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Si has pasado mucho tiempo en línea, probablemente has encontrado lo incendiario por excelencia en la sección de comentarios: malas palabras, argumentos sin base, ataques personales, y memes arrogantes. Y te preguntas, mientras ves la decadencia apocalíptica en el foro público: “¿Cómo se llegó a esto?”. Soy una publicista de redes sociales que pasa más de 40 horas a la semana en línea, y me lo pregunto diariamente. A veces, cada hora.

Pero, a decir verdad, el camino desde ser un ciberciudadano responsable a un iracundo troll es corto y muy concurrido, y muchos de estos últimos ciudadanos no se han dado cuenta que han abandonado el camino de los primeros. Por ello, antes que asumamos cuál de estos dos campos ocupamos, tengamos cuidado, no sea que caigamos (1 Co. 10:12). Pero si un día de verdad “de toda palabra vana [daremos] cuenta” (Mt.12:36–37), entonces no podemos permitirnos tuitear descuidadamente.

Para ese fin, aquí hay tres maneras de asegurarte que tu conversación en línea sea con “gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona” (Co. 4:6).

1. Consume antes de comentar

Muchos hilos de conversación en Twitter se salen de control porque la gente deja de leer el artículo antes de comentar. He visto usuarios atacar artículos que apoyan sus opiniones, y personas que sé que son bastante bíblicos defender contenido hereje, todo porque solo leyeron el título, o vieron los primeros 30 segundos del video, u oyeron el primer minuto del podcast y asumieron (equivocadamente) que sabían lo que se diría luego.

Este es el colmo de la irresponsabilidad en el espacio digital. Una frase corta sobre un libro o su cubierta no le hacer justicia. Y lo más importante, este tipo de comportamiento no es cristiano.

Como nos dice Proverbios: “El necio no se deleita en la prudencia, sino solo en revelar su corazón” (Pr. 18:2). Nunca, en una conversación cara a cara, interrumpiríamos a alguien luego de que haya dicho una docena de palabras, gritando de repente nuestra perspectiva no solicitada.

“El que responde antes de escuchar, cosecha necedad y vergüenza” (Pr. 18:13), sea la respuesta hablada o escrita.

Así que lee el artículo entero antes de responder. Mira el video completo. Escucha todo el podcast. Sí, eso significará que te involucres en menos contenido, pero es mejor; es mucho mejor contribuir con un poco a una sola conversación, pero que sea un aporte de calidad, que esparcir un montón de tonterías en una docena de conversaciones.

Es mucho mejor contribuir con un poco a una sola conversación, pero que sea un aporte de calidad, que esparcir un montón de tonterías en una docena de conversaciones.

2. Responde a las palabras, no a los sentimientos

Como te asegurará cualquier consejero, hay una diferencia entre decir: “Me hiciste sentir X”, y decir: “Cuando dijiste Y, sentí X”. Cuando las palabras de alguien nos afectan emocionalmente, olvidamos fácilmente las palabras y recordamos solo las emociones. Pero cuando respondemos a nuestras propias emociones en lugar de a las palabras que en realidad se dijeron (o teclearon, o tuitearon), malinterpretamos el carácter del que habló y sus opiniones.

Por ejemplo, tomemos los comentarios recientes de John Piper contra el contratar profesoras en los seminarios. Confieso que yo, una complementista comprometida, leí este artículo con el corazón en la mano. Sentí que me estaban diciendo que no tenía nada que ofrecer al seminario o a la iglesia.

¡Pero eso no fue lo que dijo! De hecho, Piper hizo bastante para asegurarse de no decir eso. Su bien intencionada y matizada perspectiva es que, en un foro en particular, los hombres necesitan exclusivamente del liderazgo masculino. Puede que no esté de acuerdo con su perspectiva, pero no puedo hacerlo responsable por mi respuesta emocional, y ciertamente no puedo hacerlo responsable por expresar una idea que vino de mi corazón, no de su boca.

Así que, antes de comentar, o bloguear, o tuitear una respuesta a algo, dilo con base en lo que se ha dicho, no en cómo te sentiste por ello. El campo digital en realidad está bien diseñado para este tipo de conversaciones medidas y exactas, dado que las palabras usualmente están disponibles para releer o volver a escuchar tantas veces como sea necesario.

3. Cultiva empatía

Aún así, la transición del foro público al espacio digital ha venido con un gran costo, y el costo está medido en la empatía humana.

Los humanos están conectados neurológicamente para sentir empatía. Hay estudios que muestran que ver una expresión feliz puede causar que se activen nuestros músculos que nos hacen sonreír. De la misma forma, ver a alguien sufrir estimula las áreas de nuestros cerebros que se activan cuando estamos heridos físicamente. Pero cuando las personalidades humanas se filtran a través del mundo digital, esos reflejos se ignoran.

Así observa Katri Saarikivi: “El internet no está diseñado para permitir grandes expresiones de emoción”. En línea experimentamos versiones digitales de seres humanos reales, ecos privados de los ricos elementos comunicativos no verbales que hacen la empatía tan automática en conversaciones cara a cara. Y como Saarikivi explica: “En verdad podemos volvernos muy crueles en línea cuando no sentimos la reacción que nuestro mensaje está causando”.

Si queremos entablar conversaciones digitales de manera efectiva, debemos proveer lo que la química de nuestro cerebro no nos puede dar. Debes decidir ser empáticos. Debemos escoger creer que hay un ser dotado de la imagen de Dios al otro lado de la pantalla. Debemos pesar nuestras palabras como si en verdad tuvieran el poder de la vida y la muerte (Pr. 18:21), y como si el todopoderoso Dios en verdad nos hubiera confiado ese poder a nosotros con el propósito de edificar a otros (Ef. 4:29). Cuando se dé la ocasión, que sean nuestras palabras duras o gentiles, firmes o flexibles, pero nunca con odio y nunca negligentes.

Que sean nuestras palabras duras o gentiles, firmes o flexibles, pero nunca con odio y nunca negligentes.

Las redes digitales se han vuelto una parte íntima de nuestras vidas, pero de ninguna manera son privadas. Todo lo que compartimos en el espacio digital está disponible para cualquiera con una conexión de internet. El viudo extranjero al final de la calle puede escuchar que no nos interesa su dolor. La madre soltera que sufre en una zona marginal puede escucharnos denigrar su comunidad. El adolescente deprimido con una adicción a la pornografía puede escucharnos criticar nuestros ministerios caídos.

El mundo está escuchando, iglesia. ¿Qué escucharán?


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Harold Bayona.
Imagen: Lightstock.
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