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No hay nada mejor que tener paz con Dios. Saber que Dios nos acepta y está con nosotros nos permite vivir cualquier circunstancia con esperanza y gozo. Ahora, ¿cómo conseguimos tener esta paz con Dios? ¿Cómo entramos en una relación de amistad y aceptación con Él?

La respuesta bíblica a estas preguntas es la justificación por la fe. Como el apóstol Pablo escribió, “Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1).

Una declaración legal

¿Qué significa, pues, la justificación? Es una declaración legal de parte de Dios de que somos justos ante Él. Es un acto puntual en el cual el creador del mundo, en su capacidad de juez, declara que somos aceptables y dignos de estar en su presencia. ¡No es difícil entender por qué esto sería un motivo de esperanza y de gozo, incluso en medio de tribulaciones! (ver Ro. 5:2-5).

Dios nos perdona porque Cristo murió por nuestros pecados, y nos toma por justos porque Cristo obedeció en nuestro lugar.

Pero inmediatamente surge una pregunta: si Dios es bueno y lo sabe todo, ¿cómo me puede justificar? Si somos honestos, deberíamos reconocer que no somos dignos por méritos propios de tal declaración divina. De hecho, nuestras vidas a menudo se caracterizan más bien por la injusticia. Pablo sabe esto y precisamente por eso dice que nadie es digno en sí mismo de ser justificado por Dios:

“Como está escrito: ‘No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno’” (Rom. 3:11-12).

¡Qué cuadro tan oscuro! Pero la historia no termina allí. Dios hace algo sorprendente: “Al que no trabaja, pero cree en Aquél que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia” (Ro. 4:5). ¡Dios justifica al impío! Es decir, considera como justas a personas rebeldes. Recibe en su presencia como buenas y dignas a personas desviadas e inútiles; personas que por sí mismas merecen todo lo contrario a su bendición.

Justificados en Cristo

Esto puede hacer que nos preguntemos: ¿No quebranta Dios sus propios principios de justicia? Es aquí cuando entra la persona de Jesucristo. La Biblia enfatiza una y otra vez su muerte en la cruz y su obediencia a lo largo de su vida. Lo más fundamental de estos hechos es que lo hizo todo por nosotros, es decir, lo hizo en nuestro lugar. Pablo lo resume así: “Al que no conoció pecado, Lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El” (2 Cor. 5:21).

Cristo no conoció pecado en el sentido de que nunca lo cometió. No obstante, Dios le hizo pecado; es decir, le trató como si fuera pecador. Cristo murió voluntariamente por culpa del pecado, pero no por el suyo. El texto dice que lo hizo por nosotros. Murió tomando el castigo que merecemos, como propiciación para que Dios pueda perdonarnos sin dejar de ser justo (Rom. 3:21-26). A su vez nosotros, que no hemos sido justos, somos hechos justicia; es decir, Dios nos trata como si fuésemos perfectamente buenos. Dios trató a Cristo como nosotros merecíamos ser tratados, y nos trata a nosotros como Cristo merecía ser tratado. Él nos perdona porque Cristo murió por nuestros pecados, y nos toma por justos porque Cristo obedeció en nuestro lugar.

Necesitamos que Dios nos reciba en su presencia como justos, como dignos de su bendición. Y la única manera de conseguir esto es por la fe en Jesús, quien murió y fue justo en nuestro lugar.

Esto es la justificación. ¡Qué gran bendición! No obstante, es necesario aclarar que esta bendición no se aplica automáticamente a todo el mundo. Como hemos visto en un par de textos citados, la justificación se recibe por la fe. La fe es una actitud de dependencia. La fe confía en la provisión de Dios. El Señor declara justos a aquellos que se dan cuenta de su pecado, se rinden delante de Dios, y le dicen: “yo no me puedo salvar, necesito que Tú lo hagas”. Los justificados son aquellos que dependen y confían en la obra de Jesús como suficiente para ser salvos.

Volvemos a donde empezamos. ¿Cómo podemos estar seguro del favor de Dios y su amistad? ¿Cómo podemos tener verdadera paz con Él? La respuesta es la justificación por la fe. Necesitamos que Dios nos reciba en su presencia como justos, como dignos de su bendición. Y la única manera de conseguir esto es por la fe en Jesús, quien murió y fue justo en nuestro lugar. Sabiendo que somos justificados, tenemos paz para con Dios y la seguridad de que Él cumplirá todos sus buenos propósitos en nuestras vidas, incluso en medio de la tribulación (Ro. 8:28-30). Este es el único fundamento sobre el cual podemos vivir y descansar, ahora y para siempre.


Imagen: Lighstock.
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