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Es cierto que la salvación tiene muchas facetas. El pecado afectó de tantas y diversas maneras, que fue necesaria una salvación que pudiera sanear, reparar y restaurar la totalidad de nuestra vidas y de nuestra relación con Dios. Y esa es precisamente la clase de redención que fue obtenida por nuestro Señor por medio de Su encarnación, vida, muerte, sepultura, resurrección y ascensión. El autor de los Hebreos la llamó, por eso y por otras razones, “una salvación tan grande” (Heb 2:3). Por lo tanto, es preciso que los creyentes estemos familiarizados con todas y cada una de las facetas de nuestra salvación sin descuidar ninguna.

Y en este sentido, creo que uno de los aspectos más descuidados de la redención tiene que ver con nuestra Unión con Cristo. Quizá sea porque el término “unión” no aparece en las Escrituras, pero es evidente que es una verdad presentada con asombrosa frecuencia y enseñada de distintas formas en las páginas del Nuevo Testamento. Y aunque no la podamos entender en su totalidad, podemos aprender mucho de ella luego de un cuidadoso estudio. Sin embargo no pretendo ser exhaustivo ni agotar todo lo que se pueda decir de esta gloriosa doctrina, sólo haremos algunas consideraciones.

 

Definición

Es el apóstol Pablo quien se destaca en introducir y elaborar esta verdad en sus escritos. A este respecto, es llamativo el uso que hace de la expresión “en Cristo”. Ésta se encuentra más de 150 veces en sus epístolas, sin tomar en cuenta la expresión paralela “con Cristo” que también esa usada primordialmente por Pablo.

Decir que estamos unidos a Cristo es afirmar que estamos injertados en él, o pegados a él y en virtud de esa unión participamos de él y nos identificamos con él en toda la obra de la redención y en los beneficios de la misma. Otra forma de expresarlo es decir que estamos arraigados o plantados en Cristo (Col 2:7). Las Escrituras usan diferentes imágenes para ilustrar esta preciosa unión, no obstante la más conocida y prominente es la figura de la vid y los pámpanos de Juan 15. Estamos tan unidos a Cristo cómo lo está una rama al tronco.

 

Desde la eternidad hasta la eternidad

Ahora bien, nuestra unión con Cristo debe ser entendida en el contexto de la eternidad. Fuimos escogidos “en él (Cristo) antes de la fundación del mundo” (Efe 1:4). Luego, mientras se consumaba nuestra redención Pablo nos muestra cómo participamos junto a Cristo:

  • Fuimos crucificados con Cristo, (Rom 6:6 & Gál 2:20)
  • hemos muerto con Cristo, (Rom 6:3)
  • sepultados con él (Rom 6:4-5)
  • resucitados con él (Efe 2:6)
  • Y aún estamos sentados con Cristo en lugares celestiales (Efe 2:6)

Hasta aquí es importante destacar que esta unión y participación con Cristo es de carácter espiritual. Es decir no es una unión física o material. Pero está union espiritual y real, también tiene una expresión en el tiempo. Dicho de otra manera, nuestra identificación con Cristo se manifiesta durante nuestra vida, comenzando en el momento que nos convertimos (Ef 2:10); y continúa diariamente pues “estamos vivos para Dios en Cristo”(Rom 6:11). Aun nuestra muerte es experimentada en unión con él, pues morimos “en Cristo” (1 Tes 4:14). Y para terminar, el apóstol también anticipa que al final, resucitaremos en unión al Señor (1 Cor 15:22), y así estaremos “con él” para siempre (1 Tes 4:17).

Para resumir: Fuimos unidos a Cristo en la eternidad, participamos juntamente con él en la obra de redención, somos también unidos a él cuando nos convertimos y vivimos la vida cristiana en él y seremos resucitados con él para vivir junto a él para siempre. Esto quiere decir que nuestra unión con Cristo sucede desde la eternidad hasta la eternidad. Desde la elección antes de la fundación del mundo hasta la vida eterna en los cielos. ¡Qué misteriosa y gloriosa realidad!

 

Resultados de nuestra unión

Pero esta verdad, lejos de ser una doctrina fría y mecánica, cuando es entendida y apreciada por la iglesia se puede convertir en una gran bendición. Sobretodo cuando consideramos que esta unión es indisoluble e inseparable pues decía Pablo, “nadie nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús” (Rom 8:39).

Cuando se comprende su naturaleza e implicaciones, nuestra unión con Cristo será una fuente de confianza, gozo, esperanza y de un deseo de santidad entre los creyentes. Confianza y gozo porque en las dificultades podemos descansar que no estamos solos; esperanza porque al ser inquebrantable, nuestra unión asegura nuestra final salvación y deseo de santidad porque comprendemos que estamos identificados con aquel santo Salvador que aborrece el pecado.

Por eso, podemos dar gracias a Dios por la sabia y gloriosa redención en Cristo y podemos decir al unísono con el autor de Hebreos que la nuestra, es una salvación tan grande.

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