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Al observar nuestra vida cotidiana encontramos muchas cosas que no funcionan como deberían; desde situaciones sencillas hasta otras de gran envergadura y que acarrean consecuencias difíciles de enfrentar. Cuando revisamos el consejo de Dios, descubrimos que esta vida es disfuncional. En el relato de Génesis encontramos pistas de esto. Después de la creación perfecta, ocurre el desastre. Todo se altera por la entrada del pecado.

Nuestros cuerpos no están exentos de las consecuencias de Génesis 3. Es por ello que la existencia de enfermedades no debería sorprendernos; es doloroso, pero inevitable. Y el hecho de que nuestro cerebro no siempre funcione adecuadamente no debería ser sorpresa tampoco. El cerebro es de vital importancia en el funcionamiento del cuerpo humano, pero a fin de cuentas es un órgano. Al igual que el estómago, el corazón, los pulmones, y todos los demás órganos, el cerebro puede fallar. De ahí que las enfermedades mentales aparezcan en nuestro entorno y alteren nuestra dinámica.

¿Qué es el trastorno bipolar?

El trastorno bipolar es una de estas enfermedades mentales que las personas en nuestra comunidad de fe pueden padecer.

El trastorno bipolar es “un desorden mental caracterizado por cambios dramáticos del estado de ánimo, pensamiento, comportamiento, y energía”. Según el NIMH [Instituto Nacional de Salud Mental], las causas del trastorno se desconocen. Sin embargo, se sabe que existe un componente genético de la enfermedad, pues tiende a prevalecer en las familias. Existen cuatro tipos básicos de trastorno bipolar, todos involucrando cambios de ánimo que van desde períodos de comportamiento eufórico (manía o hipomanía) hasta la extrema depresión. ¿De dónde viene este trastorno?

“Con respecto al origen de esta entidad médica no se sabe a ciencia cierta todos los componentes biológicos del trastorno, pero parece claro que uno de los problemas implicados es el mal aprovechamiento de los neurotransmisores cerebrales (serotonina y dopamina)”.

Es difícil encontrar datos sobre esta enfermedad en Latinoamérica. De acuerdo a Mental Health America, por lo menos unos 2 millones de estadounidenses sufren de trastorno bipolar. Recibir el diagnóstico de una enfermedad mental es una situación difícil para el individuo y su familia. Es importante encontrar ayuda médica, emocional, y espiritual para el manejo adecuado de la situación.

¿Cómo ayudar desde la consejería a alguien que padece trastorno bipolar?

Ayudar al aconsejado a aceptar su condición. Es de suma importancia que la persona que padece la enfermedad, una vez confirmado el diagnóstico, pueda aceptar su condición de salud. Esto facilita mucho el avance hacia la estabilidad. Este punto no es fácil, ya que el que padece trastorno bipolar presenta fluctuaciones en su estado de ánimo que lo confunden. Aceptar su condición de salud implica lo siguiente:

  • Reconocer su necesidad de ayuda, acompañamiento en consejería, y seguimiento médico. También será necesario seguir el tratamiento y el uso de los medicamentos prescritos por su doctor.
  • Ser vulnerable sin victimizarse. Se debe reconocer que hay épocas más difíciles que otras, que hay momentos en los que podría sentirse muy mal, y que esto es parte necesaria del camino a la sanidad. Sin embargo, debemos tener cuidado de que esto no lo lleve a victimizarse, a pensar que Dios no puede ayudarlo y todo el mundo debe entenderle, y a dejar de tomar la responsabilidad por las actitudes pecaminosas en su vida diaria.

Proveer consejería bíblica en un ambiente cálido y seguro. Una persona en esta condición llega a la sesión de consejería turbada, cansada, y con muchos temores. El consejero debe ofrecer un espacio de gracia, amor, y misericordia. Santiago 1:19 dice: “Esto lo saben, mis amados hermanos. Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira”. Debemos escuchar activa y empáticamente, haciendo buenas preguntas que nos permitan tener una idea de la historia de vida del aconsejado, desde antes del diagnóstico de la enfermedad. Aprender a escuchar sus temores, sus luchas, sus pensamientos sin que este se sienta juzgado o condenado por los mismos. Las primeras sesiones son de exploración, conexión, y acompañamiento. Luego vendrán sesiones en las que podemos confrontar, guiar, y enseñar en áreas específicas.

Enseñar al aconsejado a pensar bíblicamente. Dios no está fuera de esa área de la vida del aconsejado. Él no improvisa con nuestras vidas. Bien escribió Pablo en Efesios 2:10: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas”. Dios tiene un propósito con cada evento que nos ocurre. El aconsejado enfrentará adecuadamente los retos que su estado de salud le presente cuando entienda que Dios sabe lo que está haciendo, y que lo que atraviesa no es algo fortuito. Más bien, Dios tiene un plan incluso al pasar por aflicciones. Solo la Palabra de Dios puede ayudar a una persona con este desorden a encontrar sentido a su vida. El consejero debe ser intencional en ayudarle a desarrollar una mente bíblica a través de una vida devocional consistente.

