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Por gracia de Dios hoy tenemos muchos libros cristianos disponibles, pero son pocos los que confrontan la realidad del sufrimiento. Pocos hablan de las dolencias incurables, la aflicción indescriptible, y las incontables horas de silencio en un hospital.

En una conferencia me encontré con un pequeño ejemplar en medio de tantos libros famosos. Cuando leí el título, Lecciones desde la cama de un hospital por John Piper, de inmediato supe que tenía que leerlo. Pero quería hacerlo por todas las razones equivocadas.

Verás, hace poco mi hijo fue sometido a una cirugía de corazón abierto. Yo buscaba validar mi sufrimiento. Buscaba algo que me contestara mi repetitiva pregunta: “¿Por qué mi hijo?”. ¡Oh, pero con qué urgencia John Piper dirige nuestro enfoque a las Escrituras y a nuestra esperanza en Cristo en vez de hundirnos en nuestras emociones!

Lecciones desde la cama de un hospital

Lecciones desde la cama de un hospital

Casa Bautista de Publicaciones. 80 pp.
Casa Bautista de Publicaciones. 80 pp.

“No hay ninguna persona que pueda consolar tu alma de la misma manera que Dios. Su consuelo es inquebrantable porque viene de su Palabra, la Biblia” (p. 17).

Aunque John Piper comparte sobre su experiencia en el hospital a causa de un cáncer de próstata y un coágulo de sangre en un pulmón, él nos deja saber que no es un veterano del sufrimiento. Su objetivo es mostrarnos las diez creencias que llevó consigo al hospital y diez lecciones que aprendió en su tiempo como paciente.

Nadie quiere leer en el hospital

Lecciones desde la cama de un hospital es un libro breve. Contiene 80 páginas (incluyendo el prefacio, el antecedente, y una oración final), y cada capítulo es de aproximadamente tres páginas. Aunque parezca que se puede leer rápidamente, el contenido no deja de ser profundo. Sé que leer puede ser lo último que queramos hacer en medio del sufrimiento de una enfermedad, pero el esfuerzo vale la pena. Podemos edificar nuestras mentes, evitar atascarnos en pensamientos negativos, y meditar en las promesas de Dios. En medio de todo el movimiento de enfermeras, diagnósticos, exámenes, y tratamientos, lo que nuestra alma quebrantada necesita es ser dirigida a la dulce y sagrada esperanza de Dios.

Piper no es insensible al oscuro dolor que se experimenta entre las paredes de un hospital. Él nos explica que “en el mundo exterior, el dolor parece disolverse en el agua de la vida normal, pero en el hospital es como si hubieran hervido el agua y solo quedara el sedimento concentrado del sufrimiento: lo puedes ver, oler y escuchar” (p. 18).

El autor nos lleva de la mano una y otra vez a la Biblia, donde podemos ver el propósito de Dios en todo. Es imposible leer este libro sin reconocer que Dios es realmente soberano, y que aun en las enfermedades Él nos ama y nos santifica. Solo en las primeras páginas se nos recuerda de la dulzura de la palabra de Dios (Sal. 119:103), el consuelo incomparable del Señor (Sal. 94:19), cómo Dios está cerca a los quebrantados de corazón (Sal. 34:18-19), y cómo Él conoce y fortalece a los que se refugian en Él (Nah. 1:7).

“En su sabiduría, se suplirá toda necesidad (‘Mi Dios, pues, suplirá toda necesidad de ustedes conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús’, Fil. 4:19), por eso proclamamos; ‘al único sabio Dios, sea la gloria mediante Jesucristo para siempre. Amen’ (Rom. 16:27)” (p. 22).

Piper desbanca todo pensamiento de que Dios se olvida de los que sufren. Es difícil (hasta para un creyente) pensar que el Señor pueda realmente estar en control mientras sufrimos enfermedades incomprensibles. El autor nos dirige al libro de Isaías para ayudarnos con este conflicto: “El Señor es el creador de los confines de la tierra […]. Su entendimiento es inescrutable” (Is. 40:28).

Al leer este pasaje podemos entender que el Señor no solo está en control de todo, sino que Él ha creado todo y su entendimiento sobrepasa el de cualquier ser humano. Ya que Dios es bueno, su soberanía nos da seguridad en medio de cualquier dolor.

“Dios tiene el control de todo. Esto es de consuelo para unos, increíble para otros y blasfemo e incluso cruel para otras personas. Yo me encontraría en el primer grupo, ya que para mí es un gran consuelo que, independientemente de lo que me suceda a mí o a mis seres queridos, no estamos a merced de una situación sin sentido o de malévolos demonios. Dios es bueno y sabio, así que saber que él tiene el control es una excelente noticia” (p. 23).

La enfermedad más profunda

El libro se puede resumir en la siguiente frase: “Cristo es suficiente en cada situación, y en el hospital él es el Médico preeminente” (p. 66). El corazón de Lecciones desde la cama de un hospital es que Dios ha sanado más allá de toda duda la más profunda enfermedad en todo aquel que confía en Él: la enfermedad condenatoria del pecado.

Este recurso no simplemente beneficia a personas con enfermedades o en la cama de un hospital. Piper brinda fundamento bíblico para poder alentar a amigos y familiares que se encuentren en este tipo de situación. El autor nos recuerda que, aunque no seamos nosotros los que suframos, siempre podemos orar por aquellos que sufren. Además, sea cual sea la circunstancia, todos debemos fijar nuestros ojos en Cristo y desechar toda dependencia en nosotros mismos.

Nada fácil, pero vale la pena

Leer este libro mientras veía a mi hijo conectado a una máquina de oxígeno no fue fácil. Durante nuestro tiempo en el hospital mi fe flaqueó muchas veces. ¿Cómo es posible que Dios tuviera el control cuando abrirían el pecho de mi hijo de tres meses? Y claro que fue incómodo leer depravada de sueño. Con todo, ser dirigida a la esperanza que tenemos en Cristo era el agua que mi alma sedienta necesitaba.

“Haz que tu irresistible luz de gloria brille en nuestros corazones y concédenos esperanza plena en tu gracia… ¡Qué maravilla, privilegio y paz poder escucharte decir ‘ninguna condenación hay porque no nos has puesto para ira’ (ver Rom. 8:1 y Tes. 5:9)!” (p. 74-75).

Leí este libro un tiempo antes de un día de acción de gracias donde parecía que no tenía nada que agradecerle a Dios. Me encontraba por tercera vez en el año en la unidad de cuidados intensivos con mi hijo. En Lecciones desde la cama de un hospital, más allá de las respuestas que buscaba, me encontré con la esperanza plena en la gracia de Dios. No pretendo hacerte creer que en el hospital tendrás todo el ánimo y tiempo del mundo para leer. Pero puedo dar testimonio de que vale la pena el esfuerzo.

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