Vivo en un país en el que las playas son un gran atractivo turístico. Cada vez que tengo la oportunidad de visitarlas, aprovecho para ver el amanecer y caminar con mi esposa.
Todo se ve en sombras antes de la salida del sol, pero el sonido de la presencia del mar está allí. Con el paso de los minutos, vemos mejor lo que solo oímos o sentimos en la oscuridad: distinguimos el golpe de las olas cuando rompen en las rocas, el crujido de la arena bajo los pies y el balanceo de una barca atada a la orilla. La realidad es la misma, pero nuestra percepción cambia con la luz y con un oído atento.
Algo parecido ocurre cuando aprendemos a leer el Antiguo Testamento (AT). A medida que crece la luz de nuestro entendimiento, también se afina el oído. Así, el AT deja de ser un conjunto de páginas difíciles y las narraciones comienzan a mostrar su intención, la poesía deja oír su ritmo y la profecía empieza a entenderse en su contexto.
Eso es lo que Dominick Hernández busca en su nuevo libro Estudiando el Antiguo Testamento: Cómo leer bien la narrativa, la poesía y la profecía bíblicas (B&H Español, 2025), ayudarnos a ver cómo la Escritura del AT resuena con fuerza en los lectores y sus conexiones significativas con la vida de la iglesia hoy.
 
