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Yo subestimaba la Palabra de Dios. Durante los últimos años, al estudiar la Biblia con otras mujeres, me di cuenta de que no estaba sola. Muchas han tenido la misma experiencia que yo.

La valoramos, hablamos sobre ella, la contemplamos, la aplicamos, y teníamos la intención de leerla más de lo que lo hacíamos. Sin embargo, cuanto más tiempo paso en la Palabra, y más tiempo paso con otras mujeres que están en la Palabra, más me ha mostrado Dios cuán lamentable era realmente mi aprecio por su Palabra. Leía la Biblia como alguien parado en un mirador sobre el Gran Cañón, tratando de estimar cuánta agua podría contener: “¡Hasta 23 o 24 tazas, imagino! ¡Es tan grande y sorprendente!”.

¿Qué cambió mi perspectiva? Comencé a leer más de la Biblia, a un ritmo más rápido, con muchas otras mujeres. Un grupo de nosotras comenzamos a leer la Palabra a un ritmo rápido (pero no furioso), unos seis capítulos por día, y miles de mujeres se han unido al desafío. Leer más, más rápido, y con otras ha cambiado nuestra perspectiva de manera significativa. Queremos convertirnos en mujeres de la Palabra, no en mujeres que incursionan ocasionalmente en la Palabra de Dios.

Necesidades satisfechas de maneras inesperadas

En primer lugar, leer porciones más grandes de las Escrituras a un ritmo más rápido cambia nuestra mirada. Si seleccionamos pasajes que solo nos atraen en este momento, nuestra lectura de la Biblia será (necesariamente) centrada en nosotras. Nuestra aplicación de la Biblia será egocéntrica, porque estamos muy obsesionadas con nuestros corazones, nuestros deseos, nuestros sentimientos. Es fácil tratar la Palabra como una máquina expendedora para determinados tipos de estímulo en lugar de dejar que ella nos forme y cambie.

Queremos convertirnos en mujeres de la Palabra, no en mujeres que incursionan ocasionalmente en la Palabra de Dios.

Cuando nos comprometemos a leer toda la Biblia, muchos de nuestros días se verán inesperadamente formados por batallas del Antiguo Testamento, visiones proféticas, detalles arquitectónicos, e historias de tierna misericordia. Nuestra mirada está ahora centrada en nuestro Dios, en su historia, en sus planes. La Palabra nos quita los ojos de nuestras emociones y nuestros días, y los eleva a las montañas altas y las cosas de Dios.

Si leemos más de la Biblia junto con otras mujeres, esto también inspira más conversación sobre Dios y su Palabra. Cuando algo salta en el texto, y se lo mencionamos a alguien que ha estado leyendo el mismo texto, experimentamos una bendición encantadora (e inusual). Recuerdo una serie de conversaciones del otoño pasado sobre la belleza de David pidiéndole a Dios que evite que la gente sea castigada por su pecado y que, en cambio, deje caer el juicio sobre él y su familia.

David había pecado gravemente al hacer un censo (2 S. 24:1-2), y mereció el juicio de Dios. Fue la única vez que pude recordar a alguien en las Escrituras pidiendo que la ira de Dios se derramara sobre él (2 S. 24:17). Y el ángel detuvo la plaga (2 S. 24:16). A pesar de lo que había hecho, David era un hombre según el corazón de Dios. Y no solo se evitó la ira de Dios sobre este pecado, sino que su ira sobre todo pecado finalmente se derramó sobre la casa de David. Cristo mismo nació en la familia de David para morir por el pueblo de Dios: el Hijo de Dios, el Hijo de David.

No creo que nadie haya mirado a un grupo de mujeres ocupadas, compartiendo el auto, comprando comida, trabajando, saliendo a almorzar, abrumadas con varias responsabilidades, y haya pensado: “¿Sabes lo que realmente bendecirá a estas mujeres hoy? La plaga que Dios provocó en Israel debido al censo de David. Hagamos que todas vean a Jesús en 2 Samuel 24, y busquemos aliento para su tarde ocupada allí”. Y sin embargo, eso es lo que Dios hizo.

Viviente y activa en experiencia

Cuando nuestra mirada cambia de esta manera. Comenzamos a ver nuestra vida a través del lente de la gloriosa historia que Dios está contando. A menudo, leemos algo que no parece conectarse con nosotros en ese momento, por lo que simplemente lo leemos y seguimos adelante. Luego, a veces semanas más tarde, llega a nuestras mentes con relevancia. Ahora sabemos por qué Dios nos hizo leer sobre quejarse en el desierto la semana pasada. Ahora sabemos por qué nos quería moldeados por lamentos en los Salmos. Ahora nos damos cuenta de que nos estaba fortaleciendo con una esperanza real que apenas notamos mientras leíamos.