Enseñar al aconsejado a conocerse más profundamente. Entre más conocemos a Dios, mejor nos conocemos a nosotros mismos. La persona con esta enfermedad no es la excepción. Por el contrario, es muy útil que aprenda a reconocer “desde lejos” cuando su estado de ánimo se empieza a desestabilizar, y descubrir qué situaciones detonan estos cambios, para poder prevenirlo. Los diarios, cronogramas de eventos, y la revisión de cambios de rutina son herramientas útiles para que el aconsejado se examine a sí mismo, pueda conocerse mejor, y tome medidas preventivas.

El cuidado de sí mismo es una pieza clave: conocer sus detonadores, debilidades, riesgos, y entonces ejercitar el dominio propio. Hay situaciones de riesgo y cambios orgánicos que se deben observar para tomar medidas de precaución oportuna. El aconsejado no debe descuidarse, ser indulgente, orgulloso, y pensar que tiene la situación controlada. Es extremadamente peligroso cambiar la dosis de los medicamentos sin supervisión médica, o abandonar el tratamiento por percibir mejoría o malestar. No es saludable dormir poco, trabajar en exceso, ni sobre estimularse al involucrarse en actividades que demanden mucha energía física o emocional. Es bueno dudar un poco de su criterio personal al tomar decisiones importantes. Siempre es oportuno recordarle al aconsejado Proverbios 3:5: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento”. Una prevención sabia es buscar consejo, sobre todo para decidir cosas que traerán cambios significativos en la rutina de vida. Para todo esto se necesita crecer en el dominio propio, que es una manifestación del fruto del Espíritu Santo en nosotros (Gál. 5:22-23). El consejero puede acompañarle en ese camino del desarrollo del carácter cristiano.

Siempre trae esperanza ver cómo el poder del Espíritu Santo va transformando el carácter de la persona en la medida en que esta condición de salud se ve como un área que da evidencia de la dependencia que tenemos en Dios, y es utilizada por Él para su gloria.

“Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí”, 2 Corintios 12:9.

Dar esperanza. Si bien es cierto que el aconsejado padece una condición orgánica y que necesitará usar medicamentos, también es cierto que hay muchas otras cosas que se pueden hacer para que su vida cumpla el propósito por el cual Dios le creó. He visto casos de personas que logran estabilizarse por años y viven una vida funcional, con disminución de la frecuencia de la crisis. Ellos me han enseñado que hay esperanza. La base para conseguir un mejor pronóstico es pensar bíblicamente y aceptar su condición como una evidencia de la dependencia que todos tenemos de Dios. A esto debemos agregar el seguimiento médico frecuente, incluyendo medicamentos y autocuidado, como lo haríamos en cualquier otra enfermedad.

En la medida de lo posible, siempre debemos involucrar a la familia del aconsejado. La familia es el ambiente natural donde se dan las luchas, y al mismo tiempo es el lugar donde debe recibir el apoyo en su día a día. La familia debe tener información acerca de la enfermedad, el manejo de crisis, y saber qué grados de supervisión requiere la persona en cada etapa. No menos importante es que los miembros de la familia faciliten la participación del aconsejado en las rutinas familiares, ya que este no debe sentirse excluido de la misma.

Orar por el aconsejado durante la consejería y fuera de la misma. Como consejeros dependemos de Dios para poder asistir a nuestros aconsejados. En casos de desorden bipolar, el discernimiento y la sabiduría de Dios es lo que nos permitirá ser instrumentos oportunos para ellos. Recuerda que su estado de ánimo es cambiante; puede que de vez en cuando llegue a la sesión en crisis o desestabilizado. En ocasiones, pensarás que no avanza o que ha retrocedido. Practica la paciencia, deja que Dios sea Dios, sé fiel a tu llamado, depende del Señor en cada paso. Toma en cuenta que estos casos requieren seguimiento a largo plazo. Ora sin cesar.

Nuestra vida se trata de Dios. Todo cuanto Dios permite que nos ocurra coopera para sus planes, y eso nos incluye como consejeros. Dios también tiene un propósito contigo como consejero. La palabra de Dios nos revela que su propósito es nuestra santificación. Siempre se ha dicho que el mejor consejero es un buen aconsejado. Dios usa casos complejos para trabajar también en nosotros. ¡No pierdas de vista la obra que Dios está haciendo en ti mientras sirves a tus hermanos y hermanas a través de la consejería!

Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

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