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Probablemente lo has visto en las películas. Alguien grita desesperado atrapado en la arena movediza; entre más trata de escapar, más rápido se hunde. Nunca he visto este tipo de arena en la vida real, pero encontrarse en esa situación debe ser increíblemente desesperante

Aunque probablemente tampoco has estado en arena movediza físicamente, a veces nos encontramos en una situación similar en nuestra vida espiritual. Pasamos tiempo en la Palabra, tenemos vida de iglesia, oramos, pero miramos nuestras vidas y vemos muy poca transformación en nuestro corazón. Es como si estuviéramos atrapadas en esa arena movediza, tratando de movernos para salir, pero nos quedamos estancadas en el mismo lugar. A veces incluso sentimos que nos hundimos más. Hacemos y hacemos pero no logramos escapar

Unos meses atrás, en el devocional del ministerio en el que trabajo, uno de nuestros pastores hizo una breve reflexión de 2 Corintios 3:18: “Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu”.

Confieso que este es un pasaje que había leído en muchas ocasiones, pero me había detenido muy poco pensar en lo que la Palabra nos está enseñando a través de este verso. Esa mañana fui grandemente confrontada al detenerme y encontrar las riquezas en esta Escritura, que nos muestra a qué se debe muchas veces nuestra poca transformación y nuestro estancamiento en arenas movedizas espirituales.

Rostros descubiertos

Ningún pasaje de las Escrituras puede ser entendido fuera del contexto en el que se encuentra. El contexto inmediato de este pasaje nos da una idea de a qué se refiere Pablo cuando habla de “…nosotros todos con el rostro descubierto…”.

En los versículos anteriores, a partir del 12, Pablo le dice a los corintios que nosotros no somos como Moisés, quien puso un velo en su rostro para que los israelitas no fijaran su mirada en aquello que había de desvanecerse. Aquí nos habla de cuando Moisés bajó del monte Sinaí, donde le fueron dadas las tablas de la Ley. Éxodo 34:29-34 nos dice que cuando Moisés descendió, no sabía que su rostro brillaba porque había hablado con Dios. Cuando Aarón y los líderes le vieron, tuvieron miedo de acercarse; pero cuando Moisés les llamó, ellos y el pueblo se acercaron, y él les contó de todo lo que el Señor le había hablado en el monte Sinaí.

Cuando Moisés terminó de hablar con ellos, puso un velo sobre su rostro. Siempre que Moisés entraba a la presencia de Dios se quitaba el velo, y luego de que Moisés le hablaba al pueblo volvía a ponérselo sobre el rostro.

Nosotras ahora, a diferencia del pueblo de Israel que no podía ver el brillo en el rostro de Moisés por la gloria de Dios y porque sus mismos corazones estaban velados, contemplamos la gloria de Dios con el rostro descubierto. Nuestro velo ha sido removido a través de la obra de Cristo. El camino a la presencia de Dios ha sido abierto; a través de Cristo Jesús, la pesada barrera por nuestro pecado ha sido destruida en la gloriosa cruz, y ahora somos libres para contemplarlo.

Contemplando y siendo transformadas

Ahora que el camino ha sido abierto y nuestro velo removido, podemos contemplar libremente la gloria del Señor. Esta contemplación es completamente necesaria para la obra de santificación en nuestras vidas; para nuestra transformación.

Este pasaje nos revela dos elementos fundamentales en nuestro proceso de transformación:

1.Nuestra meditación.

El pasaje nos dice que la forma en la que vamos siendo transformadas es mientras contemplamos la gloria de Dios. La meditación en el Señor, en su Palabra, y en las verdades de su evangelio juegan un papel fundamental en nuestro proceso de santificación.

Si hay algo que caracteriza a esta generación es la falta de meditación; lo poco que nos detenemos a pensar y rumiar en la Palabra, y en cómo el evangelio impacta cada área de nuestra vida. Todo lo queremos de manera rápida e instantánea, pero no hay transformación de microondas.

Vamos siendo transformados mientras le contemplamos. El pastor John Piper dice que “nosotros nos convertimos en aquello que más contemplamos. Si tú admiras la gloria de Dios y todos sus caminos más que cualquier otra cosa, tú serás cada vez más y más conformado a eso”.

¿Quieres ser más conforme a la imagen de Cristo? Contémplale a través de su Palabra; mientras más lo hagas, más serás como Él.

2.El instrumento de transformación es el Espíritu de Dios que mora en mí.

No nos confundamos: nosotras no somos capaces de producir transformación en nuestra vida. Ni en la de otros. Es el Santo Espíritu de Dios que mora en nosotras quien nos va transformando, haciéndonos a la imagen de Cristo. Nuestro único papel es ponernos en el lugar correcto para que Él haga su obra en nosotras.

Es el Espíritu de Dios que abre nuestro entendimiento para poder conocerle, es el Espíritu de Dios que nos guía a toda verdad, es el Espíritu de Dios que nos mueve a la obediencia, ¡bendito sea el Señor que no nos ha dejado solas! (Juan 16:7)

Hay esperanza

Para poder sacar el pie de una persona de la arena movediza se debe usar la fuerza equivalente a la necesaria para levantar un vehículo pequeño. Para sacar nuestras vidas de la arena movediza espiritual tenemos el poder del Espíritu de Dios que mora en nosotras y que levantó a Cristo de entre los muertos. ¡Qué gran esperanza!

Nuestras vidas no tienen por qué seguir igual; el Señor nos ha dado todo lo que necesitamos para la vida y la piedad mediante el verdadero conocimiento de Aquel que nos llamó por su gloria, de ese Jesús que es el resplandor de la gloria de Dios. Contemplémosle a Él, con el rostro descubierto, para que seamos transformadas como por el Señor, el Espíritu.

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