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¿Cómo es vivir conforme al evangelio?

Los cristianos decimos estar felices y agradecidos por el evangelio, ¿pero realmente vivimos según el evangelio y lo disfrutamos?

Agobiados por tareas, rutinas, desafíos y pruebas, a veces no reflejamos el gozo de ser salvos. Si somos honestos, esta falta de deleite en la vida cristiana no solo se debe a factores externos, sino que muchas veces somos nosotros mismos quienes saboteamos nuestro caminar. Cuando no vivimos de acuerdo al evangelio en cada área de nuestras vidas, nos privamos de disfrutar más del gozo de la salvación.

Por eso quiero compartir contigo algunos ejemplos de cómo podemos vivir según el evangelio que creemos. Pero antes, repasemos brevemente la historia de nuestra redención.

De la condenación a la gracia

Para vivir conforme al evangelio según la voluntad de Dios, primero debemos entender el evangelio a la luz de Su Palabra.

Las Escrituras enseñan que todos los seres humanos enfrentamos el problema fundamental del pecado. Este no se reduce a cometer errores o tener defectos sin importancia, sino que es nuestra naturaleza caída que se manifiesta en una rebeldía profunda contra Dios, la cual nos separa de Él (Ro 3:23).

Hemos fallado al propósito para el cual fuimos creados: reflejar la santidad y el carácter de Dios para Su gloria. De hecho, la consecuencia del pecado es nada menos que la muerte (Ro 6:23a). Sin la intervención divina, nuestro destino sería la muerte espiritual eterna. Sin embargo, es justo allí donde irrumpen las buenas noticias de la gracia.

El evangelio proclama que Dios, en Su amor infinito, nos libró de nuestra miseria. En Su gracia asombrosa, Dios envió a Su Hijo Jesucristo al mundo. La cruz de Cristo es el corazón del evangelio: allí Jesús tomó nuestro lugar (1 P 2:24).

En la cruz se encuentran la justicia y el amor de Dios. La justicia de Dios exige que el pecado sea castigado y por eso todo el castigo cayó sobre nuestro Señor Jesucristo (2 Co 5:21). Él murió por nosotros y resucitó al tercer día, conquistando el pecado y la muerte, para que ahora esta buena noticia esté disponible para todos.

El evangelio no solo borra nuestros pecados, sino que también cambia radicalmente quiénes somos

Esta buena noticia demanda una respuesta personal. La Biblia nos llama al arrepentimiento y la fe (p. ej., Jn 14:1; Hch 16:31; Mt 4:17; Hch 2:38). No se trata de añadir nuestras obras o méritos; se trata de descansar en lo que Cristo ya hizo (Ro 5:1).

En la cruz, Jesús abrió el camino que estaba cerrado. Él cargó con nuestra culpa y nos dio acceso directo al Padre. Aquí ocurre algo maravilloso: el evangelio no solo borra nuestros pecados, sino que también cambia radicalmente quiénes somos.

Cuando una persona cree en Jesucristo, el evangelio produce resultados maravillosos e inmediatos en su posición delante de Dios. Uno de esos resultados es la justificación. Pero el evangelio no se queda ahí. Otro resultado glorioso y asombroso es la adopción.

Dios no solo quita nuestra culpa, sino que también nos recibe en Su familia (Jn 1:12). Vivir según el evangelio implica recordar cada día que somos hijos de Dios, justificados por pura gracia, con todos los privilegios y responsabilidades que ello conlleva.

Cuando creemos, el Espíritu Santo viene a morar en nosotros y cambia nuestros corazones de piedra por corazones sensibles a Dios (2 Co 5:17). Esto significa que ya hemos sido liberados y capacitados para una vida diferente, orientada hacia Dios.

Viviendo conforme al evangelio en la vida diaria

Vivir según el evangelio diariamente implica que estas verdades teológicas y transformadoras moldeen nuestras actitudes, decisiones y relaciones. El pastor Timothy Keller solía expresarlo así: «El evangelio no es simplemente el ABC de la vida cristiana, sino la A a la Z».