Cuanto más se conecta la Palabra directamente a nuestras vidas, más vemos cuán viva y activa es. Cuanto más vemos a nuestros amigos fortalecidos en el Señor para sus responsabilidades y cargas cotidianas, más vemos la maravilla en lo que Dios nos ha dado en su Palabra, no porque afirmemos una confesión que dice que la Palabra es invaluable, sino porque conocemos su preciosidad desde la experiencia personal.

La hemos sentido penetrante en las articulaciones y la médula, alentando, condenando. y fortaleciendo nuestras almas (Heb. 4:12). Hemos visto la tierna mano de nuestro Dios en lo que hemos leído, y cómo esa Palabra nos ha equipado para toda buena obra (2 Ti. 3:17). Sabemos de primera mano que esta Palabra de Dios reaviva el alma, hace sabio al simple, alegra el corazón, ilumina los ojos, y recompensa al oyente fiel (Sal. 19:7-11).

El gran autoretrato de Dios

Leer más la Biblia también tiene el efecto de fortalecer nuestro sistema inmunológico espiritual. Cuando alguien nos ofrece una mentira, ¡lo sabemos! Muchas mujeres con las que he estado leyendo, por ejemplo, se han encontrado cara a cara con un Jesús que no sienten que conocen.

La Biblia es cómo Dios mismo ha elegido revelarse a nosotros. Es un retrato de Dios hecho por la mano de Dios.

Nuestras discusiones han sonado misteriosamente similares a la mafia que siguió a Jesús en los Evangelios. “¿Realmente dijo eso?” “¡Eso fue grosero!” “¿Cómo pudo hablar así?” “¿Por qué no puedo entender sus parábolas?”. ¿Cómo podría un cristiano no reconocer a Cristo? Ocurre cuando no hemos estado escuchando cómo se nos revela, dependiendo de que otros nos digan quién es nuestro Dios, qué le importa, cómo es, y qué significa todo eso para nosotros.

La Biblia que tienes en tu estante no es una especie de boceto policial hecho por un observador a lo lejos. La Biblia es cómo Dios mismo ha elegido revelarse a nosotros. Es un retrato de Dios hecho por la mano de Dios. Este pozo está más allá de nuestras capacidades para beber por completo. Dios debe aumentar nuestra capacidad de verlo mientras leemos, y continuamente hacernos nuevos con lo que leemos. Debe, por su Palabra, renovar nuestras mentes, agrandar nuestros corazones, fortalecer nuestra fe, y equipar a sus santos.

Mujeres de la Palabra

Cuando leamos fielmente la Palabra, no incursionando sino realmente leyéndola toda, nos cambiará. Seremos cambiados en las leyes y en los profetas. Seremos cambiados en las misericordias y en los juicios. Al principio nos cambiarán los pasajes que no se sientan bien con nosotras y los que inmediatamente alegran nuestros corazones.

Si Dios nos ha dado este increíble regalo, y estamos todos los días al borde de su inmensidad, ¿por qué a menudo tratamos de hablarnos en porciones cada vez más pequeñas? ¿Por qué nos atenemos a los pasajes que se ven bien en un fondo montañoso? “¿El tamaño de este cañón te enferma?”, algunos preguntan. “¡Prueba el verso del día! ¡Es suficiente! Medita en una palabra, tal vez ‘perdón’ o ‘compasión’. ¡Escucha una canción de alabanza!”. Nos conformamos con menos porque tenemos miedo de lo que la inmensidad de este cañón dice sobre nosotros. Nos muestra nuestra pequeñez para hacer a Dios más grande, nuestra fragilidad para hacernos completos, y nuestra debilidad para hacernos fuertes.

Cuando el tamaño del cañón te hace sentir que no eres suficiente, la respuesta no es huir, sino lanzarte a él con una oración:

Señor, hazme más como tú. Déjame entender más de ti. Muéstrame mi debilidad para que pueda aferrarme a tu fuerza. Señor, hazme una mujer de tu Palabra y, al hacerlo, hazme parte de tu glorioso reino trabajando aquí en la tierra. Equípame para verte más cada día hasta que esté en tu presencia.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Josué Barrios.
Imagen: Lightstock.
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