×

Luego de la muerte de Agustín sus puntos de vista sobre el pecado y la gracia no eran aceptados universalmente. Como era de esperarse, entre los monjes del norte de África la mayoría defendía la antropología agustiniana, pero aún entre ellos existían disputas en cuanto al significado de algunos aspectos en torno a la relación de la gracia, el libre albedrío y la predestinación.

Es así como surge el semipelagianismo, un intento de encontrar una síntesis entre la postura de Agustín y la de Pelagio. Ambos grupos, agustinianos y semipelagianos, condenaban el pelagianismo como una doctrina herética, pero al mismo tiempo veían la controversia entre el agustinianismo y el semipelagianismo “como un debate intramuro entre creyentes. Aunque los asuntos envueltos eran considerados por ambos lados como sumamente serios, ellos no lo consideraban tan serio como para ser parte esencial de la fe cristiana” (R. C. Sproul).

Esta oposición a las doctrinas de Agustín encontró su más fuerte oposición en el sur de las Galias. Aún estando en vida, Agustín tuvo que enviar algunas cartas a dos de sus defensores, Próspero de Aquitania e Hilario de Arlés, quienes le informaron “que gente de alta posición y de elevado carácter, que en otros puntos admiraban y respetaban a Agustín se oponían obstinadamente a su doctrina de la predestinación, citando a Agustín contra sí mismo”.

Esto movió a Agustín sus últimas dos obras en respuesta: “Sobre la Predestinación de los Santos” y “El Don de la Perseverancia”. Los principales defensores del semipelagianismo en esa región fueron Juan Casiano, Vicente de Lerins y Fausto de Riez.

Juan Casiano, de quien se dice que fue discípulo de Juan Crisóstomo, fundó dos monasterios en Marsella, donde también escribió algunas de sus obras más importantes. Su nombre se asocia de tal modo al semipelagianismo que esta posición teológica llegó a ser conocida como “casianismo”.

Casiano condena la doctrina de Pelagio, pero al mismo tiempo evita la posición de Agustín. Dice Casiano: “Tan pronto como [Dios] descubre en nosotros el comienzo de una buena voluntad, la ilumina y alienta e incita hacia la salvación, haciendo crecer lo que él mismo plantó, o lo que ha visto surgir por nuestro propio esfuerzo”.

Casiano defiende firmemente la necesidad de la gracia de Dios para poder hacer algo bueno, pero al mismo tiempo ve necesario preservar el libre albedrío. Según él la gracia y el libre albedrío operan juntas: “Así, pues, la gracia de Dios coopera siempre para el bien con nuestra voluntad, y en todas las cosas la asiste, protege y defiende”.

Aunque Casiano entiende que la voluntad del hombre está dañada por causa del pecado, aun así disfruta de cierta libertad, “en virtud de la cual puede volverse a Dios… El pecador, pues, no está muerto, sino herido. La gracia se manifiesta, no como operans, sino como coperans; no ha de atribuírsele actividad exclusiva sino sinergia”. Para Casiano, la fe precede la regeneración, mientras que para Agustín “la iniciativa divina es una condición previa necesaria para la fe”.

El semipelagianismo resultó ser muy atractivo para todos aquellos que se oponían al agustinianismo puro, pues temían que la libertad humana fuese aniquilada y que la doctrina del fatalismo se introdujera en la iglesia. Aparte de esto, rechazaban también otras consecuencias que, según ellos, podían derivarse de la posición de Agustín.

En este punto es importante señalar que el monergismo de Agustín no es absoluto. Como bien señala R. C. Sproul comentando acerca del monergismo de Agustín: “Esta perspectiva es claramente monergística en el punto inicial del movimiento del pecador de la incredulidad a la fe. Todo el proceso, sin embargo, no es monergístico. Una vez en la gracia operativa de la regeneración es provista, el resto del proceso es sinergístico. Esto es, después que el alma ha sido cambiada por la gracia efectiva o irresistible, la persona misma escoge a Cristo. Dios no hace la decisión por él. Es la persona la que cree, y no Dios la que cree por ella. Más aún, el resto de la vida cristiana de santificación se manifiesta en un patrón sinergístico”.

Y luego añade: “Cuando el Agustinianismo es definido como monergístico, uno debe recordar que éste es monergístico con respecto al comienzo de la salvación, no a todo el proceso. El Agustinianismo no rechaza todo sinergismo, sino que rechaza un sinergismo que es todo sinergismo”.

Este debate continuó por mucho tiempo, en una batalla en la que los semipelagianos ganaron la partida inicial en el Sínodo de Arlés (472) y el Sínodo de Lyon (475). Pero finalmente fue condenado en el Segundo Sínodo de Orange (529). Allí quedó establecido que “la caída de Adán corrompió a todo el género humano, el cual no recibe la gracia de Dios porque la pide, sino viceversa. El punto de partida de la fe… no corresponde a la naturaleza humana, sino a la gracia de Dios. El libre albedrío por sí solo es incapaz de llevar a persona alguna a la gracia del bautismo, ya que ese mismo libre albedrío, que ha sido corrompido por el pecado, sólo puede ser restaurado por la gracia del bautismo. Adán abandonó su estado original por su propia iniquidad; los fieles dejan su estado de iniquidad por la gracia de Dios. La fortaleza cristiana no se basa en la voluntad de nuestro albedrío, sino en el Espíritu Santo, que nos es dado. La gracia no se basa en mérito alguno, y sólo por ella el humano es capaz de hacer el bien, pues todo lo que tiene aparte de ella es miseria y pecado”.

La doctrina de la predestinación y de la gracia irresistible fueron, en cierto modo, pasadas por alto en la declaración del sínodo. Por otro lado, se debe notar que al igual que Agustín, en el Sínodo de Orange se declaró que la gracia de la regeneración es impartida por medio del bautismo. Muchos años más tarde esta doctrina sería ampliamente rechazada por los Reformadores protestantes.

En resumen, podemos decir que al final de esta controversia ninguno de los dos bandos venció completamente. Si bien el semipelagianismo fue condenado, tampoco el agustinianismo fue completamente aceptado. Y con el paso de los años el primero volvería a ocupar una posición de supremacía por encima del segundo, por más que la Iglesia Católica se empeñe en honrar a Agustín como campeón de la ortodoxia en el Siglo V.

Reinhold Seeberg dice lo siguiente al respecto: “La doctrina de la gracia sola resultó, pues, victoriosa, pero la doctrina agustiniana de la predestinación fue abandonada. La gracia irresistible de la predestinación fue derrotada por la gracia sacramental del bautismo. La doctrina de la gracia fue colocada de esa manera en la más íntima relación con el catolicismo popular, así como la exaltación de las buenas obras como la meta del impartimiento de la gracia divina”.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

CARGAR MÁS
Cargando