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Probablemente no se le había prestado tanta atención a la relación entre el creyente y su trabajo hasta los días de Lutero y Calvino. Ellos creían en la dignidad del trabajo y su realización como un llamado y provisión de Dios. El reformador Abraham Kuyper por su parte, entendía que “el trabajo no solo cuida de la creación, sino que también la ordena y la estructura”.1 Según los reformadores, esto proveía una cultura donde el hombre podía prosperar y honrar a Dios.

Sin embargo, muchos creyentes ven hoy el trabajo con desagrado, y otros lo perciben como una carga. La relación cristiano-trabajo a menudo ha sido malinterpretada debido a la separación que algunos hacen entre lo secular y lo sagrado. Esta perspectiva ha llevado a una baja valoración del trabajo “secular”, convirtiendo el medio de sustento del hombre en un campo de batalla y/o fuente de insatisfacción personal.

El trabajo ha sido parte de la vida del hombre y la mujer desde su creación (Gn. 2:15). Sea que opere un negocio en su casa o que trabaje fuera de él, el trabajo es una bendición de Dios que debe ser realizado “como para el Señor y no para los hombres” (Col. 3:23). Es la plataforma que Dios escogió para que el creyente señoree y cuide de Su creación (Gn. 1:26-28). Como siervos que hacen su voluntad, Él nos ha responsabilizado con la gloriosa labor de bendecir su nombre en todos los lugares de su señorío (Sal. 103:21-22).

El trabajo es una bendición de Dios y debemos realizarlo como para el Señor y no para los hombres

La parte más difícil en el desempeño de nuestras labores, así como de cualquier tipo de intercambio personal o social, son las relaciones humanas. Entonces, si servimos como encargadas o “jefas”, es nuestra responsabilidad ante Dios y la empresa donde laboramos cultivar esas relaciones a fin de hallar satisfacción en nuestro trabajo, contribuir al desarrollo interpersonal de los empleados, e incrementar la productividad. Esto es posible mediante la integración de la ética cristiana a los valores y estándares de la empresa, lo cual a su vez dependerá directamente del carácter, el compromiso y la identificación real del creyente con Cristo.

En el libro Your Work Matters to God (Tu trabajo le importa a Dios), Douglas Sherman y William Hendricks escriben:

“La clave para un acercamiento entre la cultura y la iglesia, para renovar el lugar de trabajo y reformar la Iglesia, bien puede ser un movimiento de personas que son conocidas por su árduo trabajo, por la excelencia de su esfuerzo, por su honestidad e incuestionable integridad, por su preocupación por los derechos y el bienestar de las personas, por la calidad de los bienes y servicios producidos, por su liderazgo entre los compañeros de trabajo; en resumen, por su semejanza a Cristo dentro y fuera del trabajo”.

Si hemos resucitado con Cristo, nuestra nueva identidad debe afectar todas las áreas de nuestro ser y quehacer

Si hemos resucitado con Cristo, nuestra nueva identidad debe afectar todas las áreas de nuestro ser y quehacer. “Y todo lo que hagan o digan, háganlo como representantes del Señor Jesús” (Col 3:17 NTV). Nuestra perspectiva, nuestras prioridades, nuestras decisiones, nuestras actitudes, nuestras relaciones, y nuestro trabajo ahora son gobernados y moldeados por la Palabra de Cristo (Col. 3-4:1).

Es necesario retomar el sentido vocacional y sagrado del trabajo que encontramos en la Escritura, sabiendo que fuimos llamadas y comisionadas por Dios para santificarlo y cumplir sus propósitos en él. Allí podremos disminuir las malas prácticas contribuyendo a la administración, desarrollo, y progreso financiero de la empresa, elevando el respeto y la dignidad personal, evangelizando mediante hechos, y siendo baluartes de virtud mostrando integridad en toda buena obra.  

La plataforma está lista y el terreno es fértil. Los libros sobre liderazgo empresarial testifican sobre la necesidad de un cambio en el modelo tradicional, al de un líder servidor; un influenciador (siervo) que inspire, guíe, y sirva. En virtud del nuevo nacimiento en Cristo estamos en la mejor posición para personificar ese rol. Ahora, más que nunca, existen oportunidades para servir —y liderar— y hacerlo con excelencia, exhibiendo la mente y el carácter de Jesús en nuestros centros de trabajo. Si fallamos en hacerlo, habremos perdido una de las mayores oportunidades a nuestra disposición de testificar del Señor y mostrar lo que verdaderamente es ser una mujer de Dios de convicción. Que Cristo nos tenga por dignas de levantar su nombre en alto en el lugar donde nos ha llamado a laborar.

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