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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado de 1 Pedro para ti (Poiema Publicaciones, 2016), por Juan Sánchez. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.

Hoy en día es común escuchar a cristianos nominales decir que aman a Jesús, pero no a la iglesia. Podrían alegar que la iglesia se ha convertido en una institución irreconocible que ha sido más influenciada por prácticas paganas que por el Nuevo Testamento. Podrían sentir que la iglesia está llena de hipócritas incluso peores que aquellos que niegan a Cristo. Podría ser que ellos mismos han sido heridos por alguna iglesia o por algún hermano en específico. Esta perspectiva de la iglesia no solo hace que sea irrelevante en su misión de alcanzar al mundo con el evangelio; de hecho, se convierte en un obstáculo para ese fin. Aparentemente cada vez más personas prefieren “espiritualidad” a cualquier forma de “religión” organizada, así que optan por expresiones más privadas de “cristianismo”.

En muchos casos tengo que admitir que muchas de estas críticas son acertadas. Con todo, ¿serán razones legítimas para que los cristianos abandonen la iglesia? La respuesta es no. En vez de abandonarla, debemos buscar recuperar un entendimiento correcto de la naturaleza y el propósito de la iglesia de Dios, y debemos expresar ese entendimiento en nuestras vidas fielmente durante nuestro peregrinaje en esta tierra.

Una iglesia del Nuevo Testamento es un cuerpo caracterizado por el amor que se tienen entre sí.

Es posible que esto signifique buscar una nueva iglesia si nuestra iglesia actual no cree en el evangelio o si sus líderes no enseñan la Biblia, pero no significa que nos tenemos que dar por vencidos en cuanto a la iglesia. Pedro, en su primera epístola, tiene mucho que decir sobre las iglesias locales y demuestra que una iglesia del Nuevo Testamento —un cuerpo de personas nacidas de nuevo a través de la palabra de Dios— es un cuerpo caracterizado por el amor que se tienen entre sí.

Un llamado al amor sincero

A partir de los versículos 1:22-25, Pedro habla sobre cómo los cristianos deben relacionarse entre sí:

“Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada”, 1 Pedro 1:22-25 (RV60).

Pedro les recuerda a sus lectores que, cuando decidieron obedecer la verdad, también “se han purificado” (v. 22). La palabra “purificado” puede significar limpiarse o lavarse, pero en el contexto de 1 Pedro, con sus comparaciones del antiguo pacto, debemos pensar en la “purificación” en el sentido de ser apartados o dedicados para Dios.

Anteriormente, Pedro enseñó que el Espíritu “santificó” o apartó a los cristianos en Asia Menor “para obedecer a Jesucristo” (v. 2). Los conceptos de obediencia y desobediencia a lo largo de 1 Pedro están relacionados con los actos de creer y rechazar la palabra del evangelio respectivamente (4:17). Entonces aquellos que rechazan a Jesucristo, la piedra angular, tropiezan “al desobedecer la palabra” (2:8), mientras que las esposas creyentes deben someterse a sus esposos inconversos “de modo que si algunos de ellos no creen en la palabra, puedan ser ganados más por el comportamiento de ustedes que por sus palabras” (3:1, NVI). Aun los espíritus que se rebelaron durante los tiempos de Noé fueron “encarcelados” puesto que “desobedecieron” (3:19-20).

Los creyentes han sido separados de este mundo y dedicados a Dios cuando decidieron conscientemente obedecer a la verdad del evangelio.

Así que cuando Pedro declara que sus lectores se han purificado obedeciendo a la verdad, está hablando de que han sido separados de este mundo y de que fueron dedicados a Dios cuando decidieron conscientemente obedecer a la verdad del evangelio (v. 25). Y dice Pedro que si has profesado fe en Cristo —si has obedecido el llamamiento del evangelio— entonces tu vida debe estar marcada por “un amor sincero por [tus] hermanos” (v. 22 NVI). El amor sincero es un amor sin hipocresía; es genuino, no de doble cara.

La marca del cristiano

En el libro La marca del cristiano, Francis Schaeffer argumenta que tal amor debe caracterizar a todos los cristianos. Schaeffer enfatiza que en Juan 13:35 nuestro Señor le dio permiso al mundo de juzgar la genuinidad de la fe cristiana basándose en “un amor sincero por [los] hermanos” (1 P. 1:22 NVI).

Si acaso eso no es lo suficientemente impactante, Schaeffer cita Juan 17 para sugerir que Jesús le dio permiso al mundo de juzgar la veracidad de Su encarnación basándose en el amor y la unidad de los cristianos. Jesús oró por sus ovejas para “que sean uno, así como Nosotros [el Padre y el Hijo] somos uno […] y así el mundo reconozca que Tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a Mí” (Jn. 17:22-23 NVI). Si el mundo incrédulo mira a la iglesia y ve “maldad y […] engaño, hipocresía, envidias y […] calumnias” (1 P. 2:1 NVI), entonces tiene todo el derecho de cuestionar si realmente somos cristianos y, peor aún, de rechazar a Cristo —de desechar a Jesús y a la iglesia.

Debemos abandonar la clase de conducta hacia el prójimo que socava nuestra profesión e impugna a nuestro Salvador.

Pero esto no quiere decir que al ver este tipo de conducta en la iglesia nosotros tenemos permiso de abandonarla. Pedro nos dirá más adelante que la iglesia debe exhibir la gloria y el amor de Dios a este mundo (2:9-12). Debido a que hemos profesado creer en Cristo al obedecer a la verdad y que nos hemos separado del mundo, el cual es caracterizado por el amor a uno mismo y el odio contra el prójimo, debemos “[amarnos] de todo corazón los unos a los otros” (1:22 NVI). Debemos abandonar la clase de conducta hacia el prójimo que socava nuestra profesión e impugna a nuestro Salvador (2:1). En otras palabras, se nos manda a hacer aquello que evidencia a un mundo incrédulo la genuinidad de nuestra profesión cristiana y, más importante todavía, la genuinidad de la encarnación del Hijo que cumplió con la misión que el Padre le dio de salvar a pecadores.

¿Cómo podemos expresar un amor así? Pedro primero responde esta pregunta en sentido negativo: “Por lo tanto, abandonando toda maldad y todo engaño, hipocresía, envidias y toda calumnia…” (2:1 NVI). Sin embargo, pasará el resto de su carta desempacando cómo se ve este amor dentro de la comunidad cristiana y fuera de ella, en el mundo incrédulo.


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Imagen: Lightstock.
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