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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Mujer de la Palabra: Cómo estudiar la Biblia, con mente y corazón (B&H Español, 2016), por Jen Wilkin.

Soy terrible como miembro de un grupo pequeño. Si has sido capacitada para guiar a un grupo pequeño, espero que te hayan dado esta invaluable perla de consejo: nunca hagas contacto visual con un miembro de tu grupo que quiera desviar la discusión. El grupo depende de ti. 

Yo soy aquella que nunca debes mirar. Al menos solía serlo. El tiempo de discusión nunca era suficiente para mí, siempre esperaba que llegara el tiempo de poder meternos de lleno en la lección.

Tal vez puedas relacionarte con mi experiencia. Quizá tu líder de grupo evita hacer contacto visual contigo. Es posible que conozcas la emoción de sentir que estás por explotar sobre todo el grupo y te has preguntado si solo eres una sabelotodo y la favorita de la maestra con un grave problema de orgullo. 

Quizás tienes un esposo o compañera de estudio que tiene que soportar pacientemente toda la semana, y tal vez de noche, que descargues cada cosa que has aprendido durante tu tiempo de estudio personal. Es importante que te hagas la pregunta sobre el orgullo, pero también debes hacerte la pregunta sobre la enseñanza, en especial si otras personas han observado de manera evidente que el don de enseñar está en ti. Quizás la razón por la que no eres un buen miembro del grupo es porque estás hecha para enseñar.

Espero que lo seas. Creo que la iglesia necesita con urgencia maestras bien equipadas, que manejen bien la Escritura, con cuidado y diligencia, y que tengan un corazón para la alfabetización bíblica. Es importante que mujeres enseñen a mujeres y que lo hagan con excelencia. Creo que es de gran importancia por tres razones.

Por qué las mujeres necesitan a mujeres como sus maestras

Primero, necesitamos el ejemplo de maestras. Cuando una mujer ve a alguien que se parece a ella y suena como ella mientras enseña la Biblia con pasión e inteligencia, empieza a reconocer que ella también puede amar a Dios con su mente, quizás más de lo que había creído necesario o posible. 

Segundo, necesitamos la perspectiva de las maestras. Una maestra, de manera natural, se inclinará hacia aplicaciones y ejemplos que son accesibles y reconocibles por otras mujeres. 

Tercero, necesitamos la autoridad de las maestras. Una mujer puede decirle a otra que no continúe tratando a sus hijos o esposo como si fuesen ídolos, de una manera en la que un hombre no podría. Una mujer podría enfrentar a otra en asuntos tales como la vanidad, el orgullo, la sumisión, y el contentamiento de una manera en la que un hombre no podría. Las maestras pueden tener una autoridad que muestra empatía con sus estudiantes mujeres; tenemos la habilidad de decir: “Entiendo los pecados que te asedian y los temores implícitos a ser mujer, y te recomiendo el consejo suficiente de la Escritura”.

Entonces, desde ya, pregúntate si el Señor te está llamando a enseñar. La iglesia necesita mujeres que enseñen a mujeres. Y si tu respuesta es “sí”, entonces reúne un grupo y empieza. Pero hazlo con cuidado. La carta de Santiago nos advierte que aquellos que enseñan serán juzgados con mayor severidad (Stg. 3:1). 

¿Cómo se manifiesta el tomar con superficialidad el papel de maestra? Creo que ocurre cuando confundimos enseñar con hablar en público. No es lo mismo. Algunas veces la iglesia es lenta para discernir la diferencia entre una oradora talentosa y una maestra talentosa. La oradora y la maestra dependen de diferentes conjuntos de herramientas y tienen diferentes objetivos. La oradora depende de la retórica, el contar historias, y el humor para inspirar y exhortar. La maestra depende del conocimiento, la percepción, y su habilidad de simplificar lo complejo con el fin de capacitar e instruir. La que habla en público hace fanáticas; la maestra hace discípulas. 

Entonces, ¿cómo podemos, como cuidadosas maestras, tomar los elementos del estudio bíblico y capacitar a otras para que los amen y los usen en su estudio?

Prepárate con diligencia

No hace falta decir que para que puedas enseñar tales elementos, debes primero usarlos tú misma. Por lo tanto, yo enseño para aprender. Saber que mis estudiantes necesitan que yo aprenda bien me ayuda a prepararme con mucho cuidado. La preparación cuidadosa empieza al poner en práctica los elementos y, en el momento oportuno, condensar para mis estudiantes las piezas más importantes de mi propio tiempo de estudio.

Estructura con sabiduría

La maestra no solo organiza la información para que sea accesible, sino que la organiza en la manera como será presentada. La forma que escoges para estructurar tu estudio afecta cuánto material puedes cubrir y cuánto se puede profundizar en el texto.

Enseña con responsabilidad 

Saber que ellas pensarán de una manera crítica sobre lo que yo diga me hace responsable de evitar los siete errores comunes en la enseñanza. 

1. Saltar de un lado para otro.

Una estudiante que ha invertido una semana analizando un capítulo de Efesios no estará satisfecha si la maestra utiliza el texto solo como una plataforma de lanzamiento.

2. Feminizar el texto. 

Las mujeres que enseñan la Biblia a mujeres con frecuencia enfrentan la tentación de tomar un pasaje y cubrirlo con un significado único a la condición de ser mujer. En cualquier momento que tomemos un pasaje que tiene el propósito de enseñar a la gente y lo enseñemos como si tuviera el propósito específico de enseñar a las mujeres, corremos el riesgo de feminizar el texto.

3. Hacer extrapolaciones sin fundamento. 

Con el fin de “traer el texto a la vida” los maestros algunas veces sucumben ante la tentación de añadir un poco de pintura en las orillas de los lienzos de las Escrituras.

4. Depender demasiado del humor y las historias. 

Con el propósito de ser comprensibles e interesantes, algunas maestras cuentan historias y usan el humor como recursos retóricos. El humor y las historias humanizan a la maestra, ayudan a que las oyentes estén interesadas y hacen que los puntos de la enseñanza sean recordados. No está bien que la maestra sea incomprensible, aburrida, o que la audiencia no recuerde lo que enseña. Pero tampoco está bien que una maestra dependa demasiado del humor, de las historias, o que las use de manera que manipulen la lección o generen distracción. Si no fortalecen la enseñanza, entonces la ponen en peligro. 

5. Complacer las emociones.

Esto es, enseñar la Biblia debe despertar, tanto en la maestra como en la estudiante, un más profundo amor por el Señor, uno que afecte de manera profunda sus emociones. Amar a Dios con nuestras mentes debe dar como resultado amarlo con profundidad y pureza en nuestros corazones. 

6. Sobrecargar la enseñanza. 

Uno de los mayores retos al diseñar una lección es saber qué contenido incluir y qué dejar afuera. Toma tiempo desarrollar una idea para determinar cuánto contenido razonable puedes incluir en un periodo de enseñanza.

7. Pretender ser experta. 

Sé honesta sobre tus limitaciones: está bien que la maestra diga: «No lo sé»

Enseñar, igual que otras vocaciones, ciertamente no es fácil, pero, si el Señor te ha hecho así para esa tarea, puedes confiar que Él te proveerá todo lo que necesites.


Imagen: Lightstock.
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