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Como parte de mis estudios, recientemente participé en una clase sobre plantación de Iglesias en el Seminario Teológico Bautista del Sur. Debo reconocer que no tenía muchas expectativas con la clase, pero quedé gratamente sorprendido al encontrar tanta sabiduría y experiencia en el campo misionero, en especial en el conocimiento de la iglesia Latinoamericana.

He estado involucrado en la plantación de tres iglesias en Costa Rica y ahora me encuentro en el proceso de plantar cuatro más. La tarea ha sido dura y ha requerido una entrega completa a las personas que el Señor ha puesto alrededor de cada plantación. Vivir con ellos, aprender de ellos, discutir con ellos, enseñarles la Biblia, discipularlos, enseñarles sana doctrina, y hasta hacer deporte con ellos ha sido parte de la experiencia. Se trata de entrelazar la vida con ellos, porque eso lo que se requiere para hacer discípulos de Cristo.

Todo este hermoso proceso nos lleva a compartir la vida hasta poder llamarlos mi propia familia. Llegar a ese nivel de intimidad no ocurre de la noche a la mañana, requiere tiempo, años, dedicación, y esfuerzo para que ellos lleguen a ser discípulos que planten sus iglesias y repliquen la experiencia haciendo más discípulos que planten más iglesias.

En su clase, el profesor David Sills habló sobre cuatro pasos en los que los plantadores de iglesias debemos pensar al momento de entrar en la misión. Él las llamó “las cuatro p’s”, y quiero compartirlas contigo.

Pionero

Si quieres plantar, entonces eres la persona que está iniciando el acercamiento a un grupo particular de personas con el objetivo principal de predicarles y enseñarles la Palabra de Dios. Tú eres la punta de lanza, el pionero, aquella persona a la que Dios está moviendo su corazón para iniciar una obra bajo el poder de Dios. Tú eres quien está experimentando esa pasión, que en términos humanos es inexplicable. Se trata de dedicar tu tiempo y energías para que otros conozcan a Cristo, el único que los puede salvar de sus pecados. Tú eres el que Dios está levantando para dar inicio a la misión.

Muchas veces luchas contra la adversidad y contra las críticas, muchas veces luchas contra la incredulidad de otros y hasta con la tuya. Pero hay algo más poderoso detrás de nuestras fuerzas: el poder del Espíritu Santo. Tú eres la herramienta en las manos del alfarero que Dios podrá usar para dar inicio a lo que considera lo más preciado sobre el planeta: su Iglesia. Aquella por quien Él dio su vida hasta la muerte y muerte de cruz.

Papá

Ahora, después de trabajar y de vivir con ellos, tu misión se va haciendo diferente. Ahora debes crear una relación de amor, de confianza, de amistad, donde ellos te vean como una figura espiritual en sus vidas. Los nuevos discípulos te verán como aquel que Dios envió para hablarles su Palabra. Llegas a ser esa persona en la que confían para contar sus problemas, para escuchar consejo. Eres como un papá espiritual, quien les enseña las verdades espirituales y que los protege de las mentiras espirituales.

Tú eres quien constantemente los está direccionando hacia la cruz, a un lugar seguro, a los brazos del mismísimo Salvador. Pablo dejó a Timoteo para que estableciera ancianos y no para que se convierta en el centro de la Iglesia, porque Jesús es el centro de la Iglesia. Del punto anterior a este, probablemente han pasado meses, sino años mientras se profundiza y desarrolla esa relación de amistad. Tu manera de vivir, de servir, y de amar es lo que se ganará el corazón de la gente y su disposición a escucharte compartir la Palabra de Dios.

Pareja

Has trabajado arduamente en el corazón de tu gente. Les has servido el pan de la Palabra de Dios semana tras semana. Has cuidado de su caminar espiritual. Los viste nacer en Cristo, recibir la Palabra con gozo, sus vidas ser transformadas. Los has nutrido hasta el punto en donde ya no son niños que podrían ser llevados por cualquier viento de doctrina.

Ahora empiezas a darles oportunidades de servicio dentro de la Iglesia, los animas a predicar y tomar roles de liderazgo. Los empujas para que vean que Dios también puede usarlos a ellos, como te ha usado a ti. Te pones a la par de ellos, ya no como un papá, sino como un hermano y compañero de milicia. Ya ellos no te ven como si estuvieras en un estrado, sino que los haces sentir y ver que están compartiendo “hombro a hombro” la misión de Dios. Participan juntos en muchas batallas, mientras reciben tus consejo y también aprendes de ellos.

Participante

Este el momento donde bajas del escalón superior de liderazgo y empoderas a tus hermanos a que ellos sean los lideres y los encargados de hacer lo mismo que tú hiciste con ellos. Ahora tú participas de vez en cuando en sus ministerios, como uno más del público, recibiendo ahora alimento de los que antes alimentabas. Ya empiezan a aparecer personas nuevas en la iglesia que ni siquiera saben quién fuiste tú. El líder actual es aquel que fue una vez un extraño, luego un discípulo, luego tu compañero, y ahora es el pastor.

Cuando llegas a este momento ya habrás aprendido que el ministerio no se trata de ti, que la obra no es tuya, que tú solo eres uno mas entre los millones que Dios ha levantado en la historia por su poder y soberanía para gloria de su nombre y bendición de su pueblo. Tú ya no quieres que se oiga tu nombre, ahora solo quieres que sea el nombre de Jesús y su gloria lo que todas las gentes de la tierra conozcan.

Tú no eres, ni nunca fuiste (gracias a Dios), el dueño de la misión ni de la obra que el Señor mismo te encomendó. La Iglesia tiene un dueño y una sola cabeza: Jesucristo (Colosenses 1:18).

Imagen: Lightstock
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