejes de orar.

Pero incluso si tu liderazgo no puede o no abordará la enfermedad que ves, aún puedes ser parte del remedio. Concéntrate en nutrir lo que ya es fuerte, fortaleciendo lo débil y comunicando un llamado al arrepentimiento con tu propio estilo de vida. Si el programa de discipulado no es bueno, busca el mejor grupo de estudio bíblico que puedas encontrar en tu iglesia. Si el ministerio preescolar no cuenta con los recursos suficientes, ofrécete como voluntario para ayudar. Si tu iglesia ha perdido su amor por la fraternidad, comienza a invitar a la gente a almorzar. Alimenta lo que es saludable. Completa lo que falta. Y nuevamente, nunca, nunca, nunca dejes de orar.

5. No te vayas demasiado pronto

Ahora, después de meses, quizás incluso años de oración, discusión, y servicio fiel, es posible que no veas ninguna mejora. De hecho, la salud de tu iglesia podría seguir disminuyendo. Puedes verte obligado a concluir tristemente que tu iglesia ha ido más allá en la herejía o en el pecado voluntario e impenitente de lo que puedes aguantar con rectitud. Y Dios puede venir y quitar el candelabro de tu iglesia (Ap. 2:5), y llamarte a romper la comunión con tu congregación de la misma manera que estamos llamados a romper el compañerismo con un hermano o hermana que no se arrepiente (Mt. 18:17). Pero siendo yo una persona que ha experimentado las peores heridas de mi vida a manos de iglesias no saludables, te pediría: deja que este sea el último recurso.

No te rindas antes de que la pelea haya terminado realmente. Si tu iglesia no saludable demuestra ser falsa, los pasos anteriores te prepararán mejor para hacer esa distinción dolorosa. Sé “pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira” (Stg. 1:19), “abundante en misericordia y fidelidad” (Sal. 86:15). Así como persistirías en llamar a un hermano o hermana individual a la fe, persevera en llamar a tu iglesia a la salud. Nuestro Salvador creía que valía la pena morir por ellos. Sigue creyendo que vale la pena luchar por ellos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
Imagen: Lightstock.
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