¿Seré el único a quien le irrita el “espíritu navideño”? ¿Seré un ogro?
Lo que sí sé es que la idea del espíritu navideño evoca películas que vi en mi infancia, películas de una cultura distante, de lugares en donde neva en diciembre, de gente que se esfuerza por ser nice con todo el mundo. Al mismo tiempo, evoca días calurosos, vitrinas decoradas, árboles plásticos atados en luces multicolores y con “nieve” de algodón en las ramas, tiendas llenas de gente apurada, cargando bolsas, con música pésima de fondo, y en medio de todo eso, “buenos deseos”.
A los que valoramos el sentido histórico de la Navidad, a menudo nos molesta que en esta temporada se celebre casi cualquier cosa excepto la encarnación del Hijo de Dios y la razón por la cual nuestro Salvador vino a morar entre nosotros. También nos molesta que todo se haya vuelto tan comercializado e importado. Lo que comúnmente asociamos con el espíritu navideño no tiene nada que ver con la Navidad.
A la luz de lo anterior, los cristianos tenemos al menos tres opciones: uno, seguir la corriente y no cambiar nada; dos, descartar por completo el “espíritu navideño” y quizás, junto con eso, volvernos ogros; o tres, adoptar un espíritu navideño cristocéntrico. Aunque mi inclinación natural es hacia la segunda opción, creo que la tercera es la mejor. Déjame decirte por qué.
Alegrémonos con el pueblo de Cristo
En primer lugar, si como cristianos creemos que la Navidad es y debe ser acerca de Jesús, entonces nuestro “espíritu navideño” durante este tiempo debe demostrarlo. Jesús vino al mundo a salvar a su pueblo de la condenación por el pecado, a darnos vida nueva y esperanza segura de vida eterna junto a Él (Mt. 1:21; Jn. 3:15-16; 5:24; Ro. 8:1). Jesús se dio a sí mismo para darnos a sí mismo. Millones de cristianos en todo el mundo celebran estas preciosas realidades cada día, cada domingo, y cada Navidad. A pesar de lo que nos separa, y de las circunstancias en las que vivimos, ¿por qué no mejor alegrarnos y celebrar nuestra unión con Cristo y con su pueblo? ¿Por qué no dar gracias que hasta nuestro calendario nos llama a recordar a nuestro Señor?
Sirvamos a nuestras familias por amor a Cristo
En segundo lugar, ya que la mayoría de nuestras familias —cristianas o no— tienen algún tipo de tradición navideña, adoptar un “espíritu navideño” puede ser de edificación y bendición. Si tu familia es cristiana, esto les da la oportunidad de servirse mutuamente, y de recordar que la relación de ustedes no solo es sanguínea sino también espiritual y eterna (Mr. 10:45; Ga. 3:28-29; Fil. 2:3-11). Así pueden fortalecer esos lazos. Si hay niños, esta es una oportunidad para formar en ellos por medio de palabras y acciones un entendimiento del evangelio.
Si tu familia no es cristiana, tu “espíritu navideño” también los puede bendecir. Esto no significa necesariamente que debas regalarle una copia de la Biblia o de No desperdicies tu vida a cada no creyente en tu familia. Pero tus acciones, palabras, y actitud pueden demostrarles una generosidad que va más allá de lo material, un gozo que no tiene origen en este mundo, una esperanza en medio de las dificultades, y un amor que supera toda herida y resentimiento (Ro. 12:14-21); y todo por causa de Cristo (Ro. 12:1-3). Esto no es fácil, y a veces nuestras mejores intenciones y esfuerzos no son bien recibidos (1 Pe. 2:12). Pero el Señor es fiel y llevará a cabo sus propósitos. Tú sé fiel.
Seamos hospitalarios, como Cristo
En tercer lugar, ya que en la mayoría de nuestros países se celebra la Navidad, adoptar un “espíritu navideño” nos puede presentar oportunidades para demostrar el amor de Cristo y compartir su evangelio. La verdad es que debemos amar y predicar “a tiempo y fuera de tiempo”. Pero también es verdad que muchas personas se vuelven más receptivas estos días. ¿Por qué no aprovechar esa receptividad? Las iglesias pueden celebrar cultos extraordinarios o hacer actividades especiales con el fin de conocer y servir a personas que no son parte de la iglesia. En medio de un tiempo en que la mayoría de las familias celebran exclusivamente con los suyos, las familias cristianas pueden practicar una hospitalidad bíblica, abriendo sus puertas a aquellos que no tienen compañía o familia o los medios para celebrar, sin esperar nada a cambio. Recuerda lo que Jesús dice en Lucas 14:12-14:
Cuando ofrezcas una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos, no sea que ellos a su vez también te conviden y tengas ya tu recompensa. Antes bien, cuando ofrezcas un banquete, llama a pobres, mancos, cojos, ciegos, y serás bienaventurado, ya que ellos no tienen para recompensarte; pues tú serás recompensado en la resurrección de los justos.
Nosotros éramos los que no teníamos arte ni parte con Jesús. Fue Él quien nos invitó y asumió todos los costos para recibirnos en su mesa. Es Él quien nos llama a seguir su ejemplo.
Entonces, en vez de irritarnos con el “espíritu navideño” de estos días, ¿por qué no mejor aprovecharlo? En vez de enfadarnos y ponernos como jueces de nuestra cultura, ¿por qué no mejor adoptar una actitud que tenga al centro a Cristo y así glorificarle en la cultura en la que vivimos?
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