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Desde la conversión, se inicia en nuestras vidas un proceso que el apóstol Pablo llamó en sus epístola la “santificación”. Se le dice así a la transformación que toma lugar en los individuos, dura toda la vida y se consuma el día que llegamos al cielo. De una forma sencilla, la santificación es el proceso a través del cual somos formados más a la imagen de nuestro Señor Jesucristo.

Asimismo, debemos decir que en este glorioso proceso, Dios nos santifica y nosotros procuramos la santidad. Dicho de otra manera, los creyentes participamos junto a Dios en nuestra santificación.

Es en este sentido, que los creyentes estamos supuestos a crecer en el santidad y carácter cristiano. Por eso el llamado a la santidad y a la vida piadosa, es un llamado permanente en las páginas del Nuevo Testamento. Para el efecto, el lenguaje que usan los escritores de las epístolas es “crecer”, “alcanzar madurez”, “avanzar hacia adelante” y muchos otros.

Veamos:

-Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pedro 3:18)

-Pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez… (Hebreos 5:14)

-Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección” (Hebreos 6:1)

Es por eso, que los cristianos genuinos no solo deseamos crecer en santidad sino que también procuramos saber si de verdad estamos creciendo y a su vez asegurarnos si nuestras vidas están evidenciando el carácter de Jesucristo. Desde esta perspectiva es que la pregunta ¿cómo saber si estamos creciendo en santidad?, adquiere relevancia.

Aunque esta medida de madurez y santidad se pueden ver en expresiones externas, tales como el amor al prójimo, la integridad, la paciencia, la mansedumbre y otras virtudes cristianas, en ocasiones es muy difícil medir con precisión el grado de santidad de un creyente, sobretodo cuando se trata de medirla en nuestra propia vida.

Sin embargo, cuando miramos las reacciones de algunos hombres de Dios en las Escrituras, podemos obtener alguna luz para responder a la interrogante que plantea este artículo. Entiéndase ¿Cómo saber si estoy creciendo en santidad?

  • Cuando Isaías tuvo una visión del Señor en el templo, escuchó a los ángeles repetir el conocido “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos” y luego de contemplar la majestad de Dios, el profeta exclamó con desesperación: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey” (Isaías 6:3-5)
  • El apóstol Pedro tuvo una experiencia similar y quedó conmovido cuando estaba en su barca con Jesús. Inmediatamente después que el Señor hizo el milagro de la gran pesca, la Biblia dice: “Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él…” (S. Lucas 5:8-9)
  • Así mismo, el apóstol Pablo hizo una sorprendente y dramática confesión  en una de sus cartas. Mientras reconocía sus faltas decía “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19) y al final se expresó de si mismo con lamento, diciendo “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24)

En base a estos textos, podemos ver un llamativo patrón en estas reacciones y en las palabras que estos hombres pronunciaron. Porque tanto Isaías, Pedro y Pablo, no solo reconocieron su pecado, su miseria e inmundicia, sino que también lamentaron y hasta sintieron angustia y vergüenza por ellos. Esta realidad se hace llamativa cuando recordamos que estos, eran líderes en el pueblo de Dios y hombres que fueron ejemplos de piedad, santidad y carácter cristiano. Pero ellos nunca se consideraron asimismo como santos  porque sentían que estaban tan necesitados de la gracia divina como cualquiera de los hombres. Su pecado los consumía. Su maldad los avergonzaba. Sus bajas pasiones los humillaban.

Entonces ¿cómo sabemos que estamos creciendo en santidad?

Sabemos que estamos progresando en santidad, cuando nuestra propia maldad nos consume. Cuando nuestro pecado nos avergüenza. Cuando lloramos con amargura al contemplar nuestra miseria, como Isaías, Pablo y Pedro.

Sabemos que estamos creciendo en santidad, cuando procuramos la gracia divina con santa desesperación. Sabemos que estamos creciendo en santidad cuando nuestras oraciones están despojadas de orgullo y con humildad imploramos misericordia.

La santidad de un individuo es proporcional al grado de lamento que le produce su propio pecado. La santidad de un creyente se corresponde a la profunda tristeza que siente por haberle fallado a Dios.

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