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¿Por qué estaban los apóstoles tan persuadidos de la fe cristiana? ¿Por qué estaban seguros de que la religión cristiana era la verdadera religión? ¿Qué hizo que Juan, Pedro, y Pablo estuvieran tan convencidos del mensaje que proclamaban? ¿Qué les dio tanta seguridad de su esperanza?

Una lectura casual a los primeros capítulos de Hechos nos llevará a concluir que fue la resurrección lo que les dio la certeza acerca de Cristo, de su divinidad, y del mensaje que proclamaban. Pero creo que podemos decir más.

Los apóstoles fueron hombres con una admirable seguridad respecto a su fe, dispuestos a ser perseguidos, encarcelados, y la mayoría de ellos martirizados por su lealtad a Cristo. Seguramente podemos dar varias razones para esto. Pero me gustaría considerar las mismas palabras de los apóstoles para una respuesta.

Creo que desde sus escritos podemos encontrar alguna explicación de la certeza y confianza que tenían en la fe cristiana. Aunque nos vamos a enfocar en una razón por cada uno de ellos, las tres razones que sugiero son igual de ciertas para todos los apóstoles.

Juan creía porque tenía evidencias históricas y verificables de los hechos que sostienen la fe cristiana

La fe cristiana es una religión cimentada sobre hechos históricos acerca de una persona: el nacimiento, la vida, la muerte, sepultura, y resurrección de Jesús de Nazareth. Juan creía porque había sido testigo ocular de los hechos sobre los que se fundamenta el cristianismo. Es decir, tenía evidencias concretas. Había sido un testigo de primera mano de los eventos que dieron a luz el cristianismo.

Cuando escribió su primera epístola, Juan comienza con una afirmación bastante llamativa:

“Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos” (1 Juan 1:1-3).

En esta carta en la que se intenta demostrar la humanidad de Cristo, el apóstol se presenta con un testimonio de primera mano. Él es testigo ocular del Dios que se hizo hombre. Él había tocado, escuchado, y visto en persona al Hijo de Dios. Lo que Juan establece es que él había sido testigo de la persona y los eventos que dieron inicio y sustento al cristianismo. El discípulo amado cree porque, en la base del cristianismo, están hechos históricos y verificables que él mismo presenció. Y sobre todo, la persona en quien está cimentada la fe cristiana era su amigo con quien vivió, comió, a quien vio, escuchó, y tocó incluso después de resucitar.

El teólogo Richard Bauckman, en su libro Jesus and the Eyewitness (Jesús y los testigos oculares), dice: “Un testimonio debe ser tratado como confiable hasta que se demuestre lo contrario. Primero, confía en la palabra de los demás, luego duda si hay buenas razones para hacerlo.[1] Pero incluso este razonable criterio que Bauckman sugiere no fue necesario para Juan, pues fue él mismo quién vio los hechos y nos trajo su testimonio. Para Juan, quien fue un testigo ocular de Cristo y de los hechos acerca de Su persona, era más fácil creer que no creer. Para él era más lógico confiar en Cristo que no hacerlo.

Lo precioso de esto, es que Juan termina su carta con una contundente afirmación: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20). Haber sido testigo presencial de los hechos que dieron lugar al cristianismo y haber conocido a Jesucristo en persona, son para él suficiente evidencia para estar persuadido de la veracidad de su fe.

Pablo creía porque veía en la fe cristiana el cumplimiento de las profecías judaicas

Para Pablo, la fe cristiana no era una nueva secta que nació dentro del judaísmo. Para el apóstol a los gentiles, el evangelio de la gracia es el cumplimiento de las promesas que Dios le hizo a su pueblo desde la antigüedad. El cristianismo era el desarrollo natural de lo que Dios anunció a Abraham (Génesis 12) y el resultado final de lo que el Señor prometió a David (2 Samuel 7:13).

En cada evento, él miraba el cumplimiento de las promesas mesiánicas. Esto es lo que notamos por ejemplo en la introducción de su carta a los Romanos: “Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne” (Romanos 1:1-3).

Esto mismo es lo que afirma en su epístola a los corintios respecto a la muerte, sepultura, y resurrección de nuestro Señor: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15).

Para Pablo, el evangelio es la realización de las antiguas profecías. Todo lo que aconteció, era el cumplimiento de la tan anhelada esperanza mesiánica. Todo encajaba, se alineaba, y cada evento estaba en congruencia con lo que Dios había anticipado.