Vivir conforme al evangelio no es algo que se da en automático; requiere recordar activamente quiénes somos en Cristo y ver cada situación de la vida a la luz del evangelio. Veamos algunas implicaciones prácticas de esto:

Cultiva la humildad y la gratitud

Me cuesta mucho no quejarme. Sin darme cuenta, mi corazón se llena de exigencia, como si todo el mundo me debiera algo. Pero el evangelio me recuerda lo contrario: todo lo que tengo es por gracia. No traje nada y, aun así, Dios me lo ha dado todo en Cristo.

Cuando pienso en eso, mi orgullo se derrite. ¿Cómo podría presumir algo como si fuera mío, si en realidad todo es un regalo de Dios?

Esa verdad cambia mi actitud. En lugar de vivir quejándome, aprendo a agradecer. El evangelio me enseña a empezar cada día no con una lista de quejas, sino con una oración de gratitud. Cuando la gratitud toma el lugar de la queja, el corazón se vuelve más humilde y más libre.

Recuerda tu nueva identidad

Muchas veces he sentido que mi valor depende de lo que logro o de cómo me ven los demás. Quizás a ti también te pasa: cuando el trabajo sale bien, te sientes valioso; cuando las cosas no salen bien, sientes que no sirves.

Vivir según el evangelio implica recordar cada día que somos hijos de Dios, justificados por pura gracia, con todos los privilegios y responsabilidades que ello conlleva

Pero allí es donde el evangelio me confronta y consuela al mismo tiempo. Me recuerda que mi identidad no está en mis logros ni en mis fracasos. No está en lo que hago, sino en lo que Cristo ya hizo. Soy hijo de Dios, amado y aceptado, no por mi desempeño, sino por la obra perfecta de Jesús.

Eso lo cambia todo. Porque cuando fallo, ya no tengo que hundirme en la desesperación: sigo siendo hijo de Dios. Cuando me va bien, no necesito inflarme de orgullo: todo lo que recibo de Dios sigue siendo por gracia. El evangelio me da una confianza real, no en mí mismo, sino en Cristo. Esa seguridad me sostiene mucho más que cualquier aplauso o crítica.

Busca intencionalmente la santidad y el arrepentimiento

Si hay algo que me recuerda todos los días cuánto necesito del evangelio, es mi propio pecado. No necesito que alguien me convenza de que soy débil; lo descubro en mis reacciones, en mis pensamientos, en mis palabras cuando me gana la impaciencia. La verdad, a veces me pesa pensar: ¿Por qué sigo batallando con lo mismo?

El creyente maduro no es el que nunca falla, sino el que corre rápido a Cristo cuando falla

Pero el evangelio me recuerda algo poderoso: ya no vivo esclavizado (Gá 2:20). Eso significa que no estoy condenado a reaccionar siempre igual. Con la ayuda del Espíritu, puedo decir «no» a lo viejo y «sí» a lo nuevo.

Ahora bien, no quiero que esto suene a que estoy promoviendo un cristianismo facilista. La lucha es real. Habrá días en que la tentación te gane, días en que la vieja naturaleza asome la cara y caigas otra vez. Pero allí entra el regalo del arrepentimiento (1 Jn 1:9; 2:1). El creyente maduro no es el que nunca falla, sino el que corre rápido a Cristo cuando falla, porque sabe que en la cruz ese pecado quedó sin efecto y que la gracia de Dios es más grande que su caída.

Aprópiate del evangelio cada día

Entonces, vivir según el evangelio no es simplemente una lista de reglas para ver si logramos agradar a Dios. Es la respuesta de alguien agradecido que ya fue amado, perdonado y aceptado en Cristo. Es vivir cada día recordando: «soy libre, y aunque tropiece, en Cristo siempre tengo un nuevo comienzo».

Así que mi invitación es sencilla: no guardes el evangelio como un recuerdo bonito del día en que conociste a Cristo. Hazlo tuyo cada día y tenlo presente por medio de la lectura habitual de la Palabra y el caminar con tu iglesia. En medio de tareas, rutinas, desafíos y pruebas, deja que esta verdad te haga feliz y agradecido.

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