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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Probablemente la mejor idea del mundo, por Mark Greene, un recurso que será publicado próximamente por Editorial Andamio.

El objetivo de la entrega de Jesús en la cruz no solo fue pagar la pena de la rebelión humana, ni rescatar a la humanidad del dominio de la oscuridad, aunque Jesús sí que pagó dicha pena y rescata a la gente de vivir bajo el mandato malvado de Satanás. El propósito último de la entrega de Jesús es que podamos disfrutar de una relación eterna, desinhibida, transformadora, satisfactoria e íntima con el Dios trino.

El Dios que está ahí

En primer lugar, necesitamos contacto directo. No queremos solo leer sobre Dios, o escuchar historias sobre lo que ha hecho en otros países o en las vidas de otras personas. Anhelamos oírle nosotros mismos, reconocer su presencia, lo cual requiere que apartemos tiempo para Él, al igual que un matrimonio saludable aparta tiempo para estar el uno con el otro.

Sin embargo, a veces requiere también una mayor consciencia de Dios en nuestras tareas cotidianas, lo cual suele ser más complicado. Igual que la calidez y la atención de un anfitrión puede transformar una sencilla comida en algo parecido a un banquete —y a ti puede hacerte sentir tan honrado como un rey— invitar a Dios a tu vida cotidiana, abre el camino para que veamos cómo puede tocar y transformar lo ordinario con la fragancia del más allá.

El Dios que no se va

En segundo lugar, nuestra relación con Dios mejora con el tiempo por medio de la continuidad. Cuanto más estemos con Él y más conscientes seamos de Él, más crecerá nuestra confianza y delicia. No se trata solo de ser capaces de ver más cómo te ha rescatado, ha provisto y ha estado ahí para ti en perspectiva. No se trata solo, en mi caso, de que esté cada vez más convencido de que su sabiduría es mejor que cualquier cosa que se ofrezca en ningún otro sitio, en ninguna otra era; que sus caminos son los mejores, y que sea el único camino a la libertad verdadera.

Aunque Dios podría lograr todo por sí mismo, elige llevar a cabo gran parte de ello en cooperación con nosotros. Somos importantes para sus propósitos

En realidad, se trata de que cuanto más camines con Dios y le hables, más sabrás cómo es, y que —sin importar las circunstancias— Él será capaz de sorprenderte, de responder a la pregunta: “¿Cómo vas a hacer algo con este desastre de manera completamente impredecible y, a la vez, llena de misericordia?”. Igual que con las amistades más profundas, siempre hay algo por descubrir. El misterio de Su majestad y presteza para acercarse a nosotros nos hace sumirnos en el asombro y la gratitud.

El Dios que se involucra en todo

En tercer lugar, la relación con Dios se enriquece a través de la multiplicidad. Conociéndole y reconociendo su obra en distintos contextos y situaciones, crecemos en amor hacia quién es Él. Cuando Dios responde la oración por una reunión difícil con un cliente; cuando se recupera un objeto perdido irremplazable; o cuando hay respuesta a la sentida oración de un niño, nuestro amor y aprecio por Dios se multiplica, en especial cuando nos corresponde vivir experiencias similares.

El Dios que escucha

En cuarto lugar, existe una paridad de poder, pero de un tipo particular. Ningún ser humano es igual a Dios en ningún área de competencia o poder y, sin embargo, Dios valora a cada ser humano. Dios, tal y como vemos en la Biblia sus relaciones con las personas, quiere escucharnos, que tengamos una voz. Quiere que Abraham pueda “negociar” con Dios la destrucción de Sodoma (Gn 18); que el salmista pueda gritar en protesta contra la aparente indiferencia de Dios (cp. Sal 22); o que Jesús, perfecto en su obediencia al Padre, pueda preguntar si hay otra manera que no sea la tortura de la cruz (Lc 22:42).

Ningún ser humano es igual a Dios en ningún área de competencia o poder y, sin embargo, Dios valora a cada ser humano

Más aún, aunque Dios podría lograr todo lo que desea conseguir por sí mismo, elige llevar a cabo gran parte de ello en cooperación con los seres humanos. Somos importantes para sus propósitos.

El Dios que nos invita a una gran aventura

En quinto lugar, los discípulos de Cristo comparten un propósito común con Dios. Nos ha invitado a que cambiemos el mundo con Él, a que cuidemos a los enfermos e influyamos en los tratados mercantiles mundiales para que los pobres tengan alimento y los esclavos sean liberados. Somos llamados a modelar maneras de vivir que pongan a las personas por delante de las cosas y del dinero; al amor por delante del discurso, a la generosidad por delante de las obligaciones; a Cristo el hijo de Dios por delante de Mamón.

Cada creyente es llamado a ser un agente en la misión divina de transformar, reconciliar y restaurar el universo entero (2 Co 5:17-19). Esta es la gran aventura a la que Dios nos llama a participar y, como resultado, cada día está impregnado de lo eterno: la rutina con la fragancia de lo perpetuo, los quehaceres con la posibilidad de convertirse en un conducto del amor y un canal de su gracia eterna.

La gracia de Dios para los creyentes y para el mundo

En el Nuevo Testamento, la palabra “gracia” se utiliza de dos maneras bastante diferentes. En primer lugar, significa “favor inmerecido”, y se usa para describir la realidad de que quienes comienzan una relación con Cristo (y disfrutan, por lo tanto, de todos los beneficios de ser sus hijos) no lo hacen gracias a ningún mérito propio o porque hayan hecho algo para ganárselo. No se puede comprar la entrada al cielo o acceder al cielo gracias a maravillosos actos de caridad, o de extraordinaria belleza, o de buena ciudadanía. Es un don gratuito de Dios, totalmente inmerecido (Ef 2:8-10).

En segundo lugar, “gracia” se utiliza para describir la “presencia inspiradora” de Dios. Es por eso por lo que en todas y cada una de sus cartas, Pablo se dirige a los cristianos con la expresión “Gracia y paz a vosotros”. Puesto que todos son creyentes, por lo que Pablo está orando es por la presencia inspiradora de Dios con y en ellos, la gracia que les permitirá hacer lo que Dios quiere que hagan, sean cuales sean las circunstancias. Una vez más, es una promesa esencialmente relacional: voy a estar ahí. Con poder.

Podemos reconocer su presencia cuando hacemos lo que Él quiere que hagamos, no cuando hablamos y escuchamos. Lo anterior refleja la realidad de que los lazos y la cercanía no se forjan solo mediante la comunicación verbal, sino a través del impacto de las tareas y actividades compartidas, que crea y construye comunión. Se puede “conocer” a alguien profundamente a través de sus acciones, y se puede forjar un lazo duradero sin palabras. Trabajar en un reto común puede crear un profundo respeto y compromiso que vaya mucho más allá de la intimidad verbal compartida.

La maravilla del Dios revelado en la Biblia, y conocido a través de la experiencia, es que Él nos ama, no solo con todos nuestros defectos, rebeliones y debilidades, sino también con ciertas maneras particulares que nos hacen sentir que su amor hacia nosotros es real.

Dios nos ama y nos conoce de una manera tierna y personal.

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