									Estudiando el Antiguo Testamento
Dominick Hernández
En su nuevo libro Estudiando el Antiguo Testamento: Cómo leer bien la narrativa, la poesía y la profecía bíblicas (B&H Español, 2025), Dominick Hernández busca ayudarnos a ver cómo la Escritura del AT resuena con fuerza en los lectores y sus conexiones significativas con la vida de la iglesia hoy.
Más que un manual
Este libro no pretende añadir más carga académica al ya vasto campo de los estudios del AT. En cambio, su novedad está en la manera en que une erudición y devoción. Hernández escribe como un académico que ama el texto y como un pastor que desea que otros lo escuchen con asombro.
No ofrece un manual técnico ni una simple guía de lectura, sino un puente entre clases y discipulado, entre el análisis literario y la formación espiritual. Su enfoque distintivo está en enseñar a oír el texto antes que diseccionarlo, mostrando cómo en cada uno de los géneros (narrativa, poesía y profecía) se revela algo del carácter de Dios y del propósito redentor que recorre toda la Escritura.
Esa combinación de claridad pedagógica, sensibilidad pastoral y amor por el texto hebreo convierte este recurso en una contribución fresca y valiosa para quienes desean leer el AT con la mente iluminada y el corazón atento a la voz de Dios.
El panorama de la obra
El recorrido abre moldeando la postura del lector (caps. 1-5). Hernández sostiene que muchas de nuestras fricciones con el texto no provienen del AT, sino de la manera en que nos acercamos a él. Por eso propone cuatro compromisos que afinan la vista y el oído:
- Leer con humildad, subordinando nuestras intuiciones al sentido del texto.
- Leer de forma sucesiva. Es decir, de manera habitual y continuada, en lugar de lecturas aisladas.
- Leer el texto en totalidad, dejando que el conjunto del AT corrija malas interpretaciones y vacíos.
- Leer deliberadamente, atendiendo al contexto, la estructura y el género. Bajo esa disciplina, el AT deja de parecer una colección fragmentada y empieza a resonar como Escritura viva para la iglesia.
Desde allí, el libro avanza por géneros y lecturas modelo.
Primero la narrativa (caps. 6-13), donde el lector aprende a seguir el diseño del narrador a través de la selección, repetición, contrastes y el punto de vista, para discernir la teología que atraviesa las historias del pacto sin reducirlas a moralejas.
Luego la poesía (caps. 14-16), que exige un ritmo más lento: el paralelismo y la imaginería poética piden leer con atención a la forma, porque la forma es parte del sentido; así evitamos literalizar los salmos o convertir Proverbios 31 en una simple lista práctica (p. 221).
Finalmente, la profecía (caps. 17-19) se presenta como Palabra de Dios dirigida al presente del pueblo, con textura poética, y no como un simple catálogo de predicciones futuristas.
Aplicaciones para la vida y el ministerio
Este libro importa porque busca formar lectores con reverencia y método, no solo con datos. Hernández nos recuerda que leer bien es una responsabilidad espiritual, de modo que el creyente aprenda a acercarse al AT con humildad, continuidad, totalidad e intención para aplicar lo leído en la vida diaria y en la comunidad de fe. Tanto en las clases como en el discipulado, esta postura ayuda a corregir visiones fragmentadas del AT y del NT. Es decir, no es que Dios cambie, muchas «discrepancias» nacen de cómo leemos (p. 9). Con este marco, la teoría se vuelve práctica.
Desde aquí, las aplicaciones son concretas. Para la enseñanza bíblica y la predicación expositiva, el libro modela cómo oír la forma del texto antes de extraer conclusiones. En su exposición del género poético, por ejemplo, el autor sugiere evitar interpretaciones ajenas a este género al reconocer las metáforas y leer «para el afecto», sin precipitación.
Para el estudio personal y la formación teológica, la lectura completa del AT reduce el falso contraste entre «el Dios del AT vs. el Dios del NT» (p. 4), y al entrenarnos a leer según el género y la totalidad del canon, nos preparamos para reconocer el centro de la fe cristiana.
Con este telón de fondo, surge la pregunta decisiva: ¿Cómo afecta la vida, muerte y resurrección de Jesucristo nuestra lectura del AT? Este libro ayuda a demostrar que el NT lee el AT como una trama que culmina en Cristo. Así, motivos como el cordero pascual y el siervo sufriente se entienden primero en su contexto y luego se aplican a Jesús (p. 295). Esto no reemplaza el sentido literario del AT, sino que más bien lo ilumina para predicar el evangelio con mayor fidelidad.
Aciertos y límites
La principal fortaleza del libro es su claridad pedagógica. Traduce principios hermenéuticos en hábitos concretos (humildad, continuidad, totalidad, intencionalidad) y ofrece un recorrido ordenado por géneros con ejemplos representativos.
El autor demuestra competencia en el terreno del hebreo y la forma literaria, pero sin tecnicismos innecesarios, y mantiene un equilibrio saludable entre exégesis y aplicación. Aporta, además, un énfasis distintivo en oír el texto, que evita el moralismo y sostiene la lectura cristocéntrica sin forzar alegorías (p. 17).
Sus limitaciones derivan justamente de su carácter introductorio: algunos pasajes reciben un tratamiento breve y el libro no pretende resolver debates de crítica textual, historia antigua o semántica hebrea avanzada. Es probable que ciertos estudiantes de teología echen de menos ejercicios prácticos o guías para el salón de clases. Estas carencias no disminuyen su valor; más bien, subrayan la conveniencia de contar con comentarios exegéticos, manuales técnicos y estudios de contexto que amplíen y profundicen lo que el autor ofrece.
Conclusión cristocéntrica
Al final, el amanecer vuelve como imagen: cuando vemos con nuevos ojos y oímos con atención, el AT deja de ser penumbra y se vuelve un paisaje nítido donde Dios habla y guía. La invitación es sencilla y exigente a la vez: acércate al AT con asombro y esperanza en Cristo, leyendo con humildad, despacio y en totalidad; deja que su forma te eduque y que su mensaje te conduzca a la obediencia.
No se trata de buscar atajos devocionales ni de forzar alegorías, sino de reconocer la unidad de la historia que culmina en Jesús. Así lo afirmó el Señor en el camino a Emaús: «Comenzando por Moisés y por todos los Profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras» (Lc 24:27).
 
																			 
																			 
																			 
																			 
																			 
			



 
											 
											 
											 
											 
											 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
													 
													 
													 
													 
													 
													 
													