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Nota del editor: 

Este es el último artículo en una serie de 12 súplicas a los predicadores de la prosperidad. Los artículos fueron publicados originalmente en el libro de John Piper, ¡Alégrense las naciones!. Lee el anterior aquí.

Mi mayor preocupación de los efectos del movimiento de la prosperidad es que este reduce a Cristo a una persona menos central y menos satisfactoria que sus regalos. Cristo no es más exaltado por ser el dador de las riquezas. Él es más exaltado por el hecho de satisfacer el alma de aquellos que aman a otros en el ministerio del evangelio.

Cuando presentamos a Cristo como aquel que nos hace ricos, glorificamos la riqueza, y Cristo se convierte en un medio para alcanzar lo que en realidad queremos, sea salud, riquezas o prosperidad. Pero cuando presentamos a Cristo como aquel que satisface nuestras almas para siempre —aun cuando no tengamos salud, riquezas ni prosperidad— entonces Cristo es exaltado como más precioso que todos sus regalos.

Vemos esto en Filipenses 1:20-21. Pablo dice, “conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado, sino que con toda confianza, aun ahora, como siempre, Cristo será exaltado en mi cuerpo, ya sea por vida o por muerte. Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia.” Magnificar a Cristo es un hecho cuando nosotros le atesoramos de tal manera que morir es ganancia. Porque morir significa “partir y estar con Cristo,” (Fil. 1:23).

Esta es la nota perdida en el evangelio de la prosperidad. El Nuevo Testamento anuncia la gloria de Cristo, no la gloria de sus regalos. Para hacer ese punto aun más claro, el Nuevo Testamente coloca toda la vida cristiana bajo la bandera de la auto-negación gozosa. “Si alguien quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame” (Mr. 8:34). “Con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gá. 2:20).

Pero si bien la abnegación es un duro camino que lleva a la vida (Mt. 7:14), es el más gozoso de todos los caminos. “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.” (Mt. 13:44). Jesús dice que encontrar a Cristo como nuestro tesoro hace todas nuestras otras posesiones gozosamente prescindibles, “Y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo”.

No es mi deseo que los predicadores de la prosperidad dejen de llamar a la gente al máximo gozo. Al contrario, yo les ruego que dejen de incentivar a la gente a colocar su gozo en las cosas materiales. El gozo que Cristo ofrece es tan grande y duradero que nos permite perder la prosperidad y aun así estar gozosos. “Porque tuvieron compasión de los prisioneros y aceptaron con gozo el despojo de sus bienes, sabiendo que tienen para ustedes mismos una mejor y más duradera posesión” (He. 10:34). La gracia de estar lleno de gozo aún al experimentar la pérdida de la prosperidad —esa es el milagro que los predicadores de la prosperidad deben buscar—. Esa debe ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Eso magnificaría a Cristo como infinitamente valioso.


Publicado originalmente en Desiring God.
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