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Entre 1519 y 1521 tres sucesos relevantes prepararon el escenario para la separación final entre Lutero y la Iglesia Católica Romana: su debate con Juan Eck en la ciudad de Leipzig en julio de 1519; la publicación de sus obras “Carta abierta a la nobleza cristiana” y “La Cautividad Babilónica”, ambos en 1520; y la respuesta de Roma en dos bulas papales que le condenaban como hereje y le excomulgaban de la Iglesia.

Eso implicaba que todos los fieles católicos debían evitarlo y que los poderes seculares debían desterrarlo de sus dominios o enviarlo preso a Roma para enfrentar la temida Inquisición. Pero por extraño que parezca, nada de eso ocurrió. Lutero continuó enseñando en Wittemberg y atendiendo al resto de sus obligaciones bajo la protección de Federico el Sabio, quien estaba convencido de que no era un hereje.

Así las cosas, el recién elegido emperador Carlos V propuso celebrar una Dieta en la ciudad alemana de Worms en enero de 1521. A instancias del Papa el caso Lutero fue incluido en la agenda, quien tuvo que comparecer ante el emperador y ante 6 electores, 28 duques, 11 marqueses, 30 obispos, 200 príncipes y unas 5,000 personas más para ser juzgado.

Lutero pensó que tendría la oportunidad de defenderse, pero para sorpresa suya sólo se le permitió responder dos preguntas: si los escritos que estaban sobre una mesa eran suyos y si se retractaba de todos ellos. A la primera respondió que sí, pero pidió tiempo para responder la segunda.

Al comparecer de nuevo ante la Dieta al día siguiente, Lutero manifestó su disposición a retractarse de sus escritos si le mostraban con la Escritura dónde había errado; pero se le dijo que no estaban allí para refutar nada, sino para saber si se retractaba o no.

Lutero entonces respondió: “Puesto que su Majestad imperial y sus altezas piden de mí una respuesta sencilla, clara y precisa, voy a darla tal que no tenga ni dientes ni cuernos, de este modo: El Papa y los Concilios han caído muchas veces en el error y en muchas contradicciones consigo mismos. Por lo tanto, si no me convencen con testimonios sacados de la Sagrada Escritura, o con razones evidentes y claras, de manera que quedase convencido y mi conciencia sujeta a esta Palabra de Dios, yo no quiero ni puedo retractar nada, por no ser bueno ni digno de un cristiano obrar contra lo que dicta su conciencia. Heme aquí; no puedo hacer otra cosa; que Dios me ayude. Amén.”

Así selló Lutero su separación final de Roma.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

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