En este sentido, Pablo nos pudiera decir que el cristianismo se corresponde con todas las cosas que fueron dichas en siglos pasados y con las esperanzas que los israelitas aguardaban como nación. Para él, lo más natural y razonable para un judío es abrazar el evangelio de la gracia, y creer en Jesús como el Mesías que tanto anhelaban. Por eso es que Pablo está persuadido en la veracidad de la fe cristiana.

Pedro creía porque tenía una experiencia que nadie le podía cuestionar

Una de las cosas más intrigantes para los lectores de la Biblia es poder identificar el momento exacto en el que los discípulos se convirtieron. Es un desafío señalar el instante preciso de su conversión. Seguramente hay diversidad de opiniones al respecto, pero lo que sí está claro es que ellos nacieron de nuevo. Ellos pasaron de muerte a vida. Nadie puede cuestionar que, a excepción de Judas, todos ellos se convirtieron. Cada uno de ellos, por decirlo de una manera, tuvo su propia experiencia de camino a Damasco.

Y Pedro hace mención de esta realidad en su primera epístola al decir: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 Pedro 1:3).

En este hermoso pasaje, Pedro explica que la realidad de la resurrección había encontrado una expresión viva en él. Lo que era una realidad y hecho histórico (es decir, la resurrección), ahora se había convertido en una experiencia viva para el apóstol. Él había experimentado en su interior el poder vivificador del Cristo resucitado. Dios lo había hecho nacer de nuevo.

Y aunque la experiencia de Pedro puede ser estimada como un hecho subjetivo, ciertamente no lo fue para él. Es decir, aunque lo que Pedro vivió y la transformación que experimentó puede ser considerada como algo subjetivo para los demás, para él fue una realidad objetiva y una experiencia tangible. Pedro estaba persuadido, porque vió al Cristo resucitado, pero también porque Dios lo había hecho renacer y lo había transformado en un hombre totalmente nuevo. Eso para él era una realidad que no podía negar.

Pedro no se avergüenza de su fe, y sabe que no será decepcionado, porque su esperanza está cimentada en una experiencia viva, real, y transformadora en su interior. En un sentido esto es lo mismo que Pablo dice: y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5).

Es cierto que el cristianismo es una visión de vida que responde con claridad y coherencia a las preguntas más importantes de la existencia humana. Pero el cristianismo es mucho más que eso. La fe cristiana también es una experiencia de vida. Una realidad viva que afecta y le da forma a cada área de nuestra existencia.

Palabras finales

El filósofo John Frame dice que los cristianos debemos obtener lo que él llama reposo cognitivo (cognitive rest). Frame define el reposo cognitivo como “el sentido piadoso de satisfacción con el mensaje de la Escritura. Viene un tiempo en el que ya no luchamos contra la verdad, sino que la aceptamos con buena voluntad”.[2]

Dicho de otra manera, esto es como un sentido de descanso, calma, seguridad, y agrado que experimentamos al haber sido persuadidos por una abrumadora evidencia respecto a la fe cristiana. Esto es lo que encontraron Pablo, Pedro, y Juan en el evangelio. Pero sumado a esto, ellos también tenían la realidad irrefutable de una experiencia personal de conversión y transformación. Tenían una experiencia viva.

Y esto es también lo que tenemos los creyentes en la fe cristiana: Una religión cimentada en hechos históricos (verificables), una creencia que está en armonía y es el resultado necesario de las profecías mesiánicas, y una fe que también se experimenta de una manera viva. Una fe que palpamos y nos renueva como la evidencia de su poder transformador.

La pregunta que podemos plantear ahora sería ¿Por qué podemos los creyentes del siglo XXI estar tan seguros de la fe cristiana? ¿Por qué estar tan persuadidos de que la religión cristiana es verdadera y real? Por las mismas razones que los primeros discípulos. Porque en el cristianismo tenemos una fe que puede ser presentada con argumentos razonables, y una fe que puede ser defendida con evidencias verificables y proclamada como una realidad existencial, como una experiencia que transforma y afecta todas las áreas de la vida.


1. Bauckham, Jesus and the Eyewitnesses (p. 486).

2. John Frame, The Doctrine of the knowledge of God (p. 153).


IMAGEN: UNSPLASH
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